viernes, 20 de septiembre de 2019

Las brechas de desigualdad en América Latina

En los últimos años la preocupación por la desigualdad, entendida como diferencias entre países y dentro de los países, ha ocupado un mayor espacio en la agenda pública. En la gran mayoría de los casos se asocia con el ingreso (de países o personas), pero es también visible en el acceso a servicios y beneficios. Que aumente la preocupación por la desigualdad, y especialmente por las políticas que la pueden reducir, es, sin dudas, muy positivo. Pero también es una llamada de atención sobre lo que debería ser una condición permanente en el diseño y evaluación de políticas públicas. De hecho, la insistencia en la igualdad, como lema republicano, ha estado presente por siglos. 

Con una mirada más contemporánea, la desigualdad es una restricción significativa para la armonía de la vida social. En primer lugar, porque la desigualdad es una vulneración de la condición humana. Y es por ello que, desde múltiples perspectivas, filosóficas, religiosas, ideológicas, la desigualdad es motivo de rechazo. En un segundo momento, la desigualdad también desencadena tensiones. Por ejemplo, tensiones políticas porque somete a grupos sociales a la exclusión, ocasionando ingobernabilidad cuando se superan los límites aceptados. También la desigualdad origina diferencias en el acceso de las personas a derechos y beneficios. Y, por otra parte, la desigualdad aumenta la incertidumbre sobre el futuro productivo de las sociedades. Impide que personas se incorporen en plenitud a la creación de riqueza y hace menos atractiva a las economías. 

Por todo lo anterior se debería esperar que las reducciones de la desigualdad fueran un objetivo compartido por gobiernos y sociedades. No solo por el impacto en el crecimiento económico, sino en la estabilidad política y en el bienestar social. Esta condición es de especial relevancia en el caso de América Latina, considerada en el Panorama Social 2018 de Cepal, junto con el Caribe, como la región más desigual del mundo, superando incluso al África Subsahariana. 

De acuerdo con los datos del Banco Mundial, es posible analizar la evolución de la desigualdad en América Latina, expresada con el coeficiente de Gini, desde principio de la década de los noventa del siglo pasado hasta el año 2017. El coeficiente de Gini es una medida de la desigualdad en un país dado. Cuando el valor del coeficiente es 0, significa que no existe desigualdad en el ingreso, es decir, que ningún sector de la población recibe un ingreso superior a la proporción que le corresponde. En cambio, cuando el coeficiente es 1 significa que un sector de la población recibe la totalidad del ingreso del país. Ambos casos son extremos. La situación ideal es que el coeficiente de Gini sea el menor posible de manera que exprese el grado más bajo de desigualdad. 

En los países de la OECD, con los últimos datos disponibles (alrededor de 2016), el promedio del coeficiente de Gini es 0,31. En este grupo de países, el coeficiente de Gini más bajo corresponde a Eslovaquia (0,241), seguido muy cerca por Eslovenia (0,244). Al examinar la evolución del coeficiente de Gini en América Latina entre 1990 y 2017, se observa que se ha reducido en todos los países excepto en Venezuela, Bolivia, Costa Rica y Paraguay. Dicho de otra manera, en la gran mayoría de los países de la región se constata la reducción de la desigualdad en el período señalado. La mayor reducción del coeficiente de Gini fue experimentada por El Salvador, al pasar de 0,54 a 0,38 en el período. Otras reducciones significativas fueron las de Guatemala, Nicaragua, Chile, Perú y Panamá. 

A pesar de estos avances, la diferencia del coeficiente de Gini con respecto a los países de la OECD es muy significativa. El país con el menor coeficiente de Gini (El Salvador), supera a todos los países con economías de alto ingreso, con la excepción de Estados Unidos. Solamente dos países (El Salvador y Uruguay) tienen un coeficiente de Gini inferior a 0,4. Once países de América Latina tienen un coeficiente de Gini superior a 0,45. 

Las evidencias indican que disminuir la desigualdad en la región, a pesar de las mejoras que se pueden destacar, es definitivamente un proceso de mediano plazo. Con una tasa de reducción del coeficiente de Gini de 1% anual (mayor a la registrada para El Salvador en el período), la mayoría de los países requeriría al menos dos décadas para alcanzar el nivel de desigualdad que hoy tienen los países más exitosos de la OECD. Es bastante claro, entonces, que superar la desigualdad en la región es mucho más que deseos y discursos. Es un reto de grandes dimensiones para liderazgos con visión, audacia y competencias. En caso contrario, América Latina seguirá siendo la región más desigual del mundo.

Politemas, Tal Cual, 28 de agosto de 2019

domingo, 1 de septiembre de 2019

¿Cuántas personas mueren por malaria en Venezuela?

