Acusar al “Imperio” de todos los males de Venezuela es una de las prácticas más desarrolladas por el presidente Chávez. Según su visión de las cosas, en el “Imperio” están las causas de todas nuestras penurias. Desde el capitalismo salvaje, pasando por la intervención de la CIA en cuanta forma de organización de la oposición, hasta las contingencias que afecten al mercado petrolero. No queda la menor duda de que en esa posición hay una mezcla de ignorancia sobre la sociedad de los Estados Unidos junto con una intención de explotar tales juicios con fines electorales. El presidente Chávez sabe el valor e impacto de sus palabras para aquellos que tienen algo que reclamarle a los Estados Unidos.
Es evidente que la valoración política que hace el Presidente del gobierno de los Estados Unidos está sesgada de entrada. Como consecuencia de ello, no puede apreciar las fortalezas y debilidades de un país tan significativo en el mundo desde hace muchas décadas. Todo ello es especialmente relevante porque la semana que viene, exactamente el 20 de enero, toma posesión de la Presidencia de los Estados Unidos una nueva generación política con Barack Obama a la cabeza.
Los ciudadanos de Estados Unidos que hoy tienen cincuenta años no imaginaron nunca que conocerían tanto la segregación racial de los sesenta como la toma de posesión de Barack Obama. Ambos eventos reflejan las penurias de muchos millones de ascendencia afro-americana en estas décadas, así como las extraordinarias posibilidades de renovación que están incorporadas en las raíces de la sociedad estadounidense.
Todo ello ha sido posible, entre otros aspectos, por el apego sistemático y prolongado a las normas de convivencia que surgen del respeto a la Constitución y las leyes. Nada más con decir que han tenido una sola constitución en más de 230 años, y que sus enmiendas han respondido justamente a la aceptación del cambio y las nuevas visiones. Que detrás de cada uno de ellos ha estado el interés por conciliar los más diversos intereses y visiones.
Una de los cambios significativos que experimentado la Constitución de los Estados Unidos fue la enmienda XXII, mejor conocida como la que introduce límites al número de períodos que un Presidente puede ser electo. Hasta 1951, año en que la enmienda aprobada por el Congreso en 1947 fue ratificada por las legislaturas estadales, no había límites para el número de períodos presidenciales. El caso más significativo fue Franklin Delano Roosevelt, electo cuatro veces a la presidencia (1932, 1936, 1940 y 1944). Su cuarto período apenas duró unos meses al producirse su muerte el 12 de abril de 1945.
Desde la fundación de la República en 1776, en los Estados Unidos se presentaron innumerables propuestas para limitar el poder presidencial. El argumento central era justamente que el poder de la presidencia en manos de una sola persona, por mucho tiempo, era contradictorio con las posibilidades de cambio y renovación. La renuencia de algunos de sus líderes, entre ellos el propio Washington, a presentarse a un tercer período ocasionó probablemente que la enmienda no se hubiera aprobado antes.
Las condiciones excepcionales del gobierno de Roosevelt, quien tuvo que enfrentar una crisis económica y liderizar a su país en la II Guerra Mundial, fueron factores influyentes en su reelección por cuatro períodos. Pero ya en ese momento encuestas de opinión pública indicaban un claro rechazo a la reelección indefinida en la presidencia. En el “Imperio” decidieron que no habría “eternos”. Quizás allí está el fundamento del cambio extraordinario que hoy están viviendo y que la semana que viene llega a la Casa Blanca.
Politemas, Tal Cual, 14 de enero de 2009
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