Muy pasados de moda están aquellos tiempos en que el gobierno hablaba de redistribuir la riqueza. El argumento era equivocado, pero lo repetían a toda hora. Decían que el problema de Venezuela no era de crecimiento, sino de redistribución. Que había que concentrarse en traspasar recursos de aquellos que más tenían a los que tenían menos.
La justificación de esta transferencia estaba basada en que teníamos mucho petróleo. Y que hasta el momento que llegó el liderazgo de este largo gobierno, lo que había prevalecido era la concentración de riqueza en manos de unos pocos. Todo ello aderezado con las críticas a la clase política y a los partidos de la época. Sin excluir el hecho de que Venezuela tiene, como muchos países de América Latina, una gran desigualdad en términos de distribución de la riqueza, no es tan directo que la solución sea redistribuir solamente.
Para que se pueda redistribuir, sigue el argumento oficial, hay que fortalecer al Estado. Porque es el “único” que puede hacerlo con la debida efectividad. Y para que eso pase, entonces hay que apropiarse de todas aquellas riquezas que estén en manos de particulares, al menos las más significativas. Si se toman esas empresas, entonces el Estado, con su gran sentido de solidaridad, irá asignando a cada venezolano lo que requiere. Y cuando cada quien tenga lo que corresponde, entonces todos seremos felices. Claro, eso es en el mundo ficticio, como muchos argumentos construidos en estos años por el sector oficial.
En ese mundo de ilusiones no hay que preocuparse por crear riqueza. Ya tenemos todas la que se requiere. Cualquier intento para hablar de eso, era considerado como desviación consumista. Muchos menos por desarrollar los incentivos adecuados para que la creación de riqueza sea un proceso sistemático, sostenible. Nada de eso.
Pues bien, resultó que ahora, luego de 15 años, ya para 16, la Cepal dice en su informe Panorama Social 2014, que el aumento de la pobreza que se ha producido en Venezuela en los últimos años, se debe a que la economía no crece. Que nada tiene que ver ese aumento con el aumento de la desigualdad. Es decir, somos más pobres porque no crecemos, porque la economía está prácticamente en las peores condiciones para el crecimiento que se puedan imaginar.
Ojalá esta constatación prenda alguna señal de alarma en el tablero de este desgastado gobierno. Que se comprenda que no puede haber solución a los problemas de la calidad de vida sin crecimiento económico. Y que justamente lo que hemos tenido en estos quince años es la combinación perfecta para no crecer: animadversión contra el sector privado, vulneración de los derechos de propiedad, excesiva regulación de la actividad económica, clima contrario a la creación de nuevas empresas. El gobierno ha llegado al sitio al que conducían sus desatinos e ignorancias: a la caída de la actividad económica y a mayor pobreza. No podían llegar a otra parte.
Politemas, Tal Cual, 11 de marzo de 2015
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