Algo ha tenido que fallar en el cálculo de José Manuel Zelaya. Su abrupta salida de la Presidencia de Honduras, ejecutada a través de un golpe de Estado, en la oscuridad de la noche y violando los procedimientos institucionales, debe ser rechazada por los sectores democráticos. La consecuencia de ello es regresar a los penosos tiempos en que los militares se constituían en actores dominantes en nuestros países.
La suma de eventos ha llevado a una seria alteración del curso institucional en el país centroamericano. La más grave en casi una década en la Región. Razón de peso para identificar las posibles causas, especialmente porque algunas de ellas podrían encontrarse más difundidas de lo que se supone.
Hace menos de un mes, con ocasión de celebrarse la Asamblea General de la OEA en San Pedro de Sula, el presidente Zelaya reconocía que Honduras “se ha convertido en la economía más dinámica de Centroamérica, hemos obtenido tasas de crecimiento en 2006 y en 2007 de más de 6,3 y 6,7% (respectivamente)…”. Más adelante, señalaba los esfuerzos realizados por Honduras para mejorar su competitividad. Mencionó el último informe del World Economic Forum en el cual se indicaba que el país había ascendido 15 puestos en la escala de competitividad. Como si fuera poco, indicaba que en el país se había reducido la pobreza en los dos primeros años de su gobierno.
Y es acá donde aparece lo llamativo. Luego de todos esos éxitos, el gobierno de Zelaya decide sumarse a la Alternativa Bolivariana (ALBA), y asumir los postulados del Socialismo del Siglo XXI. El Congreso de la República aprobó el ingreso al ALBA, no sin dejarse colar el rechazo de sectores políticos y empresariales.
La ganancia no era nada desdeñable. Al ingresar al ALBA, Honduras hace más méritos para contar con 400 millones de dólares anuales de petróleo en las mejores condiciones. Para un país con grandes requerimientos energéticos el trato no es nada malo. Pero tal acuerdo tenía su contrapartida. Los “grandes” del ALBA ahora podrían contar con un aliado más.
Es poco probable que Zelaya haya descifrado con precisión los riesgos que corría. Empezó a hablar de una especie de “liberalismo socialista”. Algo así como una cuadratura del círculo que le permitiera superar las críticas. Para tranquilizar al sector privado, del cual había sido un conspicuo exponente en el pasado, señaló “queremos una empresa privada y un sector privado que comparta sus ingresos con los trabajadores, que genere riquezas para que Honduras se desarrolle”.
El espejismo de Zelaya fue notorio. Creyó que en el Socialismo del Siglo XXI es posible un sector privado productivo. Una mirada en detalle de la economía venezolana le hubiera dado una mejor idea. Para muchos sectores de su país la película está más clara. No en balde, los ciudadanos de Honduras son, luego de los dominicanos, los que más admiran a los Estados Unidos. Basta con ver las remesas que reciben de sus compatriotas en el exterior. Poca cabida para el socialismo en ese contexto.
Para completar el espejismo, Zelaya pensó que podía ser un ·reformador” del sistema hondureño, que podía llevar su país a la “tierra prometida”. Por ello el empeño en la Asamblea Constituyente. No tomó en cuenta que su gobierno es el segundo menos aprobado en la Región. Menos del 30% de los ciudadanos favorece su conducción. Poco espacio entonces para ser el “salvador” del sistema con una fachada socialista. Las consecuencias de tal espejismo no sólo las sufre Zelaya, también el pueblo hondureño. Esperemos que por poco tiempo.
La suma de eventos ha llevado a una seria alteración del curso institucional en el país centroamericano. La más grave en casi una década en la Región. Razón de peso para identificar las posibles causas, especialmente porque algunas de ellas podrían encontrarse más difundidas de lo que se supone.
Hace menos de un mes, con ocasión de celebrarse la Asamblea General de la OEA en San Pedro de Sula, el presidente Zelaya reconocía que Honduras “se ha convertido en la economía más dinámica de Centroamérica, hemos obtenido tasas de crecimiento en 2006 y en 2007 de más de 6,3 y 6,7% (respectivamente)…”. Más adelante, señalaba los esfuerzos realizados por Honduras para mejorar su competitividad. Mencionó el último informe del World Economic Forum en el cual se indicaba que el país había ascendido 15 puestos en la escala de competitividad. Como si fuera poco, indicaba que en el país se había reducido la pobreza en los dos primeros años de su gobierno.
Y es acá donde aparece lo llamativo. Luego de todos esos éxitos, el gobierno de Zelaya decide sumarse a la Alternativa Bolivariana (ALBA), y asumir los postulados del Socialismo del Siglo XXI. El Congreso de la República aprobó el ingreso al ALBA, no sin dejarse colar el rechazo de sectores políticos y empresariales.
La ganancia no era nada desdeñable. Al ingresar al ALBA, Honduras hace más méritos para contar con 400 millones de dólares anuales de petróleo en las mejores condiciones. Para un país con grandes requerimientos energéticos el trato no es nada malo. Pero tal acuerdo tenía su contrapartida. Los “grandes” del ALBA ahora podrían contar con un aliado más.
Es poco probable que Zelaya haya descifrado con precisión los riesgos que corría. Empezó a hablar de una especie de “liberalismo socialista”. Algo así como una cuadratura del círculo que le permitiera superar las críticas. Para tranquilizar al sector privado, del cual había sido un conspicuo exponente en el pasado, señaló “queremos una empresa privada y un sector privado que comparta sus ingresos con los trabajadores, que genere riquezas para que Honduras se desarrolle”.
El espejismo de Zelaya fue notorio. Creyó que en el Socialismo del Siglo XXI es posible un sector privado productivo. Una mirada en detalle de la economía venezolana le hubiera dado una mejor idea. Para muchos sectores de su país la película está más clara. No en balde, los ciudadanos de Honduras son, luego de los dominicanos, los que más admiran a los Estados Unidos. Basta con ver las remesas que reciben de sus compatriotas en el exterior. Poca cabida para el socialismo en ese contexto.
Para completar el espejismo, Zelaya pensó que podía ser un ·reformador” del sistema hondureño, que podía llevar su país a la “tierra prometida”. Por ello el empeño en la Asamblea Constituyente. No tomó en cuenta que su gobierno es el segundo menos aprobado en la Región. Menos del 30% de los ciudadanos favorece su conducción. Poco espacio entonces para ser el “salvador” del sistema con una fachada socialista. Las consecuencias de tal espejismo no sólo las sufre Zelaya, también el pueblo hondureño. Esperemos que por poco tiempo.
Politemas, Tal Cual, 1 de julio de 2009
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