martes, 20 de agosto de 2019

Sin diversificación no hay futuro

Las dimensiones de la crisis venezolana se siguen profundizando. La difícil situación política se suma a una contracción económica severa (seis años seguidos sin crecimiento), y al deterioro impresionante de las condiciones de vida. Las urgencias que deben afrontar diariamente las familias se suman a la inmensa incertidumbre en todos los frentes. A pesar de ello, la situación reclama identificar rumbos de acción para transformar estas tendencias. 

Las alternativas para enfrentar esta debacle, sin precedentes en países no sometidos a conflictos bélicos, deben estar basadas en la identificación de las causas, así como en las reales posibilidades de superar esta situación. En el fondo de lo que acontece en la actualidad en el país, está un claro patrón de desarrollo. Quizás sea más adecuado hablar de patrón de “anti-desarrollo”. De acuerdo con las estimaciones del Atlas de Complejidad Económica elaborado por la Universidad de Harvard, Venezuela es el país de menor diversificación productiva de América Latina (según las últimas cifras disponibles para 2017). Eso significa, en la práctica, que es el país de la región más distante de las posibilidades de crear riqueza. Esto es, garantizar las condiciones para que los habitantes puedan, con el concurso de sus capacidades, ampliar los horizontes de producción de valor. 

En este contexto, las posibilidades de transformación de la sociedad venezolana pasan directamente por la modificación sustancial del patrón productivo. Un círculo muy pernicioso se ha desarrollado a plenitud. Se manifiesta en la apuesta a la producción de petróleo como garante de los ingresos necesarios para el funcionamiento de la sociedad. Pero como tal orientación no hace sino disminuir las posibilidades de diversificación, fundamentalmente porque aumentan las dificultades para crear otros productos, entonces se estimula el control de la riqueza petrolera como política dominante. Y esa mayor dependencia del petróleo contribuye a generar una organización del gobierno que impide las políticas de diversificación. No es azaroso entonces que muchas de las inversiones y empresas que podrían desarrollar la diversificación se hayan alejado del país. Y para remate, la cultura política, tanto de las instituciones como de las personas, terminan reforzando el estatismo como premisa, y la anti-diversificación como correlato económico. 

La pregunta obligada, entonces, es cómo eliminar ese círculo vicioso. Una primera condición es que realmente se aprecie que este círculo vicioso existe. De lo contrario, podría imponerse la tendencia de que es posible, con los “arreglos básicos” requeridos, organizar una sociedad que siga dependiendo de la monoproducción de petróleo, pero que impida los efectos del estatismo. Esta premisa no solo es contraria a los incentivos que se generan en una sociedad dependiente de la producción petrolera, sino que contradice la dinámica en la que se marcha en el siglo XXI, esto es, sociedades en las cuales el valor de cambio es la disponibilidad de conocimientos, entendidos como posibilidades de diversificación productiva. 

De no apreciarse la existencia de este círculo vicioso, podría entonces afianzarse una visión según la cual basta con manejar la producción petrolera adecuadamente para que todos los desequilibrios desaparezcan. Es por ello que la agenda pública no se caracteriza precisamente por ofrecer consideraciones para enfatizar la diversificación productiva. A ello se suma el hecho de que como estas variaciones en las políticas no se generan en tiempos cortos, los liderazgos políticos terminan sin hablar del tema de fondo (la manera de alcanzar la diversificación productiva). En consecuencia, se impone una lógica perversa: como cambiar lleva tiempo, mejor se dejan las cosas como están. La práctica indica, sin embargo, que los plazos no son tan largos, más bien se trata de explicar a los ciudadanos la dirección de los cambios necesarios. 

En esa tradición de anti-diversificación, Venezuela ha pasado seis décadas (desde que es posible medir la complejidad económica). Modificar esta tendencia requiere asumir que la diversificación productiva es un objetivo central de las políticas. Y que por consiguiente la agenda pública debería incluir la explicitación de este objetivo. Esperemos que esta premisa central tenga mayor relevancia en la discusión sobre las alternativas para Venezuela en pleno auge de las sociedades del conocimiento. De no cambiar esta situación, especialmente porque no se cuente con el compromiso de los liderazgos políticos para impulsar estos cambios, Venezuela continuaría muy relegada en la creación de riqueza. Otra forma de decir que el futuro de la sociedad seguiría seriamente comprometido.

Politemas, Tal Cual, 14 de agosto de 2019

jueves, 15 de agosto de 2019

¿Cómo varía la diversificación económica en América Latina?

