Cuando en una sociedad existe un único partido político, no puede hablarse de democracia. El partido único es la expresión más acabada del autoritarismo. De la imposición de una sola visión. En los sistemas de partido único ha cesado la diversidad y el debate, ha desaparecido la esencia de la democracia, ya no existe el intercambio cívico para establecer acuerdos.
Venezuela ya tiene un sistema de partido único. El gobierno del presidente Chávez podrá tener varios partidos que lo apoyen en la Asamblea Nacional. Podrá tener diferentes tarjetas electorales, diferentes grupos responsables, diferentes colores. Pero no puede esconder que ha conformado un gobierno de partido único. Hay una sola voz, una sola política, una sola obediencia. Aquel grupo que se atreva a disentir, será simple y llanamente sometido a la exclusión. Tan sencillo como eso.
¿Qué determinó que una de las democracias más avanzadas de América Latina se convirtiera en un sistema político de partido único? ¿De qué tamaño es la responsabilidad de los partidos políticos, de la sociedad organizada, de los ciudadanos, de todas nuestras instituciones? ¿Cómo emprendemos el camino de reconstitución de un sistema abierto, plural, con alternabilidad? La respuesta de toda la sociedad a estas preguntas es el primer paso de una estrategia de largo alcance. Que supera el ámbito estrictamente electoral y nos coloca cara a cara con los grandes retos de la nueva democratización de Venezuela.
Nuestro país constituyó un sistema de partidos basado en un acuerdo político. Dicho acuerdo no fue fortuito. Se basó en el aprendizaje de los errores de la década de los cuarenta y en la experiencia de la dictadura perezjimenista. La alternancia de dos grandes partidos a través de varias décadas y la reelección condicionada (luego de diez años), contribuyeron a generar estabilidad política e institucional. Si a ello se suma el manejo prudente de las cuentas fiscales, se puede apreciar la contribución de la democracia en el aumento del bienestar de los venezolanos por casi dos décadas (sesenta y setenta).
Hoy es claro que tal sistema de convivencia democrática no fue capaz de adaptarse a las nuevas exigencias. La crisis económica y social que se genera en los ochenta no fue entendida por las élites responsables. No solamente las políticas, sino también las empresariales y sindicales, por nombrar sólo algunas. No hubo esfuerzos exitosos para modernizar nuestros modos de decisiones públicas, y en consecuencia, generar bienestar, especialmente para los sectores más desprotegidos. A ello se sumó la incapacidad de los partidos políticos para entender que el país les pedía cambios significativos.
La crítica anti-partidos fue otro componente de la crisis que hoy confrontamos. La repetición incesante de que los partidos políticos eran la “causa” del deterioro, contribuyó a generar en muchos sectores de la población la convicción de que tales instituciones eran prescindibles. Que era posible tener una democracia sin que existieran partidos políticos.
El actual gobierno basó gran parte de su mensaje de 1998 en la crítica a los partidos políticos. En el clima de anti-política reinante no era muy difícil justificar una reacción desde el poder para acabar con esas agrupaciones. Para ello, la nueva élite gobernante utilizó dos mecanismos incorporados en la Constitución de 1999. El primer mecanismo fue eliminar el término “partido político” de todo el texto constitucional. El segundo es todavía más brutal: el artículo 67 elimina el financiamiento público de las asociaciones con fines políticos.
Luego de ocho años de gobierno autoritario, con inmensos recursos fiscales, con un control minucioso de la información de contribuyentes, es fácil entender que los partidos políticos alternativos no puedan competir en condiciones de igualdad.. Es fácil entender que ha triunfado transitoriamente la anti-política. Es fácil entender que vivimos en un sistema de partido único. Es fácil entender que ya no tenemos democracia.
Politemas, Tal Cual, 19 de julio de 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario