En años recientes la coherencia de políticas públicas ha cobrado más importancia. En la práctica de los países, se constatan muchos ejemplos de políticas que no son coherentes, es decir, que los objetivos perseguidos pueden incluso ser contradictorios. Un caso notable es la promoción de la creación del empleo a través de estímulos al emprendimiento, pero al mismo tiempo aumentar los costos asociados a la nómina de las empresas. Mientras la primera medida apunta a la flexibilidad en la creación de trabajos, la segunda crea restricciones en el mercado laboral. La coherencia, en este aspecto, debería obligar a reducir los efectos desventajosos de una política sobre otra.
Quizás una de las áreas en las que se aprecia más esta falta de coherencia es la vinculación entre el crecimiento económico y la reducción de la desigualdad. Durante mucho tiempo se asumió que lo importante era estimular el crecimiento. El fundamento se centraba en que, a mayor crecimiento económico, sucedía la incorporación de más sectores de la población a la creación de riqueza. En la práctica se constató que los países podían crecer pero que eso no significaba que se mejorara el bienestar de la mayoría de las familias. Porque el crecimiento podía realizarse en sectores específicos y no en el conjunto de la sociedad. Y también porque podía haber crecimiento sin que existiera mayor preocupación por las políticas de reducción de la desigualdad.
Luego vino el movimiento pendular. Es decir, llevar a cabo políticas para reducir la desigualdad. Algunos países han aplicado políticas centradas exclusivamente en la redistribución de la supuesta riqueza, sin mayor preocupación por la calidad del crecimiento. Se asume entonces que el crecimiento es prácticamente inexorable, cuando en realidad es el resultado de múltiples factores que deben marchar coordinadamente.
Se ha tardado un tiempo largo en reconocer que las políticas para crecer y reducir la desigualdad deben operar simultáneamente, y que los gobiernos deben tener especial cuidado en promover las sinergias entre ellas. En caso contrario, los países se preocuparán por crecer sin mayor vinculación con la reducción de la desigualdad. De la misma forma, otros países diseñarán mecanismos más sofisticados para reducir la desigualdad, independientemente de fortalecer la institucionalidad para mejorar la calidad del crecimiento.
La experiencia de América Latina en los últimos treinta años demuestra que se puede crecer y al mismo tiempo reducir la desigualdad. Los cinco países de la región que han logrado mayores reducciones en la desigualdad, a saber. El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Chile y Perú, también han tenido mejores desempeños en el crecimiento. En todos ellos la reducción de la desigualdad supera los diez puntos en el índice de Gini, siendo El Salvador el país con la mayor disminución (16 puntos). También en todos estos países el crecimiento económico, en promedio, ha estado entre los mayores de la región como es el caso de Chile y Perú, o ha sido de los más prolongados (en Guatemala todos los años han sido de crecimiento en el período, y en El Salvador en todos menos uno).
Es llamativo entonces que en la forma de explicitar estos objetivos muy pocas veces se mencionan de manera integrada estas políticas. Hasta el punto que puede transmitirse la idea de que son objetivos contrapuestos. La experiencia comparada en la región demuestra que países tan diferentes como los cinco mencionados han podido alcanzar resultados satisfactorios tanto en el crecimiento como en la reducción de la desigualdad. Es bastante probable que la realidad concreta de muchos países a veces esté muy distante del diseño de coherentes políticas públicas. Y también es demostración de que la coherencia de políticas es más el resultado de una visión y de la capacidad de comunicarla. Otra forma de decir que la coherencia es una función central de los liderazgos políticos y de los responsables de los gobiernos.
Politemas, Tal Cual, 9 de octubre de 2019