Ya les llegó el turno a las estaciones de servicio. Todas las actividades productivas que la revolución considere de “importancia estratégica” pasarán a manos del Estado. Para un gobierno que recibe cantidades muy altas por cada barril de petróleo es muy fácil tomar recursos fiscales para traspasar actividades productivas a la dependencia del Estado.
No se puede decir que la visión del Estado como el agente económico más importante es original del actual gobierno. La hemos tenido en otras etapas de nuestra historia. Tres factores pueden señalarse como totalmente diferentes a lo vivido anteriormente.
En la época de la Gran Venezuela (mediados de los setenta) también prevalecía la creencia de que era el Estado el factor fundamental. A pesar de que ya el proceso de sustitución de importaciones echaba agua por todas partes, la masiva entrada de petrodólares favorecía un esquema de desarrollo alrededor del Estado.
En la Gran Venezuela, sin embargo, había contrapesos en el sistema político. Carlos Andrés Pérez debía convencer, como en efecto lo hizo, no solamente a la dirigencia de su partido sino a los adversarios políticos. Nada más baste citar el consenso que se tuvo que lograr para aprobar la Ley de Reversión. Además, su gobierno duraba cinco años. Otro factor diferente era la cuantía de los ingresos recibidos como producto de la venta de petróleo. Lo que ha sucedido en los últimos cuatro años supera con creces lo experimentado en el boom petrolero de los setenta.
El tercer factor es ideológico. Antes las consideraciones eran más bien de la concepción del desarrollo. Se trataba de colocar al Estado en el centro, pero por razones pragmáticas. Se pensaba que así íbamos más rápido en el tren del desarrollo.
Ahora es diferente. Se trata de que el Estado debe copar toda la actividad social. El Estado sustituye al sector productivo privado porque se cree que no existe mejor actor para expresar las aspiraciones colectivas. Todo lo que no sea Estado se considera como aberrante, fuera de lugar. Da lo mismo que sea la actividad productiva privada o la actividad política. Es la visión de un solo partido, un solo productor, un solo comprador. Es claro que en esa concepción la sociedad queda fuera, que cualquier manifestación que desentone con esta visión es herética. Debe ser penalizada y punto. Es otra manera de expresar las visiones totalitarias.
Por todas estas razones es que la presencia del Petroestado es cada día mayor. La “revolución” sabe que su única salvación y sostenibilidad está en la visión todopoderosa del Petroestado. Pareciera que se hubiera llegado a la convicción de que en la medida que se incremente el poder del Estado, en ese misma medida la “revolución” durará más, quizás algunos hasta lleguen a pensar que será eterna.
Una revisión de los modelos de desarrollo experimentados en el siglo XX demuestra con muchas evidencias que convertir al Estado en el único actor productivo siempre termina mal. Se incorporan tantas distorsiones en la producción de bienes y servicios que se da al traste con los sistemas políticos. Nada más con la experiencia soviética basta para ilustrar. En China el Estado comunista acepta un capitalismo que en muchos casos es más que salvaje.
También sabemos que existen Petroestados, ejemplificados muchos de ellos en los países miembros de la OPEP, como el nuestro. Muchos de ellos son gobiernos autocráticos en lo político, y más ordenados en lo económico. El actual gobierno aumenta las dimensiones del Petroestado y trata de anular la experiencia democrática de los últimos cincuenta años. Signos evidentes de que su cúspide es transitoria, efímera.
Politemas, Tal Cual, 27 de agosto de 2008
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