El colmo del voluntarismo y de la incompetencia en el manejo del Estado. Es lo menos que puede decirse. Ahora resulta que el gobierno, por arte de una expresión verbal, decreta que en Venezuela se comenzará a exportar. Así de sencillo. Basta que alguien se acordara del “pequeño detalle” de que se acaban lo dólares y que lo que aporta el petróleo no es suficiente, para que aparezca el recurso de última hora, la solución mágica: exportar cosas diferentes al petróleo. Listo, genial, unas cuantas órdenes por acá y otras gestiones por allá, y el país se convertirá en una potencia exportadora de otros bienes que no sean barriles de petróleo.
Es evidente que en el gobierno la previsión y el conocimiento no son recursos en abundancia. Para exportar bienes y servicios que agreguen valor, se necesita una economía muy diferente a la actual. Se requiere un marco institucional que provea estabilidad y confianza. Para que aquellos que tengan ideas y recursos pueden desarrollar la cadena de valor que le permita elaborar productos atractivos en el mercado internacional. A sabiendas, por supuesto, de que los estándares de calidad en ese mercado internacional son cada día más rigurosos porque la competencia es cada vez mayor. Tiene que ser un excelente producto para que se hagan pedidos y se paguen en una moneda sólida. Y para que eso pase, el precio tiene que ser atractivo. Si la tasa de cambio ocasiona que cueste mucho al que está pensando pagar, el asunto se resuelve comprando en otra parte donde el precio en la moneda de cambio sea más atractivo. Es decir, al final del camino, lo que determina que un país exporte valor agregado son condiciones adecuadas para producir, y condiciones adecuadas para vender en el mercado externo.
En ambos aspectos, producir y vender en el mercado externo, Venezuela está en los peores niveles en el planeta. La destrucción de la producción está por doquier. La práctica anti sector productivo, y la estatización de la vida económica, son los ingredientes para que no exista inversión, y se paralice toda creación de valor. Nada más ver lo que está pasando con los alimentos, da una buena idea de lo que está sucediendo en toda la economía. Y por supuesto, ligado a lo anterior, está la persistencia de un régimen de controles, que hace completamente inviable que se pueda producir y competir en el mundo.
En 1998, Venezuela obtenía 32% de las divisas por la exportación de bienes diferentes al petróleo. Eso significaba aproximadamente 5 mil millones de dólares. La destrucción económica que se ha realizado en el país, por las erradas políticas de los últimos tres lustros, han provocado que en 2014 (según cifras de la OPEP), Venezuela solo obtuviera 4% de divisas por exportaciones no petroleras. Eso significa menos de la mitad del monto de exportaciones no petroleras de 1998. Esta proporción se ha mantenido en esos niveles desde 2008. Por supuesto, casi la totalidad de la capacidad productiva que existía en 1998 ya ha desaparecido o se encuentra en gran deterioro.
Ese es el dramático resultado de la visión estatista y totalitaria en el manejo de la sociedad venezolana. Se ha producido el mayor daño posible a la capacidad de generación de valor en el país. Si a ello se le suma el éxodo de recursos humanos de la mayor calificación y la estrategia para cercar a la universidad pública, generadora de conocimientos y posibilidades, se tiene una idea bien precisa de las consecuencias de estas nefastas políticas para el desarrollo del país. Es claro que todo esto puede ser revertido. Algunos aspectos serán de solución más rápida que otros. Pero es también muy evidente de que la única forma de hacerlo es enrumbando al país hacia una economía abierta, respetuosa de los derechos de propiedad, garante de la inversión y de la innovación, sin controles y distorsiones, en fin, creadora de riquezas y valor. Nada parecido al patrón seguido por el actual gobierno.
Politemas, Tal Cual, 19 de agosto de 2015
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