Las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela han recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2008. Por segunda vez, en su historia de 27 años, el premio recae en una agrupación. Este reconocimiento, como muchos anteriores, es una manifestación de la admiración mundial a una experiencia de más de treinta años, enraizada en toda nuestra geografía, con proyección social e internacional, orientada a promover la música como valor transformador.
El Jurado del premio señala que la iniciativa fundada por el maestro José Antonio Abreu, combina en un mismo proyecto “la máxima calidad artística y una profunda convicción ética aplicada a la mejora de la realidad social”. También reconoce el jurado la labor del sistema de orquestas para la formación de directores e intérpretes del más alto nivel. Resaltan, finalmente, la “confianza audaz en el valor educativo de la música para la dignidad del ser humano”.
El maestro Abreu, en sus palabras de agradecimiento, destacó el valor de la música como Derecho Social y el rol de las Orquestas Juveniles e Infantiles como experiencia de democratización de la enseñanza artística. Gustavo Dudamel, por su parte, afirmó el valor de la música para rescatar las “ilusiones de centenares de miles de niños y jóvenes” que pertenecen a la iniciativa.
El sistema de las Orquestas Juveniles e Infantiles es una innovación de Venezuela para el mundo. Es una demostración clara de que los proyectos exitosos requieren dedicación y paciencia. De que es posible alcanzar metas si las delineamos con claridad y las perseguimos con pasión. Para todo el mundo es evidente que el sueño de José Antonio Abreu requirió mucho esfuerzo, de él y de sus colaboradores, a través de estas décadas. Hoy el sueño es realidad en los hogares de más de un cuarto de millón de jóvenes y niños venezolanos.
Ha sido distintivo en el sistema haber concebido a la música como un valor social. Que debía llegar a los más recónditos espacios de nuestras diferencias sociales y económicas. Que más que la satisfacción individual, estamos en presencia de la gratificación colectiva. Que formar parte de una orquesta es un valor que permite crecer, en arte, pero también en ciudadanía. Que tocar un instrumento es un enorme proceso de aprendizaje, de valoración de la historia, pero también del presente. Que los clásicos son importantes, pero también lo son nuestras expresiones autóctonas. Que la sensibilidad por la música se puede transmitir y se puede popularizar. Que en cada niño y joven venezolano están, pendientes de desarrollar, las capacidades para destacar dentro y fuera del país en el mundo exigente de la música.
Para los que no son miembros del sistema, la experiencia también ha representado cambios. La música ha dejado de ser una actividad restringida, distante. La sociedad ha aprendido a valorar más a la música y sus manifestaciones. También se ha convertido en una demostración de sano orgullo. De algo en lo que hemos sido exitosos. Cada venezolano vive los triunfos del sistema como suyos. Es algo que reconforta, que estimula. Las Orquestas Juveniles e Infantiles gozan de la admiración de todo el país.
Quizás también porque la orquesta es sinónimo de trabajo de equipo. De cada quien haciendo bien su tarea. De cada quien mejorando su práctica y aprendiendo de los errores. Que cuando alguien no “sigue el paso”, es problema de todos. Que cuando se alcanza la armonía y los movimientos están acoplados, es signo de que los esfuerzos han sido recompensados. Ojalá seamos capaces de formas muchas orquestas también en todas las facetas de nuestra vida social.
Politemas, Tal Cual, 28 de mayo de 2008
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