En menos de diez días el presidente Chávez se dirigió al país para contarle historias muy distintas. En ambos casos lo hizo con su proverbial “naturalidad”, como si nadie se hubiera dado cuenta de que ambas intervenciones describen diferentes visiones del país. Lo que ha quedado claro es que en ambas oportunidades el presidente Chávez sólo dijo lo que le convenía, lo que era “adecuado” a la ocasión, sin mayor miramiento por la profunda crisis económica y social que vive la República.
Pocas horas antes de terminar el año 2009, en cadena nacional, el presidente Chávez anunció a los venezolanos que el año concluía “bien”. También señaló que el gobierno había sido exitoso para enfrentar la crisis derivada del “fracaso del capitalismo”. Para rematar indicó que en lo estrictamente económico se terminaba mucho mejor que de lo que se había pensado. De acuerdo con el Presidente, prácticamente habría que hacerle un reconocimiento público, con medallas y demás, a los miembros de su equipo económico.
Es obvio, por los anuncios del pasado viernes, que ya para ese momento el presidente Chávez sabía que las cosas no eran como las estaba diciendo. No dijo que la economía venezolana es una de las menos exitosas en América Latina en la manera de enfrentar la crisis del último año. Tampoco dijo que el decepcionante desempeño de la economía venezolana es previo a la crisis financiera de los países desarrollados. Todo lo contrario, el presidente “pintó” un escenario “promisorio”, para nada compatible con los profundos desequilibrios económicos que afectan la vida de los venezolanos.
Ya para ese momento el informe anual del Banco Central de Venezuela dejaba en evidencia que la producción del sector privado tiene once trimestres sin crecimiento. Ello, sumado al peor récord en la política antiinflacionaria, no deja mucho espacio para la duda: la economía venezolana está pasando un gran mal rato. Sin crecimiento, con inflación, con persistencia de las restricciones estructurales de las últimas décadas.
En el período que se extiende desde el 30 de diciembre hasta el viernes 8 de enero, el presidente Chávez vio caer ante sus ojos muchas de las premisas que han orientado su gestión. Supo que el bolívar no era tan fuerte como lo pintaban. Que los recursos fiscales para garantizar los gastos del año electoral no estaban garantizados. Que las importaciones habían aumentado más de la cuenta. Que le quedaban pocas opciones para “salir del entuerto”.
Y es allí que apela a la devaluación. Reducir el valor del bolívar para paliar la carencia de recursos fiscales. Sin mucha originalidad, sin ninguna propuesta económica que apunte a la solución del proceso de empobrecimiento progresivo que tiene la economía venezolana. Luego de once años de “revolución” producimos mucho menos, somos más dependientes, hemos perdido todo tipo de capacidades productivas.
Todo lo cual no impidió que el presidente Chávez ofreciera, después de once años, que ahora si vamos a exportar “porque nosotros debemos salir del modelo rentístico petrolero”. Es bastante probable que los asesores del Presidente no le hayan comentado mucho que la posibilidad de reanimar al aparato productivo es cada día menor, que después de todas las agresiones a la propiedad privada y la persecución de la actividad productiva, ya no hay ambiente para la creación de riqueza. Que ante su propia impotencia se derrumba el castillo de naipes del Socialismo del Siglo XXI.
Pocas horas antes de terminar el año 2009, en cadena nacional, el presidente Chávez anunció a los venezolanos que el año concluía “bien”. También señaló que el gobierno había sido exitoso para enfrentar la crisis derivada del “fracaso del capitalismo”. Para rematar indicó que en lo estrictamente económico se terminaba mucho mejor que de lo que se había pensado. De acuerdo con el Presidente, prácticamente habría que hacerle un reconocimiento público, con medallas y demás, a los miembros de su equipo económico.
Es obvio, por los anuncios del pasado viernes, que ya para ese momento el presidente Chávez sabía que las cosas no eran como las estaba diciendo. No dijo que la economía venezolana es una de las menos exitosas en América Latina en la manera de enfrentar la crisis del último año. Tampoco dijo que el decepcionante desempeño de la economía venezolana es previo a la crisis financiera de los países desarrollados. Todo lo contrario, el presidente “pintó” un escenario “promisorio”, para nada compatible con los profundos desequilibrios económicos que afectan la vida de los venezolanos.
Ya para ese momento el informe anual del Banco Central de Venezuela dejaba en evidencia que la producción del sector privado tiene once trimestres sin crecimiento. Ello, sumado al peor récord en la política antiinflacionaria, no deja mucho espacio para la duda: la economía venezolana está pasando un gran mal rato. Sin crecimiento, con inflación, con persistencia de las restricciones estructurales de las últimas décadas.
En el período que se extiende desde el 30 de diciembre hasta el viernes 8 de enero, el presidente Chávez vio caer ante sus ojos muchas de las premisas que han orientado su gestión. Supo que el bolívar no era tan fuerte como lo pintaban. Que los recursos fiscales para garantizar los gastos del año electoral no estaban garantizados. Que las importaciones habían aumentado más de la cuenta. Que le quedaban pocas opciones para “salir del entuerto”.
Y es allí que apela a la devaluación. Reducir el valor del bolívar para paliar la carencia de recursos fiscales. Sin mucha originalidad, sin ninguna propuesta económica que apunte a la solución del proceso de empobrecimiento progresivo que tiene la economía venezolana. Luego de once años de “revolución” producimos mucho menos, somos más dependientes, hemos perdido todo tipo de capacidades productivas.
Todo lo cual no impidió que el presidente Chávez ofreciera, después de once años, que ahora si vamos a exportar “porque nosotros debemos salir del modelo rentístico petrolero”. Es bastante probable que los asesores del Presidente no le hayan comentado mucho que la posibilidad de reanimar al aparato productivo es cada día menor, que después de todas las agresiones a la propiedad privada y la persecución de la actividad productiva, ya no hay ambiente para la creación de riqueza. Que ante su propia impotencia se derrumba el castillo de naipes del Socialismo del Siglo XXI.
Politemas, Tal Cual, 13 de enero de 2010
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