No hay bienestar duradero sin empleo de calidad. En muchos países, el tema crítico de la agenda pública es justamente cómo fortalecer las condiciones que permitan crear más y mejores empleos. Los empleos decentes, como los denomina la Organización Internacional del Trabajo, son aquellos que permiten contar con buenos salarios y un adecuado régimen de protección social. Estos empleos también elevan la competitividad general del país. Y de esa manera, se atraen más inversiones que a su vez crean mejores empleos. Un circulo virtuoso de productividad y bienestar.
Los empleos decentes se encuentran generalmente en el sector formal de la economía. Es decir, el sector de empresas grandes, medianas o pequeñas, que combina la especialización de tareas, uso adecuado de tecnologías, y estabilidad y protección para los trabajadores. Es el sector de los llamados asalariados. En la medida que una sociedad tenga más trabajadores en el sector formal aumenta las posibilidades de generar ese círculo virtuoso.
No hay que ir muy lejos para conocerlo. La economía chilena ha fundamentado mucho de su auge de los últimos quince años en el fortalecimiento del empleo formal. De acuerdo con cifras de CEPAL, en 1990 Chile tenía 2,5% de su fuerza laboral clasificada como empleadora, es decir, aquellas personas que crean empleos para otros. Para el mismo año Chile tenía 75% de su fuerza laboral clasificada como asalariados y 22,5% como trabajadores por cuenta propia. En este último grupo se encontraban un 20,6% de trabajadores no profesionalizados, vale decir, con grandes posibilidades de formar parte del sector informal.
Para el año 2003 los empleadores en Chile habían alcanzado el 4,1% de la fuerza laboral (un aumento de 64%). Al mismo tiempo aumentó ligeramente el porcentaje de asalariados, a 75,5% de la fuerza laboral. Pero lo más significativo es que el aumento de los empleadores se realiza a expensas de la disminución de los trabajadores por cuenta propia, y especialmente de la disminución relativa de los trabajadores no profesionalizados. Estos trabajadores pasaron a representar el 15% de la fuerza laboral (una reducción del 27%). En otras palabras, Chile tiene más empleadores y menos trabajadores en el sector informal. No por azar Chile experimenta hoy una de las tasas de crecimiento sostenido más significativas de la región y una diversificación sin parangón en sus productos de exportación. Tampoco es de extrañar que Chile haya alcanzado ya la meta de reducción de pobreza extrema prevista para el año 2015.
Venezuela, por su parte, es la cara opuesta de la moneda. En 1990 teníamos 7,5% de la fuerza laboral clasificada como empleadora. También teníamos un 70% de asalariados y 22,5% de trabajadores por cuenta propia, de los cuales un 21,4% eran considerados como no profesionalizados. Teníamos más empleadores que Chile y una proporción similar de trabajadores en el sector informal.
Para 1999 habíamos perdido 13,1% de trabajadores asalariados y habíamos reducido los empleadores a 5,1%, con un consiguiente aumento de los trabajadores por cuenta propia (a 36,9%), muchos de los cuales (35,3%) son no-profesionalizados.
La tendencia del deterioro de nuestro sector formal continuó para el año 2003. Los asalariados perdieron 4,5% para situarse en 53,4%. Los trabajadores por cuenta propia aumentaron a 41,6%, con 39,6% en el grupo de los no-profesionalizados.
En los años de la “revolución” se ha agravado el panorama del empleo en Venezuela. Hemos perdido empleos de asalariados por causa de políticas públicas que no promueven la inversión y la sostenibilidad institucional requerida. El país ve con preocupación y angustia que las posibilidades de bienestar se alejan en la medida que la administración del presidente Chávez debilita nuestro aparato productivo y destruye empleos formales. El país sabe que vivimos una revolución de palabras.
Politemas, Tal Cual, 2 de noviembre de 2005
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