Luego de 17 años, el panorama creado por el predominio de la visión estatista no necesita mayores explicaciones en Venezuela. La injerencia del Estado en cada uno de los aspectos de la vida social es evidente. En el plano político, se puede constatar la tendencia excluyente en el manejo del Estado. Solo aquellos que se adhieren, pueden participar. Todos aquellos que disienten, o simplemente hacen uso de la pluralidad que debe caracterizar una sociedad democrática, son excluidos, prácticamente no existen, mucho menos considerados. Es la segregación política en su máxima expresión. Muchos venezolanos la sufren dramáticamente en la cárcel o en el exilio.
En el ámbito económico, la creencia dominante por parte de los que manejan el Estado es que basta el control de la riqueza petrolera para garantizar la prosperidad. Ergo, si la riqueza petrolera está en manos del Estado, no es necesario tomar en cuenta ningún otro sector productivo. Es la autosuficiencia en su punto más alto. Se trata, en consecuencia, de apropiarse de todas aquellas áreas de la actividad productiva bajo el supuesto de que marcharán mejor en manos del Estado y, por tanto, podrán rendir mejores beneficios para los ciudadanos.
La imposición del Estado también abarca la política social. Solo aquellos que manifiesten su adhesión podrán ser beneficiarios. Para ello se deberán seguir las exigencias, desde la aprobación y apoyo de opinión pública, hasta la votación en los procesos electorales, y el adoctrinamiento. El ciudadano es sustituido entonces por un seguidor condicionado, dependiente de los designios y recursos en manos de los que manejan el Estado.
Cabe preguntarse por los fundamentos de esta conducta, tanto de quienes gobiernan, como de los adeptos a esta visión. Es preciso indagar sobre sus orígenes, para entender las razones que la condicionan. Y más importante, para desarrollar las opciones para que no se vuelva a repetir.
En 1998, el 16% de los venezolanos, según la encuesta Latinobarómetro, consideraba que el Estado podría resolver todos los problemas de la sociedad porque tenía los medios para ello. El porcentaje más alto en todos los países de América Latina en los cuales se realizó la encuesta en ese año. El 30% de la población consideraba que el Estado podía resolver la mayoría de los problemas. La suma de ambos porcentajes nos acerca a casi la mitad de la población. De manera que prácticamente uno de cada dos venezolanos pensaba en que el Estado tenía cierta “omnipotencia”.
La idea de un Estado todopoderoso es un canal de dos vías. En quienes quieren alcanzar el poder, despierta la posibilidad de que manejando al Estado se alcancen todos los sueños. Y en los electores despierta la idea de que aquellos que alcancen el poder tendrán acceso a todas las posibilidades para mejorar sus vidas. Los efectos de esas dos visiones están a la vista. Por una parte, un gobierno que se creyó que manejando exclusivamente al Estado se llegaba al desarrollo. Por la otra, los electores desencantados porque no funcionó. Ojalá podamos aprovechar esta dura lección para concebir un Estado más real, menos omnipotente, menos perfecto.
Politemas, Tal Cual, 11 de noviembre de 2015
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