La crisis hondureña se profundiza. Tal parece, como el viejo dicho, que la sensatez se impondrá luego de que se hayan agotado todas las demás opciones. Signo evidente de que se ha avanzado mucho en la intención de dividir y polarizar a la sociedad hondureña. Todo ello no ha sido inesperado. Se venía incubando en los últimos años. Ante la actitud complaciente y hasta negligente de los organismos internacionales encargados de velar por la democracia, especialmente en nuestra región.
La OEA ha sido corresponsable de la crisis hondureña. No actuó cuando debía, luego actuó tarde, ahora se pone al lado de una conjunción internacional de actores para dejar muy mal parado el principio de libre determinación de los pueblos. El propio Secretario General, sin pensarlo dos veces, hace ver que la presencia de Zelaya “aumenta la tensión”, pero “también crea oportunidades”. Por favor. Para un país sometido en la última semana a las tensiones de un estado de sitio, con todas las dificultades inherentes a una crisis internacional, las palabras del Secretario General han debido sonar francamente huecas, hasta cínicas.
Lo cierto del caso es que la OEA la tomó con Honduras. Varias sesiones extraordinarias del Consejo Permanente en los últimos días demuestran que tal interés. No es para menos. Ahora que las cosas tienden a complicarse, es buena la oportunidad para promover el diálogo y el acercamiento. Siempre que ello no signifique tratar de imponer situaciones que desconozcan los argumentos de todas las partes involucradas. Todo eso está bien.
Lo que llama la atención también son los “silencios” de la OEA. Pareciera que el organismo no puede identificar otros tipos de crisis que afloran con mayor complejidad y que afectan la gobernabilidad democrática en la región. Todas ellas surgidas de la antítesis de un gobierno democrático. Basadas en la exclusión de otros sectores.
En Argentina el gobierno que acaba de perder las elecciones al parlamento, se empeña en aprobar una ley de medios que cuenta con amplio rechazo de los sectores opositores. Contraviniendo una vieja costumbre de que las mayorías deben respetarse y dejarlas actuar, se insistió en apretar el ritmo legislativo y aprobar la ley incluso con el retiro de la bancada opositora. Ante todo ello la OEA hizo mutis.
En Ecuador se arremete contra los medios desde el Poder Ejecutivo. También se aspira aprobar una legislación que provoca rechazo de los indígenas. La tensión política se lleva a las calles y se plantean manifestaciones de protestas. Ante todo ello no se escucha ni siquiera un alerta por parte de la OEA.
En Venezuela decenas de estudiantes realizan huelga de hambre para protestar por las injusticias que han llevado a muchos venezolanos a la cárcel, por disentir de la posición del gobierno. Deciden hacerlo en la sede de la OEA en Caracas. Para pedir al organismo que intervenga y solicite, al menos formalmente, la visita de una misión que explore las violaciones de los derechos políticos en Venezuela. Sobre eso tampoco se expresa la OEA. Ni una palabra.
La OEA calla en todas estas últimas ocasiones. Esos silencios dicen mucho sobre los prejuicios de sus representantes. Ya sabemos que detrás del sectarismo viene el aumento de las tensiones políticas. Y después viene el sufrimiento de la sociedad entera. La OEA sabe todo eso y calla. Es bueno no olvidarlo. Cuando renazca la libertad plena habrá que convertir a la OEA en un organismo de defensa y mejora de la democracia. Habrá que dotarlo de una sola moral.
La OEA ha sido corresponsable de la crisis hondureña. No actuó cuando debía, luego actuó tarde, ahora se pone al lado de una conjunción internacional de actores para dejar muy mal parado el principio de libre determinación de los pueblos. El propio Secretario General, sin pensarlo dos veces, hace ver que la presencia de Zelaya “aumenta la tensión”, pero “también crea oportunidades”. Por favor. Para un país sometido en la última semana a las tensiones de un estado de sitio, con todas las dificultades inherentes a una crisis internacional, las palabras del Secretario General han debido sonar francamente huecas, hasta cínicas.
Lo cierto del caso es que la OEA la tomó con Honduras. Varias sesiones extraordinarias del Consejo Permanente en los últimos días demuestran que tal interés. No es para menos. Ahora que las cosas tienden a complicarse, es buena la oportunidad para promover el diálogo y el acercamiento. Siempre que ello no signifique tratar de imponer situaciones que desconozcan los argumentos de todas las partes involucradas. Todo eso está bien.
Lo que llama la atención también son los “silencios” de la OEA. Pareciera que el organismo no puede identificar otros tipos de crisis que afloran con mayor complejidad y que afectan la gobernabilidad democrática en la región. Todas ellas surgidas de la antítesis de un gobierno democrático. Basadas en la exclusión de otros sectores.
En Argentina el gobierno que acaba de perder las elecciones al parlamento, se empeña en aprobar una ley de medios que cuenta con amplio rechazo de los sectores opositores. Contraviniendo una vieja costumbre de que las mayorías deben respetarse y dejarlas actuar, se insistió en apretar el ritmo legislativo y aprobar la ley incluso con el retiro de la bancada opositora. Ante todo ello la OEA hizo mutis.
En Ecuador se arremete contra los medios desde el Poder Ejecutivo. También se aspira aprobar una legislación que provoca rechazo de los indígenas. La tensión política se lleva a las calles y se plantean manifestaciones de protestas. Ante todo ello no se escucha ni siquiera un alerta por parte de la OEA.
En Venezuela decenas de estudiantes realizan huelga de hambre para protestar por las injusticias que han llevado a muchos venezolanos a la cárcel, por disentir de la posición del gobierno. Deciden hacerlo en la sede de la OEA en Caracas. Para pedir al organismo que intervenga y solicite, al menos formalmente, la visita de una misión que explore las violaciones de los derechos políticos en Venezuela. Sobre eso tampoco se expresa la OEA. Ni una palabra.
La OEA calla en todas estas últimas ocasiones. Esos silencios dicen mucho sobre los prejuicios de sus representantes. Ya sabemos que detrás del sectarismo viene el aumento de las tensiones políticas. Y después viene el sufrimiento de la sociedad entera. La OEA sabe todo eso y calla. Es bueno no olvidarlo. Cuando renazca la libertad plena habrá que convertir a la OEA en un organismo de defensa y mejora de la democracia. Habrá que dotarlo de una sola moral.
Politemas, Tal Cual, 30 de septiembre de 2009
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