En las últimas semanas los venezolanos hemos sentido las manifestaciones más claras de la ausencia de contrapesos en nuestro sistema político. Lo que también se llama el equilibrio de poderes en una sociedad democrática.
El presidente Chávez propuso la reforma del año pasado. Se realizó el referéndum. La votación favoreció a los opositores de la reforma. Ocho meses después el Presidente, en la oscuridad de la noche, envía a publicación en la Gaceta Oficial, luego de haberse vencido el lapso de la Habilitante, un “paquetazo” de 26 leyes.
Es evidente que todo esto no se hubiera producido de existir en Venezuela un pleno Estado de Derecho y un adecuado equilibrio de poderes. Luego de que la propia Asamblea Nacional se inhibe de su responsabilidad legislativa con la aprobación de poderes habilitantes, no era factible que los otros poderes salieran a oponerse a la supremacía del Poder Ejecutivo.
Por supuesto no debe esperarse que el Tribunal Supremo opine que se ha producido un exceso de poder. Que todo se hizo cuando los lapsos habían vencido. Que los procedimientos no fueron cumplidos. Que el presidente Chávez está obligado, por sentencia firme, a derogar las leyes en cuestión. Nada de eso sucederá.
Sencillamente porque desde diciembre de 1999 en Venezuela no existe garantía de contrapesos entre los poderes. Todos los poderes marchan al son y ton de la Presidencia de la República. Algunos han descubierto esto recientemente, pero es claro que llevamos casi una década en estos avatares.
La respuesta de muchos sectores no ha sido muy consistente con la profundidad del problema, ni con la solución. Si bien es cierto que hay que hacer la tarea de acudir a las instancias pertinentes para el consabido “derecho a pataleo”, no hay que hacerse muchas ilusiones con eso. Lo de las instancias internacionales también ayuda, pero no es fácil convencer cuando el adversario tiene muchos barriles de petróleo que ofrecer.
Los llamados a la movilización tampoco han sido muy atractivos. Se han convocado las marchas, pero ha ido poca gente. Para algunos esto es sinónimo de apatía, de que el gobierno autoritario e incompetente que tenemos puede hacer cualquier cosa, y de que la gente “se la cala”. Algunos llegan a señalar que así no de puede, que los tiempos que vienen serán más oscuros. El lenguaje en muchos casos adquiere un velo dramático y hasta angustiante.
Una mirada alternativa, en la cual nos anotamos, es que la cultura democrática del venezolano está expresándose con claridad. Que cincuenta años de ejercicio de la democracia, venida a menos, es verdad, están presentes. Han dejado su huella.
El venezolano sabe que este gobierno debe ser renovado a través del ejercicio del poder político que emana del voto. Sabe que en tres meses tenemos elecciones en decenas de estados y centenas de municipios. Que en cada uno de ellos se producirá un debate. Entre aquellos que defienden el “status quo” en que se ha convertido este gobierno, y aquellos que quieren un cambio sustantivo de rumbo. Entre los que aceptan el autoritarismo y la incompetencia, y los que aspiran redemocratizar a Venezuela y resolver los problemas fundamentales de la gente en esas localidades y regiones.
El venezolano sabe que en ese debate su instrumento más preciado es el derecho inalienable a expresar su opinión. Que por encima de todas las circunstancias, ese derecho es la alternativa más eficaz para enfrentar el autoritarismo. Sabe que el “voto castigo”, usado tanto en el pasado, sigue siendo la vía. Que el 23 de noviembre se conformará un nuevo cuadro político en Venezuela. Que sólo el voto lo hará posible.
Politemas, Tal Cual, 20 de agosto de 2008
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