Tal parece que el gobierno del presidente Chávez decidió de una vez por todas asumir que la lucha es totalmente ideológica. Nos imaginamos que en el Alto Gobierno ya nadie le busca las “lógicas” a las decisiones. Se trata simplemente de adaptarse a la nueva ola de la “revolución”. En esta ola se impone sin restricciones todo lo que el pueblo venezolano rechazó en diciembre de 2007, cuando se propuso la reforma de la Constitución. Para muestra un botón.
Desde principios de esta semana las cosas han subido de tono en la Costa Oriental del Lago. Los trabajadores de las empresas expropiadas, hace pocos días como se recordará, decidieron realizar protestas. La razón: argumentan deterioro en las condiciones laborales de 16.000 obreros petroleros que se encontraban en la nómina de 75 empresas expropiadas por el gobierno.
Todo esto sucede a menos de dos semanas de la llamada “toma del Lago de Maracaibo”. Quizás con mucha nostalgia, porque se hubiera querido hacer en ambiente más digno de películas de guerra y marina, a plena luz del día y encabezado por el propio Presidente de la República, se procedió a tomar “control” de decenas de empresas que prestaban servicios de todo tipo en la principal industria nacional. Muchas de estas empresas tenían décadas de experiencia, e incluso muchas de ellas prestaban servicios en áreas de gran complejidad tecnológica.
Pero el “socialismo del siglo XXI” no entiende estas razones. En su visión, el único empleador debe ser el Estado. El trabajo es una “concesión” que se otorga a los ciudadanos que asuman las reglas de juego de la llamada “revolución”. Si aceptas a tus gobernantes y le rindes la pleitesía debida, entonces podrás disfrutar de los “beneficios” de todas las empresas públicas que tendremos en el país.
Lo anterior es más fácil decirlo que hacerlo, y menos en una sociedad tan internacionalizada como la venezolana. El gobierno prometió que en un “primer momento” asumiría 8.000 trabajadores. Ahora los trabajadores se quejan de que sólo se ha absorbido a 300 de ellos. Otros trabajan y no le pagan. A otros les pagan sólo el salario básico.
No queda dudas, entonces. Lo que vimos en vivo y en directo en la llamada “toma del Lago de Maracaibo” no es otra cosa que la manifestación de un gobierno en fase delirante. En máxima expresión de la pérdida de la mínima noción de realidad. No entiende que las complejidades de una industria como la petrolera no pueden atender a caprichos ideológicos. Es muy probable que nadie haya estimado en detalle las consecuencias financieras, técnicas, operativas, que conllevaría la expropiación de tales empresas. Ya muchas de las consecuencias no previstas están allí, en frente de nosotros.
Hay otra fase más grave en este delirio. Tiene que ver con la propia sostenibilidad de la “revolución bonita”. No queda ninguna duda de que el gobierno apuesta todo lo que tiene a su carta más preciada: el precio del petróleo. Asume que se puede seguir manteniendo a toda la sociedad, y especialmente la voracidad del gasto público, a través de las exportaciones petroleras.
Si lo anterior es cierto, ¿cómo explicar entonces que sea el propio gobierno quien estimule el temor de las empresas nacionales e internacionales que tienen capacidad para las actividades de producción, exploración y gerencia de la industria? ¿Por qué eliminarlas del mapa a través de las expropiaciones? ¿Por qué ahuyentarlas del país a través de las restricciones a la propiedad? Tal parece que el delirio y el arte de gobernar no se llevan muy bien.
Desde principios de esta semana las cosas han subido de tono en la Costa Oriental del Lago. Los trabajadores de las empresas expropiadas, hace pocos días como se recordará, decidieron realizar protestas. La razón: argumentan deterioro en las condiciones laborales de 16.000 obreros petroleros que se encontraban en la nómina de 75 empresas expropiadas por el gobierno.
Todo esto sucede a menos de dos semanas de la llamada “toma del Lago de Maracaibo”. Quizás con mucha nostalgia, porque se hubiera querido hacer en ambiente más digno de películas de guerra y marina, a plena luz del día y encabezado por el propio Presidente de la República, se procedió a tomar “control” de decenas de empresas que prestaban servicios de todo tipo en la principal industria nacional. Muchas de estas empresas tenían décadas de experiencia, e incluso muchas de ellas prestaban servicios en áreas de gran complejidad tecnológica.
Pero el “socialismo del siglo XXI” no entiende estas razones. En su visión, el único empleador debe ser el Estado. El trabajo es una “concesión” que se otorga a los ciudadanos que asuman las reglas de juego de la llamada “revolución”. Si aceptas a tus gobernantes y le rindes la pleitesía debida, entonces podrás disfrutar de los “beneficios” de todas las empresas públicas que tendremos en el país.
Lo anterior es más fácil decirlo que hacerlo, y menos en una sociedad tan internacionalizada como la venezolana. El gobierno prometió que en un “primer momento” asumiría 8.000 trabajadores. Ahora los trabajadores se quejan de que sólo se ha absorbido a 300 de ellos. Otros trabajan y no le pagan. A otros les pagan sólo el salario básico.
No queda dudas, entonces. Lo que vimos en vivo y en directo en la llamada “toma del Lago de Maracaibo” no es otra cosa que la manifestación de un gobierno en fase delirante. En máxima expresión de la pérdida de la mínima noción de realidad. No entiende que las complejidades de una industria como la petrolera no pueden atender a caprichos ideológicos. Es muy probable que nadie haya estimado en detalle las consecuencias financieras, técnicas, operativas, que conllevaría la expropiación de tales empresas. Ya muchas de las consecuencias no previstas están allí, en frente de nosotros.
Hay otra fase más grave en este delirio. Tiene que ver con la propia sostenibilidad de la “revolución bonita”. No queda ninguna duda de que el gobierno apuesta todo lo que tiene a su carta más preciada: el precio del petróleo. Asume que se puede seguir manteniendo a toda la sociedad, y especialmente la voracidad del gasto público, a través de las exportaciones petroleras.
Si lo anterior es cierto, ¿cómo explicar entonces que sea el propio gobierno quien estimule el temor de las empresas nacionales e internacionales que tienen capacidad para las actividades de producción, exploración y gerencia de la industria? ¿Por qué eliminarlas del mapa a través de las expropiaciones? ¿Por qué ahuyentarlas del país a través de las restricciones a la propiedad? Tal parece que el delirio y el arte de gobernar no se llevan muy bien.
Politemas, Tal Cual, 3 de junio de 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario