En los últimos quince años las políticas públicas han sido guiadas para aumentar el preponderante rol del Petroestado venezolano. Todas las instancias de mediación de la sociedad, tales como partidos políticos, medios de comunicación, organizaciones civiles, universidades, entre otras, han sido limitadas en su capacidad de autonomía ante el Estado. Las organizaciones de los ciudadanos han quedado maltrechas en este proceso, sin mayores posibilidades para expresar diversidad e independencia.
Todo lo anterior ha ido en paralelo al proceso de debilitamiento del sector privado. La expropiación sin cumplimiento de los procesos legales, así como la simple invasión de propiedades, ha contribuido al traspaso de bienes a las manos del Estado, así como la inhibición de inversiones de nacionales y extranjeros. Como resultado, la influencia del Estado en la vida cotidiana de los venezolanos es creciente y contraproducente. De allí que no deba extrañar que hoy en día Venezuela tenga el Estado más grande en América, tomando en cuenta la proporción que representa con respecto al total de la economía.
En 1998, según datos de Latinobarómetro, el 16% de los venezolanos pensaban que el Estado podía resolver todos los problemas. En 2010, según la misma fuente, este porcentaje ascendió a 47% de la población. En 1998, el 46% de los venezolanos pensaban que el Estado podía resolver todos los problemas o la mayoría de los problemas. En 2010 ese porcentaje había aumentado a 82%. Esto significa que para la gran mayoría, el Estado es el gran responsable de lo que le pase y de la solución de sus problemas.
Tal cambio en la opinión pública puede estar asociado con la inmensa presencia del Estado en la vida cotidiana de los ciudadanos en estos tres lustros, pero también con la extraordinaria campaña de propaganda oficial, encargada de reiterar ese rol. Como corolario, los ciudadanos perciben que cualquier otra forma de organización que no pase por el control del Estado es inviable y distante.
Esta valoración del Estado coexiste con la época de peor desempeño de la gestión pública. La injerencia exagerada del Estado en el financiamiento y la prestación de servicios no ha significado el mejoramiento de las condiciones de vida de la población. De tal manera que la creencia en el poder real del Estado está más vinculada con las ideas que con la realidad. Esto explica la popularidad del mito, pero también deja claros los caminos para enfrentarlo. Se requiere un esfuerzo concertado, especialmente en los niveles cercanos a la gente, para informar y criticar este majestuoso fracaso del Estado. En la medida que se enfrente el mito, seremos capaces de encontrar una mejor combinación de los roles del Estado y la sociedad para enfrentar los problemas públicos. En caso contrario, el mito nos seguirá atrapando.
Politemas, Tal Cual, 10 de julio de 2013
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