lunes, 14 de diciembre de 2015

Yo y mi ambición, mi ambición y yo

Ya no hay disimulo posible. En los últimos días el presidente Chávez se ha mostrado tal como es. Expresando una incontenible ansia de poder. El poder como fin último, como necesidad vital. Mantenerse en el poder es el único objetivo de la “revolución”. La consagración del culto a la personalidad. La sociedad y el Estado necesitan un único líder. Sin él todos estamos perdidos.

En la época del 4 de febrero era posible ocultar la verdadera intención de la asonada militar. El deterioro del acuerdo político de 1958 era ostensible. La pérdida de apoyo popular era notoria. El malestar social y político bastante explicable. Muchos venezolanos tuvieron el espejismo de apoyar la intentona militar.

Estaba claro, sin embargo, que la insurgencia contra un gobierno constitucional, con menos de dos años de mandato por delante, era más producto de la ambición que un proyecto político compatible con las prácticas democráticas. El célebre “por ahora” escondía la revancha. Era una manera de diferir el objeto central, que hoy vemos único: la toma del poder.

Para ello el líder debía sufrir una necesaria transformación. De su rechazo a la participación electoral, francamente llamando a la abstención, debía pasarse a la lucha política aceptada en Venezuela: conseguir el poder por los votos. Hoy también está claro que los votos obtenidos en las elecciones de 1998 fueron más un trámite que una convicción. Con los votos se llegó al poder. De allí el claro contenido utilitario de las elecciones, experimentado en esta larga década.

Prueba de que el ascenso al poder era el fin último fue la ausencia de política social por casi un lustro. El gobierno anuló todos los canales de distribución de beneficios desarrollados en la década de los noventa y los sustituyó por la burocracia militar. Episodios de corrupción e incompetencia acabaron rápidamente con esa posibilidad.

Para un gobierno que supuestamente tenía por objetivo reducir la pobreza es inexplicable la tardanza. Sólo con los sucesos de abril de 2002 el gobierno aprende que hay demandas sociales que debe atender para mantenerse en el poder. La política pública tiene una connotación utilitaria. Se trata de crear ilusiones de atención con fines exclusivamente electorales. Para el gobierno del presidente Chávez su preocupación por los pobres ha sido un acto para la galería. De haber sido genuina se hubiera cuestionado sus respuestas incompletas y poco fundamentadas en la experiencia de otros países.

Luego de la victoria electoral del referéndum de 2004 y en la reelección presidencial del 2006, el gobierno preparó su asalto final a la perpetuidad del mando. Fue allí cuando se le pasó la mano. Se encontró con el tuétano democrático de los venezolanos. A pesar de todos los pesares, hay una convicción en el colectivo venezolano de que los gobernantes no pueden eternizarse en el poder. Que el mandato indefinido es contrario a la democracia y a las prácticas republicanas.

Pero ya el presidente Chávez no oye. Sólo sabe que su mandato tiene un límite establecido: febrero de 2013. Ello le produce rechazo. ¿Cómo es posible que se acepte que no tendremos al líder de la “revolución”? He allí la desesperación. 

Se sabe que la “revolución” se parece más a un periódico de ayer que a una posibilidad para solucionar los problemas del país. Lo que viene es una cadena de eventos que irán disminuyendo el poder de la presidencia: nuevos mandatarios regionales, nuevos diputados a la Asamblea, nuevos poderes. De allí la angustia presidencial. Ha salido a la calle y no se ha percatado de que está desnudo. Que todos nos hemos dado cuenta que sólo le interesa el poder. Que ya no se puede esconder.

Politemas, Tal Cual, 10 de diciembre de 2008

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