La pregunta es de alta prioridad. La Organización Mundial de la Salud (OMS), en el último informe anual (2018), señaló que los casos de malaria reportados en Venezuela representaron el 84% del aumento experimentado en las Américas en 2017. También indicó la OMS que el número de casos en el país aumentó 70% entre 2016 y 2017. Todo lo cual nos lleva a tratar de precisar cuál es, en primer lugar, el número de casos. En la medida que aumenten los casos también aumenta la probabilidad de que ocurra un mayor número de defunciones. 

Y es acá que empiezan las dificultades. Desde finales de 2016 no existe información oficial sobre el número de casos de malaria en el país. Este hecho es especialmente grave dada la experiencia acumulada en la elaboración de los informes epidemiológicos semanales. El hecho de que esos informes sean semanales, incluso diarios o hasta minuto a minuto, está relacionado con las características de la enfermedad. La malaria tiene un período de incubación de una a tres semanas. Es decir, que la situación de epidemia en una localidad o zona se puede manifestar en pocos días. La ausencia de información oficial regular aumenta los riesgos para la población y limita las posibilidades de control. Esto no debería requerir mayores explicaciones. 

Lo cierto es que el país con la mayor epidemia de malaria en la región, y una de las mayores del mundo, no cuenta con la información oficial requerida. De allí que se tenga que acudir a fuentes internacionales especializadas. De acuerdo con la OMS. el número de casos confirmados de malaria aumentó de 242.561 en 2016 a 411.586 en 2017. El número de casos sospechosos fue estimado en 1,1 millones en 2017. 

La información anterior es prácticamente arqueológica cuando se trata de enfrentar la malaria. Ya avanzada la segunda mitad de 2019 no están disponibles los datos básicos sobre la evolución de la epidemia. Esto significa que el número de casos podría aumentar significativamente. En otras palabras, si el aumento de casos es de tal proporción, en condiciones de deterioro ostensible del sistema de salud, el número de muertes puede aumentar también significativamente. Con lo cual llegamos a las dificultades para conocer el número de muertes por malaria. 

Hubo una época, en las primeras décadas del siglo pasado, que la malaria ocasionaba una de cada tres muertes registradas en el país. La disminución extraordinaria del número de casos y muertes por esta causa es una de las grandes expresiones de la modernización que vivió el país desde 1936. Sin embargo, tampoco en la actualidad contamos con información precisa sobre el número de muertes. 

El último Anuario de Mortalidad (publicación oficial que incluye la caracterización de las muertes ocurridas en un año dado) corresponde al año 2014. Ya transcurrida más de la mitad de 2019 debería haberse publicado el Anuario de Mortalidad de 2018 (al menos así ocurría en la década de los sesenta del siglo pasado). Ese anuario debería estar en el sitio web respectivo para consulta de toda la población. Con lo cual la respuesta a la pregunta del título se hubiera podido colocar en una sola línea. 

La ausencia de información exacta sobre el número de muertes por malaria tiene implicaciones muy significativas para las políticas de prevención y control. En primer lugar, estas muertes son completamente evitables con los avances de la salud pública. Nadie debería morir por malaria. Sin embargo, la OMS ha estimado que en 2017 ocurrieron 435.000 muertes por malaria. Ahora bien, dado lo raro que debería ser una muerte por malaria, sumado a lo característico de las manifestaciones clínicas, el subregistro tendría que ser inexistente. Lo cual conduce a la segunda implicación. 

El número de muertes reportadas en los anuarios de mortalidad debería tener la mayor exactitud. De hecho, los registros de mortalidad del país han estado entre los más desarrollados de la región. Si eso es así, entonces, en el último año con información disponible (2014), ocurrieron 44 muertes por malaria. Esa cifra fue cinco veces superior a la registrada en 2008 (año con el menor número de muertes en el período 1995-2014). Tal como se ha señalado, desde 2015 no se conoce el número de muertes por malaria. 

En condiciones de alta incertidumbre con respecto al número de muertes por malaria, una alternativa es estimar. Tal como hace la OMS en el reporte de 2018 para los años del período 2010-2017. Sin embargo, debe señalarse que esos estimados superan entre 3 y 11 veces el número de muertes por malaria reportadas en los anuarios de mortalidad en los años 2010-2014. 

Lamentablemente no es posible contestar con precisión el número de muertes por malaria, al menos en los últimos cuatro años. Esta situación demuestra dos terribles repercusiones para la vida concreta de los venezolanos. La primera de ellas es que luego de que nuestro país fuera pionero en los programas de control de malaria en el mundo tropical, confronta la mayor epidemia de la historia, con ausencia de información oficial sobre lo que ocurre. Como si no informar fuera la política. Como si no informar tuviera efecto en la reducción de los casos y muertes. La segunda repercusión, aplicable en muchos ámbitos, es la práctica extendida de ejecutar políticas públicas sin ninguna referencia sobre los daños a evitar, ni sobre las condiciones de vida. En el caso de malaria es bastante claro que el eje de la política es evitar todas las muertes y todos los casos. Como se realizaba a mediados del siglo pasado. Hay que recordarlo.

Politemas, Tal Cual, 21 de agosto de 2019