Desde 2003 voy como profesor invitado a la Universidad Nacional de Trujillo, en Perú. La última vez hace pocas semanas. He podido apreciar directamente las cosas sencillas que indican los grandes cambios que ha experimentado ese país. Por ejemplo, un servicio de taxi cuesta menos en moneda local (el Nuevo Sol) que hace cinco años. Lo mismo pasa con la comida o el alojamiento. Acostumbrado a la tasa inflación de Venezuela, estos detalles llaman mucho la atención. La razón es muy sencilla. En 2003 se necesitaban 3,5 Nuevos Soles para comprar un dólar. En julio de 2014 se requería una cantidad menor: 2,7 Nuevos Soles. Al contrario de lo que experimentamos en Venezuela, en Perú la moneda se ha revaluado.
En 1990, último año del primer gobierno de Alan García, se llegó a la tasa máxima de hiperinflación: 7.400%. Esos días generan muy malos recuerdos, especialmente por las dificultades que había conseguir alimentos. En un solo día podía haber varios aumentos de precios. Para la población que nació después de ese año, bastan los comentarios de sus padres para imaginarse una época que no quieren que se repita.
Las cosas han cambiado mucho desde 1990. Al año siguiente la inflación descendió a 400%. Desde 1997 la tasa de inflación es de un solo dígito. A partir del año 2000, la economía ha crecido todos los años. En los años 2007 y 2008 la tasa de crecimiento se acercó al 10%. Por otra parte, una visita al sitio web del Banco Central de Reserva de Perú permite conocer la tasa de inflación hasta el mes de julio del año en curso. En ese contexto, el PIB per cápita se ha duplicado desde el año 2000.
Todos estos cambios no han sido casuales. Se deben a los acuerdos inteligentes que se han generado en el seno de la sociedad peruana. Para no regresar a los grandes desequilibrios de finales de los años ochenta. La continuidad de estas políticas ha abarcado gobiernos de diferentes enfoques ideológicos en los últimos 25 años. Todos estos avances no excluyen que en Perú existen problemas que resolver, como por ejemplo, una mayor reducción de la pobreza extrema (aunque hoy en día es menor que en Venezuela), o las limitaciones a la productividad en muchos sectores de la economía. Lo que se quiere significar es que la plataforma para enfrentar esos problemas, especialmente contar con acuerdos políticos y una economía ordenada, existe y es capaz de impulsar los cambios que se requieren.
El caso de Perú demuestra que las sociedades pueden encontrar salidas exitosas. Que el esfuerzo de consolidar el llamado Acuerdo Nacional, concretado a la salida de Fujimori, ha sido una tarea compartida y garante del permanente diálogo político. Hasta el punto que la menor posibilidad de que se altere el ritmo de crecimiento económico es respondida con intercambios y decisiones compartidas entre el gobierno y los sectores de la oposición. Lecciones que bien vale la pena aprender.
Politemas, Tal Cual, 10 de septiembre de 2014
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