Quizás esa es la principal lección que ofrece al mundo el pueblo birmano. En las últimas semanas protestas en la capital, Rangún, y en otras ciudades, han llamado la atención sobre los 45 años de gobierno militar en el país asiático.
Reportes de organizaciones disidentes indican que ya se han producido 200 muertes entre los manifestantes. Los detenidos se cuentan por miles. La situación ha ameritado la presencia de Ibrahim Gambari, enviado especial del Secretario General de las Naciones Unidas. Gambari ya ha sostenido reuniones con el líder del régimen militar, General Than Shwe, y Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz de 1991, y dirigente de los sectores pro-democracia, bajo arresto domiciliario desde hace cinco años.
El férreo gobierno militar no favorece obtener información sobre Birmania. Para muchos occidentales es un país lejano, aislado, casi impenetrable. Es poco conocido que Birmania era una democracia.
Luego de la II Guerra Mundial, Birmania obtuvo su independencia de Gran Bretaña. Al contrario de muchas ex-colonias, no formó parte de la Mancomunidad Británica. Desde 1948 hasta 1958 fue considerada una democracia parlamentaria. Un análisis de principios de 1958, realizado por Frank N. Trager, profesor emérito de la Universidad de Nueva York, y distinguido experto en temas asiáticos, destacaba el alto grado de unidad política del país.
El partido gobernante, la Liga Anti-Fascista por la Libertad del Pueblo, había obtenido sendas mayorías en las elecciones parlamentarias de 1952 y 1956. La situación económica era promisoria. Se había superado la recesión producida por la Guerra de Corea e iniciado un programa de diversificación industrial. Las insurrecciones habían sido controladas. También se había otorgado amnistía a los rebeldes. La política internacional estaba basada en la neutralidad, consolidando de esta manera el respeto diplomático por el país.
A pesar de estas condiciones favorables, en 1958 la alianza gobernante sufre una crisis fundamental. Las dos facciones que la componían, que habían logrado un clima de entendimiento por casi diez años, empiezan a entrar en conflicto. El Primer Ministro U Nu no fue capaz de mantener la integridad del partido gobernante. Terminó sumándose a una de las facciones. La parálisis del gobierno fue total. Todos los actores se vieron obligados a ubicarse en uno de los bandos. En tales circunstancias no era posible garantizar la estabilidad del gobierno. Entre abril y octubre de 1958 Birmania estuvo al borde del colapso.
El Primer Ministro decide solicitar a los militares la conducción del gobierno. A diferencia de un golpe clásico, el liderazgo civil solicita la ayuda del sector militar para impedir la ruptura del país. Esta participación militar tiene efectos significativos. A pesar de que en 1960 el gobierno es devuelto a los civiles, los militares ya no abandonarían el poder. En 1962 se produce un golpe militar que inicia una larga noche para la democracia birmanesa. Se extiende justamente hasta nuestros días.
El caso de Birmania ilustra que la democracia puede sucumbir por deficiencias del liderazgo civil. La ausencia de acuerdos sostenibles, que antepongan los intereses generales a los sectarios, facilita la intromisión de actores sin compromiso ni vocación democrática. A partir del golpe de 1962 los militares proponen su versión del socialismo autoritario para Birmania. La represión con la que lograron imponerlo no ha cesado hasta el día de hoy. Cuando las fuerzas democráticas hicieron su aparición en 1988 fueron ahogadas literalmente en sangre. A partir de 1992 el gobierno militar ha estrechado su cerco ocasionando el exilio y la persecución de los sectores democráticos birmanos.
El liderazgo civil venezolano también contribuyó a construir el piso del gobierno autoritario e incompetente que hoy tenemos. A la incapacidad para mantener y perfeccionar acuerdos sociales y políticos, sumamos el culto a la “solución militar”, a la necesidad de tener un “gobierno fuerte”. Los resultados están a la vista. En los últimos nueve años la democracia ha perdido tantos espacios que ha dejado de existir. Como el pueblo birmano, el venezolano tiene por delante la gran tarea de la redemocratización. Es tarea de todos recuperar los espacios perdidos.
Politemas, Tal Cual, 3 de octubre de 2007
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