domingo, 24 de junio de 2018

La brecha del siglo XXI

Las inmensas transformaciones tecnológicas que están ocurriendo en el mundo han configurado en las últimas décadas una nueva forma de vinculación entre países y entre áreas en los países. La forma en la cual se dan esas relaciones está basada fundamentalmente en la aproximación a la creación de conocimientos. Las sociedades con patrones de organización basados en la generación y utilización de conocimientos se encuentran en rutas de desarrollo más sostenibles y exigentes. Este fenómeno es la demostración de que la creación de riqueza no es sino la expresión de lo que las sociedades producen. Más aún, es expresión de la diversidad de lo que producen. 

La creación de riqueza está en la génesis del pensamiento económico. Es por ello que la célebre publicación de Adam Smith sobre las causas de la riqueza en 1776 se convirtió en la base para la conformación de la economía moderna. El problema de Adam Smith era encontrar una explicación al hecho de que algunos países eran más ricos que otros. Y de allí que fuera necesario examinar las causas para encontrar modalidades de acción, vale decir, políticas, que promovieran entonces la riqueza. La explicación de Adam Smith es impresionantemente sencilla: la riqueza de los países depende de lo que producen, pero más aún, de la diversidad de lo que producen. Mientras más diversidad, existen mayores posibilidades de estimular la sinergia que impulse hacia nuevos niveles de riqueza. Y para que exista diversidad en la producción se debe impulsar el aumento de la “cantidad de ciencia”, esto es, la capacidad para crear nuevos conocimientos. Hay que recordar que estos postulados fueron expresados hace casi doscientos cincuenta años, en un mundo muy diferente al que tenemos hoy. 

El problema señalado por Adam Smith implicaba medir esa diversidad de producción. Las estadísticas de la época no estaban suficientemente ordenadas para llevar el registro detallado de lo que se producía. Tampoco el mundo era tan cercano como lo es ahora. No es sino hasta hace poco más de una década que se empezó a sistematizar la información que permitiera medir la diversidad destacada por Adam Smith. De allí surgió el Atlas de Complejidad Económica de la Universidad de Harvard y el Observatorio de Complejidad Económica del MIT. Ambas iniciativas permiten estimar la complejidad como expresión de la diversidad. A más complejidad, los países alcanzan mayores niveles de riquezas. En otra medida, la complejidad se convierte en un predictor del crecimiento, que a su vez lleva a nuevos niveles de riqueza. 

En la última medición del Atlas de Complejidad Económica (para el año 2016), los diez países con mayores niveles de complejidad son, en orden decreciente, Japón, Suiza, Corea del Sur, Alemania, Singapur, Austria, República Checa, Suecia, Finlandia y Estados Unidos. La diferencia de estos países con respecto a otras regiones del mundo es notable. Podría decirse que esta brecha de complejidad es la expresión de un rezago en la institucionalidad de los países para asumir los retos que implica construir sociedades del conocimiento. Tal parece que la complejidad está generando una exclusión que aumenta todos los días, en la medida que el ritmo de creación y utilización de conocimientos no hace sino crecer. Enfrentar esta brecha con políticas efectivas es quizás el desafío más significativo en el mundo de esta primera parte del siglo XXI.

Politemas, Tal Cual, 20 de junio de 2018

Destrucción sin paralelo

El anuncio de la Asamblea Nacional sobre la tasa de inflación del mes de mayo implica nuevos récords en el drama de la hiperinflación en Venezuela. En primer lugar, se confirma el séptimo mes de hiperinflación. Es decir, desde el mes de noviembre del año pasado, la tasa de inflación mensual ha superado el 50%. La duración de la hiperinflación de Venezuela ya es superior a la experimentada en Chile (1973), Perú (1988 y 1990), y Brasil (1989-1990). Esto significa que, de continuar esta situación, en cuatro meses más también se superaría la duración de la hiperinflación de Argentina (1989-1990). 