La mención de la diversificación económica aparece reiteradamente en las propuestas de políticas en América Latina. Se indica que la región debe ser más efectiva en lograr una mayor diversidad de productos elaborados. Y se asume, acertadamente, que en la medida que se promueva la diversificación económica, de la misma forma se logrará el desarrollo sostenible. Todo lo cual coincide con la premisa señalada por Adam Smith, en su célebre obra publicada en 1776, sobre la importancia de la “cantidad de ciencia” para que los países alcanzaran la riqueza. Se desprende, en consecuencia, que el aumento de la “cantidad de ciencia” es justamente la expresión de lo que hoy se denomina “diversificación económica” o “diversificación de la producción”. 

El supuesto es sorprendentemente sencillo. Si los países diversifican la producción es porque han desarrollado las capacidades, es decir, han aumentado la “cantidad de ciencia”. Y este aumento de la “cantidad de ciencia”, promoverá que se desarrollen nuevas capacidades. De esta manera, existirá un círculo virtuoso: nuevas capacidades traerán el impulso para capacidades en el futuro. Como resultado, se podrá elaborar una mayor diversidad de productos y la sociedad tendrá mejores posibilidades de lograr el desarrollo sostenible. 

Ahora bien, las preguntas que se suceden son más difíciles de responder. Entre ellas están las siguientes: ¿En cuánto tiempo se diversifica la producción de un país de manera que se haga sostenible? ¿Existe un nivel crítico de diversificación productiva a partir del cual se genera ese círculo virtuoso? ¿Es posible que se presenten involuciones en el proceso de diversificación? Estas preguntas son más relevantes dadas las restricciones económicas que confronta América Latina, las cuales podrían prolongarse en los próximos años. Por otra parte, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos para alcanzar en 2030 obligan a conocer la viabilidad real para lograrlos. 

Una forma de aproximarse al futuro es estudiar el pasado. No significa, por supuesto, que el futuro se va a comportar como el pasado, pero puede ofrecer pistas que permitan identificar mejores opciones de políticas. Para el estudio de la evolución de la diversificación contamos ahora con mediciones. Una de ellas es el Índice de Complejidad Económica (ICE) elaborado por el Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, y contenido en el Atlas de Complejidad Económica. De acuerdo con este índice, los países con niveles de diversificación superiores al promedio presentan valores positivos. Los países con menor diversificación presentan valores negativos del índice. Los países con mayor diversificación presentan los valores más positivos, mientras los que tienen menor diversificación registran índices más negativos. En 2017 (último año con información disponible), el índice varió entre -2,13 (Guinea) y 2,28 (Japón). 

Para comparar las variaciones en el tiempo en los países de América Latina, se tomaron los registros del ICE en 2007 y 2017. Se analizaron 19 países de América Latina (solo Haití no tenía información disponible). En 2007 siete países de la región tenían ICE con valores positivos: México, Brasil, Panamá, Colombia, Uruguay, República Dominicana y Costa Rica, siendo México el único país con ICE superior a 1. En 2017, Colombia y República Dominicana ya no tenían ICE positivo. De manera que se mantuvieron los restantes cinco países, y se agregó El Salvador. 

No solamente se redujo el número de países con ICE positivo (de siete a seis), sino que países como México, Brasil y Panamá disminuyeron el valor del ICE en 2017 con respecto al de 2007. Es resumen, apenas un tercio de los países de la región tienen un nivel de diversificación positivo. De continuar las tendencias manifestadas en el período analizado, solo Chile podría sumarse a este grupo de países en los próximos años. Dicho en otras palabras, para que existan cambios significativos en la diversificación económca, la modificación de la tendencia señalada debe ser radical en muchos países. 

También queda en evidencia que es más difícil aumentar diversificación que perderla. Pareciera que existe un nivel a partir del cual es más fácil mantenerla, pero llegar a él solo se consigue a través de un proceso continuo de políticas efectivas. Tal parece entonces que el nuevo impulso a la diversificación requiere una combinación de adecuada comunicación de objetivos a la población con una gran dosis de audacia. De lo contrario, es bastante probable que se llegue a 2030 sin mayores cambios en la diversificación de América Latina, lo cual es sinónimo de limitaciones para alcanzar el desarrollo sostenible, especialmente en un contexto en que la población comenzará a envejecer con mayor rapidez. Sin la menor duda, la región confronta un gran riesgo de no contar con las políticas requeridas para alcanzar la diversificación económica que garantice altos niveles de bienestar en las próximas décadas.

Politemas, Tal Cual, 7 de agosto de 2019