En junio de este año el 16% de los venezolanos, según algunas encuestas de opinión pública, consideraba que la situación estaba “muy mal”. Este porcentaje duplica al obtenido en enero de este mismo año. En cuestión de seis meses ha aumentado de manera muy notoria la proporción de venezolanos que siente el impacto de la crisis.
No es para menos. Desde finales del año pasado la economía ha dejado de moverse al ritmo de los cuatro años anteriores. Ya el desempleo oficial de los meses de mayo y junio es superior al que se tenía un año atrás. Todo eso en un clima de insatisfacción sobre los mecanismos de protección social (léase Misiones). Casi veinte por ciento de los venezolanos ha dejado de ser beneficiario de ellas. Si para remate se le agrega el impacto de la inflación sobre las compras básicas que tienen que hacer las familias, se tiene una idea de las condiciones de vida que hoy padecen millones de hogares venezolanos, especialmente en los estratos más pobres de la población.
La causa de tanto malestar en la vida de muchos venezolanos no es indescifrable. Tiene que ver con las consecuencias de malas políticas públicas. Luego de diez años hay muy pocas dudas de que tales políticas tienen su origen en concepciones equivocadas y retrasadas sobre lo que significa el desarrollo en una sociedad moderna como la nuestra. En estos diez años lo que hemos tenido es el intento infructuoso de alejar a Venezuela de la modernidad, al menos de los estándares que otros países han alcanzado cuando se trata de pensar en las condiciones de vida de la gente.
La responsabilidad de todo ello está vinculada a la propia concepción del presidente Chávez sobre bienestar. En el discurso de toma de posesión, por allá en el 2 de febrero de 1999, el presidente Chávez reconocía la existencia de una gran crisis social en Venezuela. Decía el Presidente que asumir el gobierno era como si “a uno le entreguen en sus manos una bomba de tiempo”. Señalaba que la “bomba social” estaba latiendo.
Para ejemplificar tal crisis social, el Presidente señalaba al desempleo, a la situación de sobrevivencia de un “millón de niños”, al déficit de 1,5 millones de viviendas, y al déficit de cobertura de la educación preescolar. Diez años después estamos con una crisis social aumentada. El desempleo y la informalidad está en la base de la situación de pobreza que afecta a casi un tercio de la población, el déficit de viviendas asciende a más de 2 millones de unidades, el 20 % de los niños en las escuelas está desnutrido.
Toda esta crisis es inherente a la manera de concebirla. En ese mismo discurso, decía el presidente Chávez que teníamos la “reserva de petróleo más grande del mundo”, así como la “quinta reserva más grande” de gas y oro, y que además teníamos, entre otras cosas, “millones de hectáreas de tierra fértil”. Cuando habló de la gente, el Presidente dijo que teníamos un “pueblo joven, alegre, dicharachero”. Hasta ahí no más. No dijo nada sobre la importancia de formar a ese pueblo para que produzca riqueza. No habló de la importancia de la educación para superar la pobreza. No habló de la protección social de calidad para contribuir a acabar con el círculo perverso de la pobreza.
No dijo nada sobre eso. Tampoco lo dice ahora. Para el presidente Chávez llegar al gobierno era fundamentalmente una revancha. Acabar con una clase política para colocar a otra. Y amparado en el alza del petróleo, repartir, dejando claro que todo ello depende de un gobierno centralista y omnipotente. No hay que extrañarse entonces de que la bomba social esté latiendo a más velocidad.
No es para menos. Desde finales del año pasado la economía ha dejado de moverse al ritmo de los cuatro años anteriores. Ya el desempleo oficial de los meses de mayo y junio es superior al que se tenía un año atrás. Todo eso en un clima de insatisfacción sobre los mecanismos de protección social (léase Misiones). Casi veinte por ciento de los venezolanos ha dejado de ser beneficiario de ellas. Si para remate se le agrega el impacto de la inflación sobre las compras básicas que tienen que hacer las familias, se tiene una idea de las condiciones de vida que hoy padecen millones de hogares venezolanos, especialmente en los estratos más pobres de la población.
La causa de tanto malestar en la vida de muchos venezolanos no es indescifrable. Tiene que ver con las consecuencias de malas políticas públicas. Luego de diez años hay muy pocas dudas de que tales políticas tienen su origen en concepciones equivocadas y retrasadas sobre lo que significa el desarrollo en una sociedad moderna como la nuestra. En estos diez años lo que hemos tenido es el intento infructuoso de alejar a Venezuela de la modernidad, al menos de los estándares que otros países han alcanzado cuando se trata de pensar en las condiciones de vida de la gente.
La responsabilidad de todo ello está vinculada a la propia concepción del presidente Chávez sobre bienestar. En el discurso de toma de posesión, por allá en el 2 de febrero de 1999, el presidente Chávez reconocía la existencia de una gran crisis social en Venezuela. Decía el Presidente que asumir el gobierno era como si “a uno le entreguen en sus manos una bomba de tiempo”. Señalaba que la “bomba social” estaba latiendo.
Para ejemplificar tal crisis social, el Presidente señalaba al desempleo, a la situación de sobrevivencia de un “millón de niños”, al déficit de 1,5 millones de viviendas, y al déficit de cobertura de la educación preescolar. Diez años después estamos con una crisis social aumentada. El desempleo y la informalidad está en la base de la situación de pobreza que afecta a casi un tercio de la población, el déficit de viviendas asciende a más de 2 millones de unidades, el 20 % de los niños en las escuelas está desnutrido.
Toda esta crisis es inherente a la manera de concebirla. En ese mismo discurso, decía el presidente Chávez que teníamos la “reserva de petróleo más grande del mundo”, así como la “quinta reserva más grande” de gas y oro, y que además teníamos, entre otras cosas, “millones de hectáreas de tierra fértil”. Cuando habló de la gente, el Presidente dijo que teníamos un “pueblo joven, alegre, dicharachero”. Hasta ahí no más. No dijo nada sobre la importancia de formar a ese pueblo para que produzca riqueza. No habló de la importancia de la educación para superar la pobreza. No habló de la protección social de calidad para contribuir a acabar con el círculo perverso de la pobreza.
No dijo nada sobre eso. Tampoco lo dice ahora. Para el presidente Chávez llegar al gobierno era fundamentalmente una revancha. Acabar con una clase política para colocar a otra. Y amparado en el alza del petróleo, repartir, dejando claro que todo ello depende de un gobierno centralista y omnipotente. No hay que extrañarse entonces de que la bomba social esté latiendo a más velocidad.
Politemas, Tal Cual, 19 de agosto de 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario