En 1930, John Maynard Keynes se atrevió a visualizar el tipo de economía que se podría tener un siglo después. Lo escribió en el célebre ensayo “Economic possibilities for our granchildren”. La primera idea del ensayo era disentir de la posición que señalaba que el progreso de la humanidad había cesado y que el ritmo de mejoras en el bienestar también había disminuido. Keynes argumentó más bien su optimismo por las nuevas fronteras de progreso que se le abrían a la humanidad. Consideraba que un siglo después el mundo alcanzaría el estado en que se resolvería “el problema económico”.
Para Keynes, en 2030 el capital de la economía mundial habría crecido “siete veces y media”, suficiente para que el bienestar de las personas creciera entre “cuatro y ocho veces”. Señalaba Keynes que tales magnitudes permitirían a la humanidad resolver el problema económico. Y luego de alcanzar ese nivel, sigue Keynes, se produciría la pérdida de empleos por razones de desarrollo tecnológico. Es decir, personas perderían los empleos porque se habría producido un gran aumento en la creación de tecnologías. Sin embargo, esas pérdidas de empleo no representarían un gran problema: como se había resuelto el problema de la creación de riqueza, entonces se podrían tener trabajos de menos horas, se necesitaría trabajar menos tiempo para tener acceso a los bienes que derivarían de ese crecimiento. A ese fenómeno, Keynes identificó como “desempleo tecnológico”.
Poco menos de cien años después de este ensayo de Keynes, el mundo está presenciando cambios compatibles con lo pronosticado. Aunque la economía ha crecido más de ocho veces, es muy cierto que se ha producido un desplazamiento de empleos por la creación de nuevas tecnologías. Es verdad que se han generado nuevos tipos de empleos, pero no queda muy claro si esos empleos pueden ser desempeñados por todas las personas. En algunos países se ha producido una mayor automatización de los empleos, hasta el punto que se han empezado a implementar programas de “ingreso básico universal”, es decir, una asignación mensual que es independiente de la realización de un trabajo.
En todo este contexto, coloquemos la mirada en Venezuela. Las perspectivas que se le abren a una economía en franco proceso de destrucción son para empezar las peores para crear riqueza. A ella habría que sumar que la salida de recursos humanos del país, muchos de ellos con altos niveles de preparación, compromete la capacidad de crear riqueza en el mediano plazo. Y para remate, si los procesos de automatización, que avanzan a ritmo impresionante en países como Estados Unidos y China, van a traer como consecuencia el desplazamiento de empleos, entonces, ¿cómo quedaría nuestro país cuando está perdiendo calidad de empleos por todos los frentes? Es evidente que si hay algún país que está en estado de desprotección con respecto al desempleo tecnológico, ese es Venezuela.
Politemas, Tal Cual, 11 de octubre de 2017
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