El presidente Chávez ha fracasado estruendosamente. Pensó que bastaba su capacidad de convocatoria y una poderosa campaña, amparada en el manejo descarado de los recursos de la burocracia gubernamental en todos los niveles, para convencer a los venezolanos de que él debe ser presidente hasta que “se cumplan los objetivos revolucionarios”. Que es otra forma de llamar a su voluntad.
El Presidente se ha encontrado con una dura realidad. Las últimas cinco décadas no han pasado en vano. Para millones de venezolanos el aprendizaje democrático no es retórica. A pesar de todas las limitaciones de nuestra democracia, aumentadas en la década de la “revolución”, los venezolanos aprecian la importancia de tener un sistema que permita el cambio pacífico. Con la Constitución de 1961 el cambio se producía cada cinco años. Los gobiernos tenían tiempo exacto de duración. Con la Constitución de 1999 se amplió el período presidencial a seis años, pero se limitó la reelección a un solo período. Esas fueron las reglas de juego. Votadas y aceptadas.
Para millones de venezolanos tales reglas deben permanecer. Esa es la mayoría que se expresará el próximo domingo. Para muchos de ellos el mandato del presidente Chávez termina en enero de 2013. Fue decidido en 2006 y debe respetarse. Para otros tantos el sustituto del Presidente puede ser un dirigente de la “revolución”. De esa manera se daría un cambio para enfrentar las tantas debilidades que hoy ofrece la gestión del gobierno. Para otros, en 2012 es conveniente que asuma la dirección del país un liderazgo alternativo, diferente, que impulse una nueva agenda de cambios. Las posibilidades de que esta renovación se de en un marco de respeto y tolerancia es uno de los aspectos centrales de la decisión que tomaremos el 15 de febrero.
También ha influido en el rechazo a la propuesta de enmienda el ánimo que se siente en la calle. De acuerdo con estudios recientes de opinión pública, en concreto la encuesta 2008 de Latinobarómetro, el 53% de los venezolanos tiene miedo de estar desempleado en 2009. Este es el porcentaje más alto en América Latina. Apenas el 24% de los venezolanos piensan que las instituciones públicas funcionan bien. El 70% de los venezolanos piensa que los funcionarios públicos son corruptos. Menos del 50% de los encuestados aprueba la gestión del gobierno. Menos de la mitad expresa tener confianza en el gobierno. Menos de la mitad piensa que en el país está garantizada la propiedad privada.
De manera que la “revolución” ya no tiene la mayoría. Lo que fue una ilusión de cambio, fundada en la implosión del orden político, se ha evaporado. Para millones de venezolanos las soluciones al desempleo, a la delincuencia, a la falta de protección de los más pobres, a las penurias de la salud y de la educación, brillan por su ausencia.
Antes que enfrentar estos problemas, el presidente Chávez está concentrado en resolver la posibilidad de aspirar dentro de cuatro años. Tal dicotomía entre los problemas de la gente y las evidentes ansias de “mandar para siempre” han terminado de convencer a millones de venezolanos que hay que mantener el límite señalado en la Constitución. El presidente Chávez tiene cuatro años para mejorar su gobierno. Luego debe dar paso a nuevas ideas y a nuevos líderes.
La opción por el “No” expresa las inmensas posibilidades de cambio que requiere el país. De pasar de un gobierno centrado en los intereses y ambiciones de una persona, a un liderazgo inclusivo, renovado, que coloque el énfasis en los problemas de la gente. Tal es la dimensión de la elección que tomaremos este domingo.
Politemas, Tal Cual, 11 de febrero de 2009
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