La tasa de inflación mensual correspondiente al mes de mayo de 2018 también es la más alta en la historia del país, esto es, 110%. De acuerdo con esta tasa de inflación mensual, los precios de los bienes se duplican en 28 días. De mantenerse una tasa de inflación mensual de 50% hasta final de año, la tasa de inflación, según la Asamblea Nacional, sería 35.000% en 2018, con lo cual se convertiría en la más alta de todas las hiperinflaciones de América Latina, y la más alta de las hiperinflaciones ocurridas en el mundo desde 1980. 

Las condiciones de esta situación son cada día más críticas para la inmensa mayoría de la población. Las posibilidades de protección están disponibles para un sector muy pequeño. Una hiperinflación de estas características como se está previendo es el escenario de destrucción más grande padecido por la sociedad venezolana. No existe forma de minimizar esta realidad. 

En este contexto, una de las preguntas fundamentales es identificar si es posible revertir esta situación en un plazo corto. Esto nos lleva a analizar el patrón de toma de decisiones en la actualidad en esta materia. La decisión anunciada sobre la reconversión monetaria se ha comunicado y asumido como la solución del problema. Especialistas nacionales e internacionales han indicado insistentemente que la reconversión sin las medidas de fondo requeridas, no significará ningún remedio. Más bien, puede implicar el empeoramiento de la situación. 

De acuerdo con lo informado recientemente, la reconversión monetaria se implementará a principio del mes de agosto. Es decir, que a los siete meses ya transcurridos habría que agregar los meses de junio y julio, con lo cual se alcanzarían los nueves meses de duración. Y a esos meses habría que agregar el tiempo que llevaría que se cayera en cuenta que la reconversión no es la solución. Conocido el patrón de decisiones en esta materia, es bastante probable que la hiperinflación de Venezuela se extienda por todo lo que queda del año 2018. Las consecuencias de la prolongación de este nivel de hiperinflación es muy probable que alcance los mayores topes de empobrecimiento y destrucción de capacidad productiva en la historia del mundo.

Politemas, Tal Cual, 13 de junio de 2018

lunes, 11 de junio de 2018

Éxitos en reducir la mortalidad infantil

En 1960 la tasa de mortalidad infantil de Portugal, de acuerdo con el Banco Mundial, era 84,3 defunciones por cada 1.000 nacidos vivos registrados (NVR). Esa tasa representaba más de cinco veces la que registró Suecia en el mismo año (el país con la menor tasa para ese momento). Desde una perspectiva general de desarrollo, durante mucho tiempo prevaleció la idea de que las brechas entre los países, especialmente las relacionadas con la gestión y disponibilidad de tecnologías, eran muy difíciles de revertir. Desde esa visión, era muy difícil imaginar que Portugal alcanzara en 2016 una tasa de mortalidad infantil de 2,9 defunciones por 1.000 NVR, con lo cual se coloca en la élite de los países que tienen una tasa de mortalidad infantil menor a 3 defunciones por cada 1000 NVR. 

Es obvio que en el caso de Portugal han debido operar cambios sustantivos que implicaran la reducción de la brecha con respecto a los países más avanzando en este aspecto. De hecho, Portugal es el país que más redujo la brecha con respecto al país con la menor tasa de mortalidad en el período que se extiende entre 1960 y 2016. Esa reducción fue de 65% con respecto al valor de la brecha en 1960. Con la misma lógica se puede interpretar la reducción de la tasa de mortalidad en países de alto nivel de desarrollo en 1960, como Japón, y países de menor nivel en el mismo año, como Corea del Sur. En estos dos casos, para 2016 la tasa de mortalidad infantil también los sitúa en la élite de los países con mejor desempeño en el mundo. 

