Tal como era reconocido en múltiples ámbitos, el país confronta la peor crisis de gobernabilidad que se pueda imaginar. No solo es la dimensión política, evidente y de amplia presencia en todos los escenarios internacionales. Es también la grave dimensión económica y sus repercusiones sociales. Los eventos políticos no hacen sino profundizar la dinámica de la hiperinflación, ya con una duración de quince meses. No hace falta resaltar que hasta que no se controle la hiperinflación, la debacle social seguirá aumentando de intensidad.
En estas circunstancias es importante enfatizar que la solución política debe fundamentarse justamente para resolver la crisis social y económica. De allí que un día más de prolongación de la situación, influye en aumentar las restricciones y dificultades. Ahora bien, la vía para resolver esta terrible situación no puede implicar la vuelta a los trechos conocidos, con la idea de que es necesaria una fase de “normalización” para luego considerar los problemas “estructurales”.
Abogar por la “normalización” puede estar basado en la idea de que los desequilibrios económicos del país requieren medidas macroeconómicas y que por “añadidura” se retomará el bienestar que supuestamente teníamos. En esa visión, el programa de estabilización de la economía lo resolverá todo, acabar con la hiperinflación y producir más petróleo. Con esos elementos, en un tiempo prudencial volvería la “felicidad”.
Esa visión desconoce totalmente que los problemas del país, agravados inmensamente en estos veinte años, tienen su raíz en la consolidación de una economía absolutamente dependiente del petróleo, y que, para remate, no generó las capacidades para crear valor cuando teníamos las posibilidades. Es decir, cuando teníamos las personas con las competencias para producir otros bienes. Ahora, cuando millones han dejado el país y han trasladado sus competencias a otros lugares, no se puede reiterar la causa central de todo lo que ha pasado.
Es clave examinar lo que ha ocurrido en el mundo del desarrollo, para tener dimensiones del retroceso que se ha experimentado en Venezuela. Hay que afrontar esa realidad. Hay que ponerle tamaño. So pena de actuar ingenuamente. Justamente porque en la medida que hemos retrocedido, otros han avanzado, y mientras Venezuela confronta la única hiperinflación en la segunda década del siglo XXI y tiene la crisis de gobernabilidad más grande en los últimos treinta años en América Latina (por decir solo un detalle), esos países están ocupados en aumentar la capacidad de innovación, en producir nuevas tecnologías, en ensanchar el mundo del conocimiento, en enseñar a todos sus niños a pensar y ser creativos. Actualmente en Venezuela para millones de niños no está garantizada ni la comida del día.
Entre 1922 y 1985, Venezuela superaba ampliamente a Corea del Sur en PIB per cápita. En 1950 Venezuela tenía cuatro veces más PIB per cápita que Corea del Sur. Pero, además, aunque sorprenda, Venezuela en ese año superaba a Japón en PIB per cápita. Teníamos el doble de Japón. A partir de 1961 nos desplazó Japón. Y dos décadas más tarde nos superó Corea del Sur. Hoy en día Japón es, desde hace décadas, la economía más diversificada del mundo. Corea del Sur ya le llega cerca.
Entonces, el retroceso no se resuelve con volver a las fuentes tradicionales de lo que producimos. Justamente en estos veinte años se quiso llevar esta premisa al límite, esto es, vivir del petróleo. Creer, según esta orientación, que el bienestar estaba a la vuelta de la esquina y se prolongaría por siglos. La realidad de estos años indica que no era así, que no ha sido de esa forma desde hace seis décadas, al menos.
Japón y Corea del Sur son países diversificados porque ese es el acuerdo de la sociedad. Porque han avanzado en la construcción de emporios de conocimiento, en los cuales la preocupación central es innovar y contar con recursos humanos de la más alta preparación.
En ese contexto, ¿Cómo se pueda avanzar en el desarrollo de Venezuela sin cambiar la orientación fundamental? ¿Cómo se pueden mejorar las condiciones de vida de los venezolanos sin fijar un rumbo que apunte a la diversificación? ¿Cómo se puede progresar en la dirección que nos ha demostrado que no es la correcta? ¿Cómo plantear las mismas estrategias que aumentarán el retroceso? Definitivamente, los venezolanos, los de ahora y los del futuro, requieren una mejor interpretación de nuestro rol en el mundo. Un liderazgo con mayor compresión de nuestras posibilidades, un liderazgo del siglo XXI, no del pasado, un liderazgo con vocación para los altos retos.
Una propuesta de futuro para los venezolanos debe colocar en el centro la aspiración de ser una sociedad de conocimientos. Con claridad, con ambición. En la cual el petróleo sea un medio, no un fin. Una alternativa con ganas. Sin complejos. Construida con el talento de los venezolanos. Esa visión tiene que plantear los retos del conocimiento para los niños que nacen hoy en cualquier sitio de Venezuela. Debe ser una plataforma para incorporarlos en la modernidad del siglo XXI. Con posibilidades para la innovación en empresas, grandes, medianas y pequeñas. También debe tener opciones para el talento que hoy se mueve en el mundo y quiere saber si puede desarrollarse en el país en el que se formaron. Esa visión debe tener respuestas para la universidad pública venezolana, hoy confrontada con la mayor pérdida de talento de toda su historia. Si esa propuesta no tiene ideas para esas inquietudes desde el primer minuto, será una respuesta para continuar en el pasado. Para mantener el retroceso.
Politemas, Tal Cual, 30 de enero de 2019
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