El gobierno del Presidente Chávez aspira que los venezolanos tengan un solo patrono, el Estado. La secuencia de estatizaciones que se han producido en los últimos años, junto con las declaraciones de los últimos días, no dejan dudas. El sueño del exacerbado estatismo es una sociedad en donde el Estado sea el único garante del empleo de los ciudadanos.
La “revolución bonita” no se caracteriza justamente por promover el empleo productivo. No ha sido nunca así. El ejercicio del poder en los últimos once años ha procurado, más que el desarrollo de nuestra capacidad productiva, la acumulación progresiva del poder económico desde el Estado. Podríamos decir que una fase más agresiva del Petroestado que hemos conocido en otras épocas de nuestra historia.
El aumento de la presencia del Estado en la actividad económica fue favorecido por la ingente cantidad de recursos del boom del período 2004-2008. Grandes empresas fueron traspasadas a la esfera pública. En algunas de ellas se retornó al estatus público que había sido modificado en la década de los noventa. Todo ello significó, según las propias fuentes oficiales, la duplicación del empleo en el sector público en los últimos once años. En muchas de estas empresas los sindicatos fueron activos promotores de las estatizaciones. Ahora están viendo las cosas desde otra perspectiva.
La recesión económica que sufrimos desde hace más de un año, hizo suponer que los recursos fiscales para la cancelación de las expropiaciones eran mucho menores, y en consecuencia el gobierno desistiría por un tiempo de esta práctica. Ese no ha sido el resultado. El gobierno ha proseguido con las estatizaciones. No sólo las anuncia, también las concreta. Muchas de ellas no las formaliza porque no cuenta con los recursos. Sin embargo, ese no el punto central. Para el gobierno estatizar no es un problema de viabilidad económica, es una expresión ideológica. Se trata de demostrar que se está en progresivo control de la sociedad. Los ingresos del petróleo se encargarán del resto.
Lo que no ha estado en la ecuación del gobierno, es que para esos trabajadores que ahora están en empresas estatizadas, la realidad es muy distante de la visión oficial. Las empresas estatizadas son grandes demostraciones de improductividad, de reducción de beneficios de los trabajadores, de pérdidas inmensas de inversión. Si a ellos sumamos el deterioro de la productividad de los trabajadores venezolanos que se ha experimentado en el actual gobierno, es evidente que la “revolución” tiene muchos problemas para convencer de que esa es la vía para el bienestar. El actual gobierno no sólo reduce las condiciones de trabajo en las empresas públicas, también promueve restricciones para la creación de nuevos empleos. Otra forma de decir que la “revolución” es insostenible.
La “revolución bonita” no se caracteriza justamente por promover el empleo productivo. No ha sido nunca así. El ejercicio del poder en los últimos once años ha procurado, más que el desarrollo de nuestra capacidad productiva, la acumulación progresiva del poder económico desde el Estado. Podríamos decir que una fase más agresiva del Petroestado que hemos conocido en otras épocas de nuestra historia.
El aumento de la presencia del Estado en la actividad económica fue favorecido por la ingente cantidad de recursos del boom del período 2004-2008. Grandes empresas fueron traspasadas a la esfera pública. En algunas de ellas se retornó al estatus público que había sido modificado en la década de los noventa. Todo ello significó, según las propias fuentes oficiales, la duplicación del empleo en el sector público en los últimos once años. En muchas de estas empresas los sindicatos fueron activos promotores de las estatizaciones. Ahora están viendo las cosas desde otra perspectiva.
La recesión económica que sufrimos desde hace más de un año, hizo suponer que los recursos fiscales para la cancelación de las expropiaciones eran mucho menores, y en consecuencia el gobierno desistiría por un tiempo de esta práctica. Ese no ha sido el resultado. El gobierno ha proseguido con las estatizaciones. No sólo las anuncia, también las concreta. Muchas de ellas no las formaliza porque no cuenta con los recursos. Sin embargo, ese no el punto central. Para el gobierno estatizar no es un problema de viabilidad económica, es una expresión ideológica. Se trata de demostrar que se está en progresivo control de la sociedad. Los ingresos del petróleo se encargarán del resto.
Lo que no ha estado en la ecuación del gobierno, es que para esos trabajadores que ahora están en empresas estatizadas, la realidad es muy distante de la visión oficial. Las empresas estatizadas son grandes demostraciones de improductividad, de reducción de beneficios de los trabajadores, de pérdidas inmensas de inversión. Si a ellos sumamos el deterioro de la productividad de los trabajadores venezolanos que se ha experimentado en el actual gobierno, es evidente que la “revolución” tiene muchos problemas para convencer de que esa es la vía para el bienestar. El actual gobierno no sólo reduce las condiciones de trabajo en las empresas públicas, también promueve restricciones para la creación de nuevos empleos. Otra forma de decir que la “revolución” es insostenible.
Politemas, Tal Cual, 16 de junio de 2010
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