Es bastante probable que la importancia de mejorar en este indicador, como expresión del bienestar general de la sociedad, se convirtió en un eje de las políticas públicas que han implementado estos países en las últimas seis décadas. Y es bastante probable que la incorporación de este indicador en la tendencia de las políticas públicas, haya supuesto la convicción en el mundo del liderazgo político de que debía hacerse de manera sostenible, como área de especial consenso en la sociedad. 

Esta experiencia práctica, lamentablemente, no es frecuente. De los 102 países con información en ambos años (1960 y 2016), solo 21 lograron reducir la brecha de mortalidad infantil. Es decir, el 80% de los países más bien concluyeron el período con aumentos de la brecha. Casos muy significativos son Lesotho y la República Centro Africana con aumentos de la brecha superiores a 400%. Es también muy posible que, en los países de menor desempeño, la preocupación por asignar a algunos indicadores esta connotación de guía para las políticas públicas sea prácticamente inexistente. 

Todo lo cual nos lleva a una conclusión muy sencilla, pero fundamental: no se consigue lo que no se busca. En todas las áreas de políticas públicas se deben definir metas guías. Es una tarea que debe conllevar el trabajo conjunto entre políticos y técnicos. Aunque muchas veces suenen lejanas o imposibles, si son relevantes para la sociedad, irán generando sostenibilidad. La experiencia de Portugal y Corea del Sur indica que es posible. “Solo” se requiere imaginar el futuro y emprender la travesía.

Politemas, Tal Cual, 6 de junio de 2018

Las brechas de mortalidad infantil

La tasa de mortalidad infantil ha sido considerado como uno de los indicadores de referencia para analizar el bienestar de los países. Una de las ventajas es que es relativamente muy sencillo. Se toma el número de defunciones en menores de un año para el año de análisis y se divide por el número de nacidos vivos registrados. Esa cifra se expresa en defunciones en menores de un año por cada 1000 nacidos vivos registrados. 

Este indicador no solamente expresa las condiciones de vida de los niños. También es de utilidad para expresar el nivel de bienestar de los países. La lógica es sencilla. Si en los países existen condiciones de bienestar, es esperable que los más beneficiados sean justamente los más desprotegidos, es decir, los niños. Pero también este indicador nos da información sobre las condiciones de vida de las madres. A menor mortalidad infantil también se encontrará menor mortalidad materna. Incluso en algunos países, con sistemas de información menos desarrollados, la mortalidad materna, por ser más notoria que las muertes infantiles, puede ser de utilidad para estimar la mortalidad infantil con más precisión. Además, la mortalidad infantil es una excelente medida para expresar el máximo de mejoras en las condiciones biológicas. Es decir, en la medida que se reduzca la mortalidad infantil se está más cerca de las muertes que no pueden ser evitadas, al menos con la tecnología disponible. 

De acuerdo con lo anterior, la mortalidad infantil es una evidencia de la capacidad de los sistemas de salud para acercarse al máximo de muertes evitables, En otras palabras, en los países en lo que se tenga la menor mortalidad infantil, deben encontrarse el máximo de posibilidades para disminuir las muertes evitables, con la tecnología disponible para el período considerado. 

En 1960, de acuerdo con la base de datos del Banco Mundial, los cinco países que tenían la menor tasa de mortalidad infantil eran: Suecia (16,3 defunciones por cada 1000 nacidos vivos registrados, Holanda (16,5), Islandia (17,5), Noruega (18,4) y Australia (20,4). Podría señalarse que en esos países se habían conjugado las condiciones institucionales y tecnológicas para reducir la mortalidad infantil en mayor magnitud para ese año. En 2016 (último año disponible) los cinco países con menor mortalidad infantil eran: Islandia (1,6), Eslovenia (1,8), Finlandia (1,9), Japón (2) y Luxemburgo (2). De manera que solo Islandia permaneció en el grupo de menor mortalidad. 

