La hiperinflación de Venezuela ya cumplió diez meses. Los análisis de especialistas, dentro y fuera del país, señalan que la hiperinflación no parece tener final en lo inmediato. De manera que, tal como ha sucedido en el último año, cada día de hiperinflación aumentará la destrucción de capacidad productiva en el país. Los signos ya son muy evidentes y significativos. Este proceso hiperinflacionario es el único en el mundo en la actualidad, no es ocioso repetirlo. Además es el segundo en el siglo XXI. Habían pasado casi treinta años sin hiperinflación en América Latina. Solo los venezolanos sufren las consecuencias de una hiperinflación en este momento de la historia de la Humanidad.
Podría existir la idea de que en estas condiciones, al resolver la hiperinflación, el panorama del país cambia automáticamente. Nada más ajeno de la realidad. La hiperinflación es más bien el resultado de una larga cadena de desaciertos de políticas que han ocasionado la mayor destrucción de capacidades productivas en América Latina desde que se tenga registro, y quizás la más grande en el mundo en el siglo XXI. Ahora bien, también es importante contestar cuál sería la dirección del modelo del desarrollo del país al resolver efectivamente la hiperinflación. Otras preguntas aparecen inmediatamente: ¿Cuál es la brecha de desarrollo que tiene el país? ¿De qué manera se ha ensanchado en las últimas dos décadas? ¿Qué debemos aprender de este deterioro? ¿Podemos recuperar el tiempo perdido? ¿Cómo dejamos de ser una sociedad inviable? ¿Cuáles son los referentes para esa travesía? ¿Es posible obtener éxitos tempranos en esa nueva dirección? Dejemos las preguntas de ese tamaño por los momentos.
Una forma de aproximarse a esas preguntas es examinar la experiencia de los países que se encuentran en estadios más avanzados. El análisis de sus recorridos nos puede dar pistas. Si tratamos de identificar el criterio de mayor logro en la ruta de desarrollo, otra forma de expresar la creación de riqueza, ya es casi una premisa que solo aquellos países que alcanzan altos niveles de diversificación productiva tienden a ser los más exitosos. Adam Smith lo había anticipado con claridad en 1776. De acuerdo con las últimas mediciones de la complejidad económica (2016), otra forma de expresar la diversificación productiva, Japón es el país que ocupa el primer lugar, tanto en la clasificación del Observatorio de Complejidad Económica del MIT como en el Atlas de Complejidad Económica de la Universidad de Harvard.
De allí que conocer la brecha con Japón es útil para ponderar posibilidades y restricciones. La actual estrategia de ciencia, tecnología e innovación de Japón coloca su centro en convertirse en el “país más favorable a la innovación en el mundo”. Resulta llamativo que el país de mayor complejidad económica en la actualidad considere que todavía puede avanzar más. Y para ello se señalan tres modalidades según las cuales las políticas de ciencia, tecnología e innovación pueden influir en las dinámicas del desarrollo. La primera modalidad es contribuir a consolidar el desarrollo sostenible. La segunda modalidad, un nivel superior a la anterior, es impulsar el desarrollo basado en la ciencia, tecnología e innovación. Y la tercera, también un nivel superior a la segunda, es entrar en la dinámica de que sea el conocimiento el eje fundamental del desarrollo.
Dentro de estos niveles, la estrategia de Venezuela, en la ruta que se vislumbre al superar la hiperinflación, debe dirigirse justamente a ganar tiempo en estas etapas. Eso significa que debería ser el conocimiento el criterio central sobre el cual fundamentar esta nueva etapa de desarrollo del país. Dicho en otras palabras, el eje de la construcción de conocimiento debe ser la base de los cambios a acometer. Determinar adecuadamente la dirección del primer paso, sería el éxito temprano más importante.
Politemas, Tal Cual, 12 de septiembre de 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario