El shock avanza en Venezuela. Las dificultades para conseguir alimentos y medicamentos aumentan todos los días. Las familias deben realizar mayores sacrificios, en términos de tiempo y angustias, muchas veces sin ninguna recompensa. Hacer una cola por largas horas, ya no es garantía de conseguir los bienes básicos. La economía venezolana está en una fase aguda de destrucción. Las consecuencias en la vida cotidiana de los venezolanos se observan hoy, pero se han generado desde hace más de una década. Lo que se constata es la conclusión de una ruta tomada por la convicción de que el desarrollo se lograba con un Estado inmenso, todopoderoso, al amparo de la renta petrolera. Los resultados indican la dimensión de ese fracaso.
Es importante precisar el origen concreto de esa destrucción. El momento exacto en que se empezó a gestar todo este monumental desastre económico. Y eso lo sabemos. Fue en la etapa en que comenzó la agresión sistemática contra las empresas privadas. Con su manifestación en la ola de expropiaciones a mediados de la década pasada. Bajo la premisa de que todo debía estar en el control del Estado, se procedió a expropiar empresas en las siguientes áreas de producción: alimentos, agroindustria, banca, construcción, comercio, telecomunicaciones, metalurgia, turismo, petróleo, gas, transporte, papel, textil, y pare de contar. Más de mil empresas fueron expropiadas entre 2005-2011, aunque no existe todavía un recuento completo.
El impacto de estas expropiaciones, por supuesto, no fue inmediato. Construir una empresa lleva tiempo, y transferir sus activos y tomar su control no es una tarea rápida. Se trata de procesos complejos, equipos humanos, tecnologías asociadas, en fin, toda la dinámica de creación de valor. De un día para otro, equipos humanos y técnicos debieron ser sustituidos. La modificación de los incentivos, esto es, que ahora todo estuviera controlado, sin mecanismos para el ajuste de precios y costos, trajo como consecuencia la pérdida de la dinámica productiva. Tal proceso dejado a su evolución en estos años, ha conducido al desmantelamiento de la capacidad productiva en esas empresas, y en todo el aparato económico del país. Lo que comenzó como una concepción fundamentada en prejuicios ideológicos y en un profundo desconocimiento de las tendencias modernas del desarrollo, ha terminado en uno de los desastres gerenciales y de políticas de mayor drama en el Siglo XXI.
La lección fundamental que se deriva de todo esto, es que el actual gobierno (desde 1999) no tiene ni la visión ni las competencias para detener este desastre e impulsar el país en otra dirección. De allí que sea central para el futuro de los venezolanos, que el gobierno sea sustituido a la brevedad por los canales establecidos en la Constitución. Y también debe quedar en la agenda de transformaciones, los mecanismos necesarios para garantizar los derechos de propiedad que fueron conculcados, expresados en pagos no realizados y todo tipo de daños asociados. Y finalmente, que los cambios que deben realizarse incorporen las modalidades de transferencia de estas propiedades públicas a sectores con la competencia y dinamismo para aumentar sustancialmente su productividad. Ojalá con la esperanza de que sea un aprendizaje perdurable.
Politemas, Tal Cual, 8 de junio de 2016
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