Ahora bien, cuando se analiza a los países con mayor mortalidad infantil en 1960 para conocer la brecha con respecto a los de menor mortalidad en 2016, encontramos que la brecha ha aumentado en todos ellos. Por ejemplo, Afganistán tenía 15 veces más la tasa de mortalidad infantil que Suecia en 1960 (el país con menor mortalidad infantil). En 2016, la brecha había aumentado a 33 veces con respecto a la mortalidad infantil de Islandia (el de menor mortalidad infantil de ese año). Las brechas de Liberia, Costa de Marfil, Nepal y Sierra Leona también se han multiplicado más de tres veces en algunos casos. 

Es bastante claro, en consecuencia, que las reducciones de la mortalidad infantil no se trasladan automáticamente a todos los países. Las condiciones particulares de cada país, y de cada sistema de salud, influyen para que los niños en ese contexto puedan disfrutar del máximo de disponibilidad institucional y tecnológica. En muchos países, justamente por las debilidades en esos aspectos, las brechas han aumentado a pesar de los avances realizados en el mundo en los últimos sesenta años. Lo cual nos lleva entonces a influir en las condiciones concretas en las cuales operan las políticas de salud. De lo contrario, solo se puede esperar el aumento de las brechas en mortalidad infantil.

Politemas, Tal Cual, 30 de mayo de 2018

Seis meses de hiperinflación

La tasa de inflación del mes de abril de este año, difundida esta semana por la Asamblea Nacional, indica que la hiperinflación de Venezuela ya alcanza los seis meses de duración (desde noviembre de 2017). Esto es, seis meses seguidos con tasas de inflación mensual superior a 50%. Es decir, que los precios de los bienes se duplican en un período alrededor de los treinta días. Esto significa que la hiperinflación de Venezuela superó en duración a las experimentadas en Chile (1973), Perú (1988 y 1990), y Brasil (1989-1990). 

También la intensidad de la hiperinflación alcanza un nuevo récord. Entre abril de 2017 y abril de 2018, la tasa de inflación anualizada ascendió a 13.779%. La progresión de este ritmo inflacionario indica que a finales de año los niveles pueden ser francamente astronómicos. Con mucho pesar, los venezolanos están sufriendo cada día los embates de la segunda hiperinflación del siglo XXI, la primera en América Latina en casi 30 años, la primera en un país de la OPEP sin guerra civil. Realmente, la hiperinflación venezolana ha superado las peores expectativas. 

A la fecha, los venezolanos han conocido con mucha crudeza el impacto de la hiperinflación en su vida cotidiana. Saben que los aumentos del salario mínimo, sin ninguna otra medida, solo conducirán a la prolongación de la inflación. También conocen que cada día los aumentos de precios son más frecuentes. 

A pesar de la evolución de la hiperinflación, no se perciben posibilidades de cambio en las políticas económicas. Las circunstancias políticas están más bien concentradas en otros aspectos. Es difícil imaginar que las medidas adecuadas cuenten con los fundamentos políticos y técnicos necesarios. De manera que el primer escenario a considerar es que la hiperinflación se profundice ante la inacción. 

La experiencia internacional indica que los gobiernos que ha enfrentado efectivamente los procesos de hiperinflación lo han hecho de manera inmediata. Un ejemplo en América Latina fue el programa aplicado en 1990 en Perú. El programa fue aplicado en el segundo mes de la hiperinflación, y los efectos se apreciaron de manera casi inmediata. Lo cual nos lleva a considerar que no existe en las instancias responsables la menor disposición para enfrentar la hiperinflación. 

En estas circunstancias lo más probable es que las causas que condicionan la permanencia de la hiperinflación continúen presentes. Las consecuencias para las condiciones de vida de la población son altamente previsibles: mayor empobrecimiento, cierre de empresas, emigración forzada, deterioro del sistema educativo en todos los niveles, mayor deterioro de los servicios públicos. Las políticas implementadas en Venezuela están mostrando al mundo en tiempo real los límites del anti-desarrollo.

Politemas, Tal Cual, 9 de mayo de 2018