Todas las evidencias están a la vista. Venezuela vive la peor crisis social y económica de su historia. No hay manera de ocultarla. El desastre en la conducción de las políticas públicas ha traído como consecuencia la destrucción de la economía, y, por ende, de los mecanismos de intercambio de la sociedad. La hiperinflación es efecto directo de la ideologización y de la mayor incompetencia en el manejo del Estado. Como resultado, tenemos en curso la peor recesión del país, cinco años sin crecimiento económico, y la mayor inflación del mundo en casi un lustro. La hiperinflación es la segunda del siglo XXI, la primera en América Latina en casi treinta años, la primera en un país de la OPEP sin guerra civil. No existen palabras para ilustrar las dimensiones de esta catástrofe de las políticas públicas.
Lo fundamental son las consecuencias en la vida de la gente. Los gobiernos y las políticas públicas deben ser para promover el bienestar a los ciudadanos. Cuando los gobiernos y las políticas públicas traen sufrimiento a las personas, son inaceptables, transgreden los principios de la vida en sociedad. Y eso es lo que está pasando hoy en Venezuela. Para empezar, estas políticas ocasionan hambre y desnutrición. La destrucción del aparato productivo ha significado la desaparición de cosechas, de canales de distribución, de mejoras tecnológicas. Si a ello se suma la aniquilación de los ingresos, se explica el drama de la mayoría de las familias del país que no tienen para comprar la comida del día, mucho menos ahora con la debacle hiperinflacionaria. Se suceden entonces, día tras día, muertes, especialmente de niños y adultos mayores, por hambre. Un millón de niños venezolanos menores de tres años no están comiendo lo que requiere para tener una vida plenamente productiva. Cada uno de ellos es una llamada a la conciencia de la sociedad. Cada uno de ellos es una manifestación de lo nocivo que pueden ser los gobiernos desastrosos.
No solo se muere por hambre en estos tiempos en Venezuela. Se muere también porque no hay medicamentos, inmunizaciones, insumos para realizar diálisis, entre otras deficiencias. Las personas que requieren la atención de salud no tienen forma de conseguirla en el país. No tienen alternativa, y sus familias contemplan con desesperación y frustración la pérdida de posibilidades que puede terminar en la muerte. Y esto sucede en el país en el que se ha producido la mayor privatización de los servicios de salud en el siglo XXI en América. El 65% de todo el gasto en salud sale del bolsillo depauperado de los venezolanos. La política de salud de las últimas dos décadas ha sido la peor agresión a la vida de los venezolanos.
También se muere por violencia. Muchas ciudades venezolanas están entre las más inseguras del mundo. La violencia se ha incrementado porque el gobierno se ha retirado de una de sus funciones principales, como es proteger las vidas y bienes de los venezolanos. La inseguridad ha tomado la vida de los venezolanos, incluso en sus propias viviendas.
Por todo esto, los venezolanos huyen. Se van del país por todos los medios. Muchos de ellos a través de las fronteras con nuestros vecinos, ocasionando prácticamente zonas crecientes de refugiados. Se van muchas veces con lo que tienen en el bolsillo o con lo poco que han obtenido. Se van porque en este país tienen riesgo de morir. No es exageración, es la cruda realidad.
También en el país mueren las esperanzas. Cada venezolano que debe emigrar es una pérdida. Es una posibilidad truncada. Es una ilusión que se concretará en otros destinos. Es por ello que también se afecta la viabilidad del país. Sin cambios en estas políticas, solo le queda a Venezuela el escenario de mayor empobrecimiento. La pérdida de capacidades, especialmente de los más jóvenes, nos aleja de la diversificación, nos coloca más lejos del desarrollo pleno y sostenible.
En un célebre mensaje, el presidente de Bolivia, Víctor Paz Estenssoro, al anunciar el programa de estabilización económica para enfrentar la hiperinflación a finales de agosto de 1985, expresó: “Bolivia se nos muere”. Para indicar la importancia de tomar las medidas con la urgencia del caso. Hoy tenemos conciencia creciente de que el país se muere. Ojalá pronto el liderazgo de la sociedad acuerde las soluciones inmediatas para salvar a Venezuela.
Politemas, Tal Cual, 21 de febrero de 2018