El año que comienza será difícil. A pesar del boom petrolero, Venezuela vivirá una compleja situación política y social.
En el plano político se apreciará con toda nitidez las consecuencias de una gestión gubernamental que ha hecho de la exclusión una práctica contumaz. La aniquilación paulatina del equilibrio de poderes, de la confianza en el árbitro electoral, y del parlamento amplio y diverso, son eventos muy graves en un sistema político acostumbrado, con sus altos y bajos, a respetar al adversario y promover concesiones y acuerdos. El gobierno del presidente Chávez ha concretado la anulación de las posibilidades institucionales de diálogo democrático en Venezuela. No es exagerado señalar que es el gobierno de América Latina que más se parece a una autocracia, claro está después de Cuba.
En el plano social la incompetencia gubernamental es ya de antología. Luego de siete años se palpa el debilitamiento de nuestro sector productivo. La pérdida de empleos de alta y moderada productividad afecta nuestro bienestar en el mediano plazo. Los efectos transitorios de las misiones ya dejaron de ser atractivos para la mayoría de la población que busca respuestas permanentes a los problemas del empleo y la educación. Las carencias históricas de nuestro modelo rentista siguen presentes. A todo esto se debe sumar que la población es cada día más crítica de los problemas de implementación de muchos de los programas sociales. El fracaso de la neo-burocracia encargada de las misiones ya no se puede esconder con tanta facilidad.
Estas circunstancias marcarán el paso en este año. Ante ellas, la sociedad venezolana tiene una excelente oportunidad para poner en práctica su acendrada vocación democrática. Es tiempo de reflexión, pero también de acciones decididas y sostenidas. Al menos tres grandes desafíos deberán enfrentarse.
El primero de ellos es la defensa del voto como mecanismo de expresión de la voluntad popular. A pesar de haber sido incluido en nuestra praxis política hace casi sesenta años, el voto universal, directo y secreto no está garantizado hoy en Venezuela. El debilitado sistema electoral con su correspondiente efecto en la apatía de 80% de la población, evidencia los retrocesos que hemos tenido en esta materia. La defensa del voto exige un amplio acuerdo por un Poder Electoral aceptado por todos. Con la excusa cínica de que la Asamblea Nacional no tiene representación de la oposición, no se deberá nombrar nuevamente un Poder Electoral excluyente, sectario y muchas veces irrespetuoso. El sistema electoral deberá revisarse con la diligencia del caso para evitar cualquier rasgo que afecte la transparencia y la participación popular.
El segundo desafío supone reconocer que en diciembre del año en curso podemos, en elecciones abiertas y transparentes, sustituir al actual gobierno autoritario e incompetente, por un gobierno de amplia vocación democrática, que restituya el Estado de Derecho y que sea capaz de incorporar la lucha efectiva contra la pobreza en el centro de la acción pública. Para que ello sea posible, el país debe discutir y decidir sobre programas, sobre maneras de entender el presente y el futuro. Debemos rescatar la discusión de las opciones como mecanismo para tener un mejor gobierno, pero también una mejor oposición.
El tercer desafío es la selección del liderazgo más capacitado para enfrentar los retos del bienestar y desarrollo en nuestro país. Un liderazgo que sea capaz de sumar y multiplicar, pero que tenga la valentía para enfrentar el autoritarismo y la injusticia. Un liderazgo que sea capaz de promover la reconciliación de los venezolanos luego de siete años de enfrentamientos creados y estimulados por el propio gobierno. Un liderazgo firme que tenga habilidad para dialogar y acordar. Ojalá los venezolanos sepamos aprovechar este nuevo año para demostrar que estamos a la altura de estos desafíos.
Politemas, Tal Cual, 11 de enero de 2006
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