El último informe de UNICEF sobre la respuesta educativa ante la pandemia en América Latina y el Caribe, ilustra las magnitudes de las brechas que se han generado en la región. La relevancia de estas brechas aumentará seguramente las restricciones existentes para las coberturas educativas, y el progreso adecuado del desempeño de los estudiantes.
Señala el informe citado que el promedio de días lectivos sin clases presenciales en los países, entre marzo de 2020 y septiembre de 2021, es 153. Esta reducción en el número de días lectivos ha afectado 86 millones de niños y niñas. Para mediados de septiembre de 2021, 22 países de América Latina y el Caribe tenían las escuelas parcialmente cerradas o se encontraban en receso académico.
Tomando en cuenta que el número de días de actividad educativa anual debería estar entre 180 y 200, se puede asumir que esta pérdida abarca prácticamente un año de clases presenciales. Si en el mejor de los casos se hubiera podido mantener la actividad por vías no presenciales, es evidente la afectación en términos de los aspectos socio-pedagógicos involucrados. También es bien sabido que las posibilidades de contar con los recursos para una adecuada formación a distancia son muy poco frecuentes en el ámbito de la región.
Tres tipos de efectos se pueden señalar a partir de esta reducción extraordinaria de los días de actividad educativa. El primero de ellos es el desfase de corto plazo, es decir, entre los contenidos no cubiertos y las implicaciones que tienen para la prosecución en el siguiente año educativo. Esto significa en la práctica que se deberán poner en marcha mecanismos alternativos, con la consiguiente asignación de recursos adicionales, sean ellos tanto de personal como de infraestructura.
El segundo efecto está relacionado con la evolución de la pandemia cuando existen diferencias notables en la población completamente vacunada en la región. En la última semana de septiembre de 2021, solo cinco países (Uruguay, Chile, Ecuador, El Salvador, y Panamá) han superado el 50% de población completamente vacunada. De hecho, la mayoría de los países solo alcanzarán la cobertura de vacunaciones requeridas en el año 2022. Esto significa que la reapertura de la actividad educativa deberá realizarse con el seguimiento adecuado de las pautas epidemiológicas, y con niveles de incertidumbre relacionados con las bajas coberturas relativas que se mantienen en un grupo significativo de países.
El tercer efecto, mucho más complejo para analizar en estos momentos, es el impacto en la formación de capacidades de la población estudiantil (en todos los niveles) en la región. La mezcla de la pérdida de actividad educativa, especialmente en los sectores que dependen de la cobertura pública, y las debilidades de los sistemas de formación a distancia, aumentarán las brechas ya existentes en los recursos humanos de América Latina y el Caribe. Si esto se agrega al extraordinario deterioro productivo que ha ocasionado la pandemia, es muy evidente que las perspectivas de diversificación se complican de manera significativa.
En este contexto, es indudable que el impacto de la pandemia no será solo de corto plazo. Más bien se prolongará en los próximos años en la medida que las dinámicas políticas y económicas no puedan superar estas restricciones. Es bastante claro que la única forma de enfrentar estos extraordinarios retos es a través grandes alianzas en el seno de las sociedades de los países de la región. Ojalá se fortalezca la institucionalidad requerida para superar estos desafíos.
Politemas, Tal Cual, 29 de septiembre de 2021
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