América Latina ha disminuido de manera sistemática su importancia relativa en la economía global. En los últimos 35 años la Región ha perdido representación en la capacidad de compra mundial (de 12% en 1980 a poco más de 8% en 2016). Para remate, la economía de la Región ha decaído en los últimos cinco años. Es verdad que en esa reducción influye el peso de economías como la de Brasil, Argentina y Venezuela. Y también es cierto que otros países experimentan procesos continuados de crecimiento económico. Pero hay signos de que el deterioro no es coyuntural y que existen tendencias preocupantes para el porvenir de la Región.
El último boletín estadístico de la Cepal ofrece evidencias sobre esas dificultades. En la Región no se están creando empleos productivos, al menos no en la cantidad necesaria para afrontar los retos actuales y futuros. Los países que tienen menor proporción de empleos de baja productividad, como es el caso de Chile y Panamá, no están por debajo del 30% de toda la fuerza laboral, Otros países como Venezuela, Colombia, Perú, presentan proporciones superiores al 50% de empleos de baja productividad.
Si bien es cierto que haber consolidado economías ordenadas, con tasas de crecimiento positivas y baja inflación, es un gran avance con respecto a los años ochenta, no es menos cierto que en la Región no están presentes las condiciones para la generación de empleos de calidad de manera sostenible. Muchos factores se pueden citar. La competencia por las inversiones es cada día más intensa. Los países de Asia, en especial China y ahora más recientemente India, están atrayendo cantidades astronómicas de inversión, y han desarrollado opciones tecnológicas que son muy poco frecuentes en América Latina. A ello debe sumarse la ausencia de políticas de innovación que articulen a los sectores productivos, a los gobiernos y a los centros de investigación. La desvinculación entre las empresas, los gobiernos y las universidades es quizás uno de los signos más evidentes de este rezago.
Lo anterior está concatenado con las debilidades de los sistemas educativos, especialmente en la vinculación con el sector productivo, y en las dificultades para innovaciones en la formación de recursos humanos. Muchos países de la Región tienen coberturas de educación secundaria que no alcanzan al 80% de la población. De manera que contar con recursos calificados, especialmente capacitados en matemáticas y ciencias, es mucho más fácil en los países asiáticos que en los nuestros.
En este contexto, las transformaciones no serán inmediatas, pero deben comenzar en algún momento. Una de las primeras exigencias es la conformación de acuerdos productivos con la participación de gobiernos, empresas, universidades, que se formulen para el mediano plazo pero que tengan implicaciones en el corto plazo. De estas premisas se pueden derivar opciones de cooperación entre empresas y centros de investigación (especialmente en universidades, sean públicas o privadas) que contribuyan a identificar requerimientos que puedan motivar nuevas líneas de investigación, y la aplicación, por otra parte, de conocimiento acumulado. Iniciar círculos virtuosos de innovación en procesos de cooperación es un requisito central para dejar de ser una Región de empleos de baja productividad, y favorecer nuevas opciones productivas para las nuevas generaciones de latinoamericanos.
Politemas, Tal Cual, 15 de febrero de 2017
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