No hay forma de enfrentar el autoritarismo que no pase por un acuerdo fundamental por la democracia. Esta ha sido la experiencia de España y Chile, entre otros ejemplos. En el primer caso se generó un acuerdo amplio que permitió la transición española y facilitó la configuración de una de las sociedades más dinámicas e innovadoras de Europa Occidental.
En el caso de Chile, el acuerdo se produce con el objetivo de enfrentar la dictadura de Pinochet con una alternativa democrática. Luego de la derrota en el plebiscito, se articula una alianza de partidos que ha gobernado Chile por dieciséis años, una de las etapas de mayor bienestar y estabilidad en la historia del país austral.
Los casos recientes de Perú y Ucrania también ofrecen lecciones significativas. En el primer caso, la confluencia de los sectores democráticos opuestos al gobierno de Fujimori se tradujo en la organización político-electoral que coordinó las salidas institucionales amparadas en un clima de movilización pública. En el caso de Ucrania se demuestra que un liderazgo movilizador, definido, dispuesto, es capaz de enfrentar con éxito los canales sofisticados y muchas veces intolerables del autoritarismo.
Todas estas experiencias tienen un denominador común. El enfrentamiento de los autoritarismos requiere una alianza inteligente, sostenida y sistemática de los sectores democráticos. No hay cabida al sectarismo en este lucha. También es ingenuo asumir que la sustitución de este tipo de regímenes es posible con canales de participación dominados, por múltiples vías, por un Poder Ejecutivo excluyente. Combatir el autoritarismo con los métodos formalizados para tiempos democráticos es una ruta directa al fracaso.
Hace tiempo que el gobierno del presidente Chávez pasó la línea que conduce al autoritarismo. Para los escépticos que quedaban, se puede mostrar los acontecimientos de la semana pasada. Basado en el control rígido de todos los canales del poder, el gobierno procedió a iniciar la campaña electoral con cadenas en varios días de la semana, sin ningún pudor impuso a las autoridades electorales su agenda, sus tiempos. Ante ello, el silencio complaciente de los responsables del Poder Electoral más que una mácula es complicidad.
El Acuerdo por la Democracia supone establecer una estrategia general que tiene dos momentos críticos. En primer lugar, todos los actores políticos y sociales deben acordar sobre los supuestos básicos que deben conducir a elecciones limpias y libres. Se combate al autoritarismo con la convicción de que el ejercicio del voto es el medio de expresión de la voluntad popular. Estos acuerdos deben ser de obligatorio cumplimiento para todos los actores. La conformación de este clima de diálogo y acuerdo es esencial para disminuir las tendencias excluyentes, aquellas que pueden beneficiarse de la ausencia de mecanismos democráticos.
La segunda etapa del Acuerdo por la Democracia supone reconocer que las elecciones de este año son una oportunidad para sustituir con votos este gobierno autoritario e incompetente. De tal manera que todos los liderazgos democráticos que se sientan capaces de convocar al país al entendimiento, a la renovación democrática y al bienestar real de todos los venezolanos, deben expresarse. Más importante aún, estos liderazgos deben concertar con el país los contenidos de este Acuerdo.
Todos estos liderazgos deben tener la voluntad para construir consensos. Hasta el punto que deben establecer las pautas de decisión por las cuales se llegará a seleccionar el abanderado presidencial de esta gran confluencia. El país democrático requiere que todos estos liderazgos sean capaces de interpretar los grandes deseos de concordia y reafirmación democrática que tienen todos los ciudadanos. La madurez, inteligencia, apertura y humildad de estos liderazgos, será probablemente la medida del porvenir de los venezolanos en los próximos tiempos.
Politemas, Tal Cual, 8 de febrero de 2006
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