Después de un año de esfuerzos, la Unidad de los sectores democráticos le presentó al país un horizonte, una promesa. La Unidad ha imaginado un país diferente, diametralmente opuesto al que tenemos hoy. Un país que ofrezca futuro para todos los venezolanos, sin exclusión, que sea alternativa para la vida de millones de familias.
Ese país debe superar mitos recientes y pasados que han limitado las posibilidades de vivir en democracia y alcanzar el bienestar. Dentro de esos mitos destacan al menos tres. El primero de ellos se puede resumir así: la mayoría de los venezolanos es capaz de sacrificar sus valores republicanos por beneficios concretos, tangibles. Algunos sectores se han valido de ese mito para justificar la reducción de las libertades y el irrespeto a los derechos humanos. Al final nos hemos quedado sin democracia y sin bienestar. No es posible ni deseable separar ambos objetivos. Para los venezolanos la democracia y el bienestar son dos caras de la misma moneda. En la medida que reforcemos una de estas dimensiones, lo haremos con la otra.
Otro mito que deberá ser superado es la creencia de que se trata de optar entre las soluciones del Estado, por un lado, y las que ofrezca el mercado, por la otra. Disyuntiva bastante pueril. En una sociedad democrática moderna se trata de combinar las bondades del Estado con las del mercado. El imperativo es encontrar la adecuada mezcla que promueva las mejores condiciones de vida. Los reduccionismos de lado y lado son inmovilizantes, impiden avanzar. En la construcción de esas modalidades nuevas y diversas estará la vía de las transformaciones que requiere el país.
El tercer mito sigue así: para que un sector sea reconocido y promovido deberán excluirse otros. En pocas oportunidades de nuestra historia nos hemos librado de esta visión. En los últimos años ha crecido, con el auspicio oficial, la idea de que es posible avanzar con separaciones entre los venezolanos, cerrando el paso a los sectores que no cuentan con poder político y social. Ese camino nos lleva a lo que hoy tenemos: la división, el desasosiego, el rechazo de unos a otros.
Para que estos mitos dejen de nublar nuestro camino como sociedad, se requiere que todos asumamos que es posible tener un país diferente. Y para ello hay que construir una esperanza fuerte, genuina, que trascienda el aporte individual, que contagie a muchos grupos y organizaciones. Esa esperanza debe nacer de la idea compartida sobre el futuro y posibilidades de Venezuela. Debe fundarse en las reales posibilidades que tenemos, pero también dar rienda suelta a la creatividad, a la construcción de nuevos caminos y realidades. Por eso la Esperanza que nace de la Unidad es real, concreta. Crecerá y se expresará ampliamente en las etapas que tenemos por delante.
Ese país debe superar mitos recientes y pasados que han limitado las posibilidades de vivir en democracia y alcanzar el bienestar. Dentro de esos mitos destacan al menos tres. El primero de ellos se puede resumir así: la mayoría de los venezolanos es capaz de sacrificar sus valores republicanos por beneficios concretos, tangibles. Algunos sectores se han valido de ese mito para justificar la reducción de las libertades y el irrespeto a los derechos humanos. Al final nos hemos quedado sin democracia y sin bienestar. No es posible ni deseable separar ambos objetivos. Para los venezolanos la democracia y el bienestar son dos caras de la misma moneda. En la medida que reforcemos una de estas dimensiones, lo haremos con la otra.
Otro mito que deberá ser superado es la creencia de que se trata de optar entre las soluciones del Estado, por un lado, y las que ofrezca el mercado, por la otra. Disyuntiva bastante pueril. En una sociedad democrática moderna se trata de combinar las bondades del Estado con las del mercado. El imperativo es encontrar la adecuada mezcla que promueva las mejores condiciones de vida. Los reduccionismos de lado y lado son inmovilizantes, impiden avanzar. En la construcción de esas modalidades nuevas y diversas estará la vía de las transformaciones que requiere el país.
El tercer mito sigue así: para que un sector sea reconocido y promovido deberán excluirse otros. En pocas oportunidades de nuestra historia nos hemos librado de esta visión. En los últimos años ha crecido, con el auspicio oficial, la idea de que es posible avanzar con separaciones entre los venezolanos, cerrando el paso a los sectores que no cuentan con poder político y social. Ese camino nos lleva a lo que hoy tenemos: la división, el desasosiego, el rechazo de unos a otros.
Para que estos mitos dejen de nublar nuestro camino como sociedad, se requiere que todos asumamos que es posible tener un país diferente. Y para ello hay que construir una esperanza fuerte, genuina, que trascienda el aporte individual, que contagie a muchos grupos y organizaciones. Esa esperanza debe nacer de la idea compartida sobre el futuro y posibilidades de Venezuela. Debe fundarse en las reales posibilidades que tenemos, pero también dar rienda suelta a la creatividad, a la construcción de nuevos caminos y realidades. Por eso la Esperanza que nace de la Unidad es real, concreta. Crecerá y se expresará ampliamente en las etapas que tenemos por delante.
Politemas, Tal Cual, 19 de mayo de 2010
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