Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) no pueden ser más loables. Para 2030 se propone que en todos los países se alcancen indicadores de condiciones de vida que sean compatibles con el desarrollo sostenible. Desde 2015 se acordó sobre 17 objetivos y 169 indicadores, en muchos casos con metas específicas. Tomemos, por ejemplo, el Objetivo 1, esto es, “erradicar la pobreza en todas sus formas y en todos los sitios”. Una de las metas de ese objetivo es eliminar para 2030 la pobreza extrema (porcentaje de la población que no tiene para comprar los alimentos del día). Y también se propone que la pobreza total sea reducida a la mitad.
La idea de establecer metas de esta significación, es promover que en los países se genere un proceso para avanzar en esa dirección. Esto significa responder a preguntas como: si en 2030 queremos alcanzar el nivel de “pobreza extrema 0”, ¿Qué debemos hacer hoy? ¿Dónde estamos con respecto a esa meta? Es de suponer que las respuestas a esas preguntas deben ser las bases para un exhaustivo proceso de planificación en los países.
Se puede también imaginar que tales aspiraciones deberán concretarse en la creación de cientos de miles o millones de puestos de trabajo (dependiendo de las magnitudes de los países), o en asignaciones vía transferencias condicionadas. En ambos casos se está mirando el problema desde la perspectiva de los recursos que se utilizarán. Pero este análisis estaría incompleto si no toma en cuenta el origen de los recursos que se requieren para crear esos puestos de trabajo y financiar esas transferencias condicionadas.
En otras palabras, una cosa es invertir recursos disponibles y otra cosa es generar esos recursos. Los países requieren examinar lo que están produciendo para tener los recursos actuales y “simplemente” estimar los recursos que necesitan para llegar a eliminar la pobreza extrema, solo para incluir una meta. Es poco probable que la forma de generar los recursos actuales siga siendo la misma, si se pretende alcanzar los ODS a cabalidad.
Y es aquí donde las cosas se empiezan a complicar. Aunque en teoría no puede ser más sencillo. Los países que adquieren niveles de desarrollo sostenible deben producir valor. Es decir, mientras más diversificada y sofisticada sea su producción, las posibilidades de que se genere un círculo virtuoso que permita avanzar hacia estadios de mayor bienestar también son mayores. Esto no quiere decir que los países que diversifican sus economías automáticamente alcanzan el desarrollo. No, no es así. El caso más evidente es China. Tiene un alto nivel de diversificación en el marco de una sociedad políticamente totalitaria. Lo que si no existe es un país con altos niveles de desarrollo político, social y económico que no tenga una economía diversificada (con “cantidad de ciencia” creciente). De allí que para lograr altos niveles de desarrollo (político, económico, social), una condición necesaria es que los países hayan alcanzado un nivel de diversificación que facilite esa sostenibilidad. Es lo que Adam Smith denominó “cantidad de ciencia”.
Todo lo anterior nos lleva a que si los países aspiran llegar a niveles de desarrollo sostenible compatibles con “eliminar la pobreza extrema”, deben tener respuestas (en términos de políticas públicas) a la pregunta de cómo aumentar la “cantidad de ciencia”. De lo contrario, las políticas públicas no promoverán la sostenibilidad requerida.
Veamos ahora las consideraciones de los ODS sobre la “cantidad de ciencia” requerida para ese nivel de sostenibilidad. En el Objetivo 9, denominado “construir infraestructura resiliente, promover industrialización inclusiva y sostenible, y fortalecer la innovación”, se incluyen cuatro indicadores (dos asociados con la producción de manufacturas y dos con la inversión en investigación y desarrollo). Debe mencionarse que en ninguno de los casos se señalan metas. El sitio donde están colocados estos indicadores y la ausencia de metas, ya nos dice mucho de las posibilidades de colocarlos en la agenda de decisiones en los países.
El problema central es la necesidad de vincular decisiones sobre la “cantidad de ciencia” (sea sobre la producción, sea sobre la generación de conocimientos), con el resultado en el desarrollo sostenible. La “cantidad de ciencia” debe concebirse como el resultado de políticas transversales, no de políticas sectoriales. Incluso, la generación de mayor “cantidad de ciencia”, junto con la institucionalidad política y la inclusión social son probablemente las tres áreas de políticas de mayor impacto en términos de desarrollo sostenible.
En el caso del aumento de la “cantidad de ciencia”, la situación de América Latina no puede ser más preocupante. Desde el punto de vista de lo que se produce, pocos países están por encima del promedio del mundo con respecto a las capacidades (México, Panamá, Costa Rica, El Salvador, Brasil). Y desde la perspectiva del financiamiento de actividades de investigación y desarrollo, sólo Brasil asigna más de 1% del PIB (1,16% en 2014). Todos los demás países de América Latina asignan por debajo de 0,6% del PIB. Para tener una idea de lo que esto implica se puede examinar la situación de los países que más asignan a investigación y desarrollo como porcentaje del PIB. De acuerdo con el Banco Mundial (2015), solo dos países (Israel y Corea del Sur) asignan más de 4%. Otros cuatro países (Japón, Suecia, Austria y Dinamarca) asignan más de 3% y menos de 4%. Y luego siguen nueve países con más de 2% y menos de 3%. De manera que se puede argumentar que tal nivel de inversión es casi un requerimiento para mantener el estado de país con altos niveles de desarrollo. Se debe enfatizar también que los aumentos en este financiamiento no repercuten automáticamente en la condición de los países (se puede invertir inadecuadamente). Es un proceso que lleva tiempo y debe acompañarse de múltiples políticas. Pero, como se señaló, invertir con pertinencia en investigación y desarrollo aumenta la “cantidad de ciencia”, y por ende, contribuye a que los países avancen en el desarrollo sostenible.
La posibilidad de que en América Latina existan cambios sustantivos en los próximos doce años, especialmente en la perspectiva del cumplimiento de los ODS en 2030, exige incluir cada vez más la discusión sobre la “cantidad de ciencia” y las formas de aumentarla. Obviar el tema, como lamentablemente se aprecia en la región, solo servirá para reiterar modalidades de producción que nos alejan de los profundos cambios que se generan actualmente en el mundo, en lo que respecta a las implicaciones de las nuevas tecnologías. Seguir pensando en desarrollo sostenible sin investigación y desarrollo, sin incrementar “la cantidad de ciencia”, puede aumentar mucho más las brechas de la región en todos los aspectos. Es en el fondo un problema de supervivencia.
Politemas, Tal Cual, 31 de octubre de 2018
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