No hay peor sordo que el que no quiere oír. Verdad como un templo. Todo el que se haya percatado del mensaje enviado en las elecciones del 26 de septiembre, debe reconocer que fue una señal clara, nítida. Después de doce años de “revolución bonita”, los efectos devastadores que ha tenido en la vida concreta de los venezolanos no dejan dudas. El rumbo planteado por el actual gobierno no es compartido por las dos terceras partes de la población. Hasta el punto que la mayoría fue a las urnas para expresar su rechazo. Pero más que ello, para dejar en evidencia que ya ha optado por una alternativa democrática que promueva la democracia y el bienestar.
La resonancia de ese mensaje no ha sido aceptada por el Alto Gobierno. En su empeño por desmeritar las demandas de modificación de rumbo, el gobierno ha arreciado su curso. Las recientes “expropiaciones” no son más que expresiones de la utilización del poder para presionar, amedrentar, y aumentar el tamaño del Estado en perjuicio de las condiciones de vida de la población. La estrategia que predomina es la creencia de que el uso sistemático de estos mecanismos de presión, terminará minando la paciencia de las fuerzas democráticas. Que tal insistencia contribuirá a fragmentar la alianza alternativa, y que cualquier exceso podría manifestarse en actos ajenos a las prácticas institucionales.
Para el gobierno dos años es un período largo. En el cual, con la debida combinación de eventos externos (de allí la insistencia en el precio del barril a 100 dólares), y la provocación deliberada de los adversarios, podría concretarse la recuperación del fervor popular y de allí disputar la reelección del 2012. Allí radica la sordera del Alto Gobierno. En no percatarse que su tiempo pasó. Que la indulgencia concedida a lo largo de estos doce años ha llegado a su fin. Que se expresa en multitud de protestas todos los días en todos los rincones de Venezuela. Y que antes que ponderarlas, conocerlas, el gobierno arremete contra ellas. Nada más su conducta con respecto a la protesta de la semana pasada en el Metro ilustra el punto.
También pretende desconocer el gobierno que a la par de las protestas, un sentimiento se extiende por el país. La certeza de que se está gestando una nueva etapa de transformaciones, que a través de la articulación y el esfuerzo unitario se crearán nuevas oportunidades de progreso. Y que todo ello conducirá a la sustitución del actual gobierno a través del voto de los venezolanos. Existe la constatación de que para la mayoría de los ciudadanos esa nueva etapa está mucho más extendida de lo que el actual gobierno puede imaginar. De allí que los jerarcas cada día oyen menos, se alejan más de las calles, utilizan más la represión para acallar. Quieren convertir en silencio lo que es ya un clamor atronador. No podrán.
La resonancia de ese mensaje no ha sido aceptada por el Alto Gobierno. En su empeño por desmeritar las demandas de modificación de rumbo, el gobierno ha arreciado su curso. Las recientes “expropiaciones” no son más que expresiones de la utilización del poder para presionar, amedrentar, y aumentar el tamaño del Estado en perjuicio de las condiciones de vida de la población. La estrategia que predomina es la creencia de que el uso sistemático de estos mecanismos de presión, terminará minando la paciencia de las fuerzas democráticas. Que tal insistencia contribuirá a fragmentar la alianza alternativa, y que cualquier exceso podría manifestarse en actos ajenos a las prácticas institucionales.
Para el gobierno dos años es un período largo. En el cual, con la debida combinación de eventos externos (de allí la insistencia en el precio del barril a 100 dólares), y la provocación deliberada de los adversarios, podría concretarse la recuperación del fervor popular y de allí disputar la reelección del 2012. Allí radica la sordera del Alto Gobierno. En no percatarse que su tiempo pasó. Que la indulgencia concedida a lo largo de estos doce años ha llegado a su fin. Que se expresa en multitud de protestas todos los días en todos los rincones de Venezuela. Y que antes que ponderarlas, conocerlas, el gobierno arremete contra ellas. Nada más su conducta con respecto a la protesta de la semana pasada en el Metro ilustra el punto.
También pretende desconocer el gobierno que a la par de las protestas, un sentimiento se extiende por el país. La certeza de que se está gestando una nueva etapa de transformaciones, que a través de la articulación y el esfuerzo unitario se crearán nuevas oportunidades de progreso. Y que todo ello conducirá a la sustitución del actual gobierno a través del voto de los venezolanos. Existe la constatación de que para la mayoría de los ciudadanos esa nueva etapa está mucho más extendida de lo que el actual gobierno puede imaginar. De allí que los jerarcas cada día oyen menos, se alejan más de las calles, utilizan más la represión para acallar. Quieren convertir en silencio lo que es ya un clamor atronador. No podrán.
Politemas, Tal Cual, 17 de noviembre de 2010
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