La Cumbre Mundial de las Naciones Unidas, celebrada en septiembre de 2005, expresó la gran preocupación de la comunidad internacional por el “lento y desigual progreso” hacia la erradicación de pobreza. Todos los países subrayaron la necesidad de acciones urgentes, tanto en el ámbito nacional como en la cooperación internacional.
El documento final de la Cumbre señala que cada país debe tomar responsabilidad sustantiva en su propio desarrollo, así como en las políticas y estrategias vinculadas con sus realidades particulares. De esta manera se enmendaba la plana a aquellos gobiernos, como el nuestro, que buscan las causas de la pobreza más allá de sus fronteras.
El acuerdo generalizado es que ya no es suficiente terminar con declaraciones, muchas veces sin mayores compromisos. La realidad de la pobreza exige acciones concretas. El documento final de la Cumbre expresa la resolución de todos los países para “adoptar e implementar en el año 2006 amplias estrategias de desarrollo” con el fin de alcanzar los Objetivos del Milenio.
Si algún gobierno está en mora con los Objetivos del Milenio, es el del Presidente Chávez. Las evaluaciones realizadas por los organismos internacionales ilustran el retraso en el cumplimiento de tales objetivos, especialmente cuando se compara con la inmensa cantidad de recursos manejados en los últimos siete años. La sensible piel del gobierno no soportó la evaluación de la comunidad técnica internacional. Estar entre los últimos de la clase, especialmente en el ámbito de América Latina y el Caribe, no es, obviamente, motivo de orgullo.
Llegada la hora del balance, el discurso presidencial acudió a la exageración (“17 millones de venezolanos ahora tienen servicios de salud”) y a la utilización de cifras de kilos de alimentos para tratar de justificar su pobre desempeño. No pudo argumentar cómo se puede entender que un país nade en alimentos y que más de una cuarta parte de sus niños, entre 2 y 14 años, esté desnutrida. Todo el mundo supo que las palabras no pueden esconder la deplorable realidad de las condiciones de vida de nuestra población.
Terminado el efecto de las cámaras, vino el tiempo de las acciones serias. Aquellas que podrían modificar el cuadro anterior. El gobierno hubiera podido aprovechar la coyuntura de la discusión del presupuesto fiscal del año 2006 para incorporar cambios fundamentales en el cumplimiento de los Objetivos del Milenio. Al final se impuso la lógica que ha dominado la políticas públicas venezolanas en los últimos siete años. La lógica de la propaganda y de la inconsistencia. La lógica que antepone los intereses políticos a los problemas reales de la gente. La lógica de la palabra y no de los hechos. La lógica de la retórica. Vivimos un gobierno absolutamente retórico.
El monto del presupuesto fiscal del año 2006 asciende a poco más de 87 billones de bolívares. Esto es, 40 mil millones de dólares al cambio oficial. La extensión de la Ley de Presupuesto del año 2006 también es monumental. Exactamente 3.615 páginas. En todos esos billones y en todas esas páginas las menciones a los Objetivos del Milenio son minúsculas, casi una casualidad.
No existe nada que se parezca a un plan, mucho menos a la especificación de las metas y a las modalidades para alcanzarlas. En todas esas páginas no hay rumbo, no hay futuro. Los Objetivos del Milenio desaparecen del Ministerio de Educación, apenas se mencionan en el último de los objetivos de las políticas de salud. Queda la certeza de que no es posible conseguir aquello que ni siquiera se persigue.
Es muy fácil imaginarse la continuación de esta historia. En la próxima reunión internacional se volverá a apelar a la exageración y a la propaganda. La “verdad oficial” no puede ocultar la dura realidad de los millones de venezolanos afectados por el hambre, la pobreza, el empleo de baja productividad, y la educación de baja calidad. Hasta acá nos ha traído este gobierno autoritario e incompetente. Es claramente tiempo de cambios.
Politemas, Tal Cual, 8 de marzo de 2006
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