En la discusión final de la Ley Orgánica de Educación, hubo cierta polémica porque se había olvidado colocar la palabra “pluralismo” en uno de los artículos. Este “olvido” contradecía, según los parlamentarios adversos al gobierno, lo señalado en el artículo 6 de la Constitución de 1999, esto es, “el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y de las entidades políticas que la componen es y será siempre democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables”.
Los hechos de la semana pasada demuestran que tal omisión no era propiamente un “olvido”. Las detenciones de manifestantes, sea por haber participado en la marcha del 22 de agosto, sea por protestar por la pérdida del empleo, sea haber impedido una golpiza contra un policía como es el caso del prefecto Richard Blanco, forman parte de un patrón. Todas estas detenciones se suman a las 2000 realizadas en los diez años de gobierno por la misma causa: expresar opiniones diferentes. El gobierno no acepta opiniones adversas, especialmente cuando sabe que el clima de opinión pública lo desfavorece, que hay mucho malestar en la calle, que la gente se están cansando de apoyar un gobierno que no resuelve los problemas de la gente.
Ahora bien, esto de que el gobierno actual no acepte el pluralismo no es nada nuevo. Tiene su origen en sus primeras acciones por allá en 1999. Se recordará que la elección de la Asamblea Nacional Constituyente fue realizada contraviniendo el principio de proporcionalidad de la representación. Fue una votación basada en el método de “gobierno de la mayoría”, el cual se ha aceptado como norma en la recientemente aprobada Ley Orgánica de Procesos Electorales.
Como resultado de lo anterior, la composición de la Asamblea Nacional Constituyente no representaba la verdadera expresión política de los venezolanos. El gobierno obtuvo 95% de los diputados cuando en la elecciones de 1998 había obtenido 56% de los votos. Es verdad que el gobierno tenía la mayoría, pero no es cierto que ello le otorgaba la prerrogativa de excluir a más del 40% de los venezolanos.
El gobierno simplemente creyó que tener la mayoría era sinónimo de gobernar sin acordar con aquellos que lo adversaban. Ya esto es una gran demostración de que la condición democrática del gobierno dejaba mucho que desear. Bajo esa premisa excluyente lo que le correspondía al gobierno era avasallar al resto de los venezolanos. Intentar por todas las vías la imposición de sus visiones de la realidad y del futuro de todo un país. No importó que del otro lado vinieran críticas, alertas, expresiones de rechazo, contundentes votaciones, cientos de manifestaciones. Para el gobierno, tales demostraciones eran “manipulaciones del Imperio”, “maniobras de la CIA”.
El gobierno no tomó en cuenta “el detalle que faltaba”. Esto es, que las mayorías en un país de raigambre democrática son variables. Que la gente puede cambiar. Que la gente se puede decepcionar, especialmente cuando tiene enfrente a un gobierno autoritario e incompetente. Que la gente no tiene lealtades eternas, especialmente cuando se quieren imponer desde la asimetría del poder.
Este es el gran cambio que se opera hoy en Venezuela. El gobierno ya no tiene la mayoría en la calle. Se respira decepción, desaliento, desesperanza por una gestión que ya no transmite ninguna orientación, ninguna posibilidad. Hasta en el propio partido de gobierno las voces disidentes no tienen empacho en señalarlo. La lucha contra el pluralismo ha llevado al gobierno a su final destino: la soledad.
Los hechos de la semana pasada demuestran que tal omisión no era propiamente un “olvido”. Las detenciones de manifestantes, sea por haber participado en la marcha del 22 de agosto, sea por protestar por la pérdida del empleo, sea haber impedido una golpiza contra un policía como es el caso del prefecto Richard Blanco, forman parte de un patrón. Todas estas detenciones se suman a las 2000 realizadas en los diez años de gobierno por la misma causa: expresar opiniones diferentes. El gobierno no acepta opiniones adversas, especialmente cuando sabe que el clima de opinión pública lo desfavorece, que hay mucho malestar en la calle, que la gente se están cansando de apoyar un gobierno que no resuelve los problemas de la gente.
Ahora bien, esto de que el gobierno actual no acepte el pluralismo no es nada nuevo. Tiene su origen en sus primeras acciones por allá en 1999. Se recordará que la elección de la Asamblea Nacional Constituyente fue realizada contraviniendo el principio de proporcionalidad de la representación. Fue una votación basada en el método de “gobierno de la mayoría”, el cual se ha aceptado como norma en la recientemente aprobada Ley Orgánica de Procesos Electorales.
Como resultado de lo anterior, la composición de la Asamblea Nacional Constituyente no representaba la verdadera expresión política de los venezolanos. El gobierno obtuvo 95% de los diputados cuando en la elecciones de 1998 había obtenido 56% de los votos. Es verdad que el gobierno tenía la mayoría, pero no es cierto que ello le otorgaba la prerrogativa de excluir a más del 40% de los venezolanos.
El gobierno simplemente creyó que tener la mayoría era sinónimo de gobernar sin acordar con aquellos que lo adversaban. Ya esto es una gran demostración de que la condición democrática del gobierno dejaba mucho que desear. Bajo esa premisa excluyente lo que le correspondía al gobierno era avasallar al resto de los venezolanos. Intentar por todas las vías la imposición de sus visiones de la realidad y del futuro de todo un país. No importó que del otro lado vinieran críticas, alertas, expresiones de rechazo, contundentes votaciones, cientos de manifestaciones. Para el gobierno, tales demostraciones eran “manipulaciones del Imperio”, “maniobras de la CIA”.
El gobierno no tomó en cuenta “el detalle que faltaba”. Esto es, que las mayorías en un país de raigambre democrática son variables. Que la gente puede cambiar. Que la gente se puede decepcionar, especialmente cuando tiene enfrente a un gobierno autoritario e incompetente. Que la gente no tiene lealtades eternas, especialmente cuando se quieren imponer desde la asimetría del poder.
Este es el gran cambio que se opera hoy en Venezuela. El gobierno ya no tiene la mayoría en la calle. Se respira decepción, desaliento, desesperanza por una gestión que ya no transmite ninguna orientación, ninguna posibilidad. Hasta en el propio partido de gobierno las voces disidentes no tienen empacho en señalarlo. La lucha contra el pluralismo ha llevado al gobierno a su final destino: la soledad.
Politemas, Tal Cual, 2 de septiembre de 2009
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