En poco más de dieciocho meses tendremos un nuevo gobierno en el país. Todos los signos indican que el actual gobierno puede perder la reelección, y que el candidato de la Unidad Democrática puede alcanzar los votos que lo lleven a Miraflores. Lo cual será el inicio de una nueva etapa de crecimiento sostenido de las fuerzas democráticas.
Ese nuevo gobierno tendrá por delante muchos retos. La actual gestión se ha caracterizado por su autoritarismo e incompetencia. Las consecuencias en la vida concreta de los venezolanos son palpables. Los problemas más urgentes y acuciantes, como la inseguridad, el desempleo y el empleo de baja calidad, los servicios públicos, la falta de vivienda, por decir sólo algunos, se han agravado en estos doce años. Muchas esperanzas se han evaporado. Todo lo cual ha confluido en la creciente aspiración de renovación que se siente en todo el territorio.
Entre otras consecuencias, el actual gobierno ha deteriorado, algunas veces sin saberlo y otras a plena conciencia, la calidad de nuestras instituciones. Todo lo cual conspira para restablecer una base adecuada para solucionar los problemas. De manera que las tareas que tendrá que asumir el nuevo gobierno serán difíciles y complejas. Sin embargo, con la debida preparación y los acuerdos necesarios es posible obtener éxitos tempranos y enrumbar al país por una senda de estabilidad y progreso. Esa es la oportunidad que se nos presenta.
Ante tal perspectiva, pudiera asomarse la posibilidad de realizar reformas abruptas, con la lógica de que mientras más rápido se hagan los cambios, los resultados también vendrán más rápido. También podría proponerse que los grandes “desequilibrios” que dejará la actual administración exigirán cambios bruscos en muchas áreas de políticas.
Lo cierto del caso es que las reformas abruptas no son buenas consejeras. Las políticas de “shock” muchas veces han agravado las crisis de los países. En nuestra experiencia, especialmente sin los acuerdos necesarios, las reformas a “troche y moche” han acabado con las reservas de gobernabilidad. Más aún, los supuestos desequilibrios de un país con ingresos petroleros de 100 dólares por barril no tienen que manejarse con impulsividad. Especialmente porque las prioridades de ese nuevo gobierno deben estar orientadas a mejorar las mermadas condiciones sociales de la población.
De manera que el nuevo gobierno deberá asumir los cambios con el prudente gradualismo. Lo cual no es sinónimo de inmovilismo ni de pasividad. Todo lo contrario. Hay que moverse más, pero con pasos pequeños, sabiendo la dirección y los objetivos, pero con conciencia de que los cambios se sostendrán en la medida que sean progresivos, con resultados tangibles y sistemáticos. Gradualismo será la forma de lograr transformaciones duraderas.
Ese nuevo gobierno tendrá por delante muchos retos. La actual gestión se ha caracterizado por su autoritarismo e incompetencia. Las consecuencias en la vida concreta de los venezolanos son palpables. Los problemas más urgentes y acuciantes, como la inseguridad, el desempleo y el empleo de baja calidad, los servicios públicos, la falta de vivienda, por decir sólo algunos, se han agravado en estos doce años. Muchas esperanzas se han evaporado. Todo lo cual ha confluido en la creciente aspiración de renovación que se siente en todo el territorio.
Entre otras consecuencias, el actual gobierno ha deteriorado, algunas veces sin saberlo y otras a plena conciencia, la calidad de nuestras instituciones. Todo lo cual conspira para restablecer una base adecuada para solucionar los problemas. De manera que las tareas que tendrá que asumir el nuevo gobierno serán difíciles y complejas. Sin embargo, con la debida preparación y los acuerdos necesarios es posible obtener éxitos tempranos y enrumbar al país por una senda de estabilidad y progreso. Esa es la oportunidad que se nos presenta.
Ante tal perspectiva, pudiera asomarse la posibilidad de realizar reformas abruptas, con la lógica de que mientras más rápido se hagan los cambios, los resultados también vendrán más rápido. También podría proponerse que los grandes “desequilibrios” que dejará la actual administración exigirán cambios bruscos en muchas áreas de políticas.
Lo cierto del caso es que las reformas abruptas no son buenas consejeras. Las políticas de “shock” muchas veces han agravado las crisis de los países. En nuestra experiencia, especialmente sin los acuerdos necesarios, las reformas a “troche y moche” han acabado con las reservas de gobernabilidad. Más aún, los supuestos desequilibrios de un país con ingresos petroleros de 100 dólares por barril no tienen que manejarse con impulsividad. Especialmente porque las prioridades de ese nuevo gobierno deben estar orientadas a mejorar las mermadas condiciones sociales de la población.
De manera que el nuevo gobierno deberá asumir los cambios con el prudente gradualismo. Lo cual no es sinónimo de inmovilismo ni de pasividad. Todo lo contrario. Hay que moverse más, pero con pasos pequeños, sabiendo la dirección y los objetivos, pero con conciencia de que los cambios se sostendrán en la medida que sean progresivos, con resultados tangibles y sistemáticos. Gradualismo será la forma de lograr transformaciones duraderas.
Politemas, Tal Cual, 1 de junio de 2011
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