Llegará un día, más temprano que tarde, en que el actual gobierno será cesado por lo venezolanos, a través de los medios democráticos y constitucionales. Con el paso del tiempo es bastante evidente que este largo gobierno decidió desde el principio cómo quería que se le recordara. Antes que ser el gobierno del “bienestar” o de la “prosperidad”, o de la “paz”, prefirieron ser “gobierno de violencia”. Con esa marca han dejado una huella de mucho sufrimiento para todos los venezolanos, una marca de división, una marca de maldad.
El gobierno se inauguró, allá por 1999, con una gran muestra de violencia institucional. Su propia constitución, por la que se convocó una Asamblea Nacional Constituyente, fue violentada cuando no tenía ni una semana de vigencia. El nombramiento de los poderes públicos contradiciendo lo establecido en el texto constitucional, significó la anulación del equilibrio de poderes y el monopolio de las decisiones de Estado por parte de un sector de la sociedad. Lo que hemos vivido desde diciembre de 1999, con esa decisión, ha sido el resultado de la anulación violenta de un acuerdo constitucional. La violencia se hizo presente a través de las maniobras y el sectarismo.
Luego el gobierno dejó que la violencia aumentará de manera exponencial en el país. Antes que controlar y disminuir la violencia, como se hace en los países democráticos y modernos, el gobierno permitió, a través de la negligencia, la pasividad, que el crimen se hiciera cotidiano. Los órganos de protección de los ciudadanos lucían inermes. Para remate, desde las más altas instancias del Poder Ejecutivo se enviaron mensajes complacientes y muchas veces justificativos de la violencia. Peor aún, se promovió la creación y desarrollo de grupos civiles que empezaron a recibir instrucciones y recursos para sustituir a las instancias del propio Estado. La violencia que hemos sufrido en los últimos días está relacionada con esas decisiones realizadas muchos años atrás.
Una nueva fase de la violencia fue contra los adversarios políticos. Líderes de la oposición han sido perseguidos, obligados a marcharse del país, otros se encuentran en la cárcel, alejados por años de sus familias, limitados en el ejercicio de sus derechos políticos. Es la violencia desencadenada desde el poder para callar a la disidencia. También han corrido la misma suerte medios de comunicación y organizaciones civiles. Muchos directivos de estas instancias tienen prohibición de salida del país, sufren vejámenes y ofensas. Es la violencia ejercida sin ninguna consideración.
En las últimas semanas, la violencia se ha hecho más anárquica. Son los propios órganos de seguridad del Estado los que agreden a ciudadanos que manifiestan en el ejercicio de sus derechos políticos. Estas agresiones coinciden con otras realizadas por bandas armadas, consolidadas en el marco de un Estado muchas veces cómplice. Las muertes sucedidas en estos días, más de treinta hasta este momento, son la demostración de la tragedia que vive el país, de lo que produce la violencia cuando se deja crecer y proliferar.
Especial mención debe recibir la Fuerza Armada Nacional, la cual está obligada a velar por la seguridad y protección de todos los venezolanos. Muchas de las consecuencias de esta violencia que vivimos está relacionada por la manera como el liderazgo de la Fuerza Armada Nacional ha tomado partido, no ha visto a todo el país, ha desvirtuado su papel profesional de garantía y respeto a los derechos de todos los venezolanos.
Por todas estas razones este gobierno será recordado como un “gobierno de violencia”. Tiene otras muchas características negativas, pero aquella que pone en peligro la vida y la integridad de los ciudadanos que habitan este país, es la que probablemente marcará más el juicio que recibirá este largo gobierno por parte de la Historia. De allí que sea cada día más urgente que cese la actual gestión por la voluntad democrática de los venezolanos.
Politemas, Tal Cual, 26 de abril de 2017