El gobierno le teme al año 2010. No le falta razón. Dentro de cinco meses las tensiones económicas serán mucho mayores. Los desequilibrios acumulados, tanto en el mercado cambiario, como en el ritmo inflacionario, así como la fragilidad de las cuentas fiscales, presagian tormentas significativas. Todo ello agravado por el deterioro que ya se siente en el mercado laboral, no hablemos de lo que tendremos a final de año. Para remate, las noticias sobre los programas de protección social del gobierno indican caída de la cobertura real y de los recursos asignados si lo comparamos con el año 2008.
Por si fuera poco, la imagen internacional del gobierno ha quedado bastante maltrecha después de los sucesos de Honduras. Ya nadie duda de la intervención directa y sistemática del Petroimperio en este país centroamericano. Para muchos gobiernos de la región ha quedado muy claro que la “revolución” venezolana se las trae. Es capaz de movilizar recursos y voluntades para aumentar su expansión. También para muchos ha sido evidente que en Venezuela tenemos un franco proceso de deterioro democrático. Lo más grave es que se quiera imponer en otros países un modelo que conduce a gobiernos autoritarios y excluyentes.
Todo lo anterior ha deteriorado aún más al gobierno. Para la mayoría de los venezolanos ya la preocupación es más que significativa. El rechazo a los postulados socialistas, a las confiscaciones de la propiedad privada, a la creciente apropiación de medios por parte del gobierno, a la limitación de la participación política, son mucho más frecuentes que un año atrás. Para muchos venezolanos este gobierno ha dejado de ser una mala gestión, a secas. Ahora es un gobierno autoritario que quiere mantenerse a toda costa en el poder, sin mayor consideración que los intereses de la élite dominante.
En tal contexto el gobierno ha examinado sus opciones. Disminuir las tensiones con una relativa apertura ha debido descartarse muy rápidamente. El gobierno sabe que tiene que radicalizar sus posiciones. No se ha transitado todo este camino para no llegar a la meta, dicen. Se trata de alcanzar todas las aspiraciones de una “revolución” del Socialismo del Siglo XXI. Se trata de dominar completamente a todos aquellos que se opongan. Se trata de consolidar una “revolución” eterna. Sin mayores contemplaciones.
De manera que el escenario está servido para una aceleración de la marcha del llamado “proceso”. El objetivo es llegar al 2010 habiendo tomado control de instituciones claves para imponer una sola voz, una sola obediencia. Es por ello que las baterías están enfiladas contra la educación, contra los medios de comunicación, contra los derechos de propiedad, contra la inversión privada. En cinco meses se aspira imponer todo aquello que no haya podido imponerse hasta la fecha. De allí la nueva Habilitante que seguramente será aprobada en los próximos días.
Lo que no calcula el gobierno es que la “epoyeya” que quiere iniciar sólo tiene eco en un pequeño círculo de incondicionales, cercanos al poder, pero muy alejados de la gente. Para la inmensa mayoría de los venezolanos la arremetida es una prueba más de que el actual gobierno se ha quedado sin banderas, ha perdido la calle, corre a refugiarse en sus últimos bastiones. En las propias filas del oficialismo hay conciencia de que la “revolución” es hoy más débil que nunca. No tiene argumentos, sólo la desesperación de saber que tiene que apurar la marcha, de que lo que ha “consolidado” es una mera ilusión. La “revolución” echa el resto cuando no le queda nada.
Por si fuera poco, la imagen internacional del gobierno ha quedado bastante maltrecha después de los sucesos de Honduras. Ya nadie duda de la intervención directa y sistemática del Petroimperio en este país centroamericano. Para muchos gobiernos de la región ha quedado muy claro que la “revolución” venezolana se las trae. Es capaz de movilizar recursos y voluntades para aumentar su expansión. También para muchos ha sido evidente que en Venezuela tenemos un franco proceso de deterioro democrático. Lo más grave es que se quiera imponer en otros países un modelo que conduce a gobiernos autoritarios y excluyentes.
Todo lo anterior ha deteriorado aún más al gobierno. Para la mayoría de los venezolanos ya la preocupación es más que significativa. El rechazo a los postulados socialistas, a las confiscaciones de la propiedad privada, a la creciente apropiación de medios por parte del gobierno, a la limitación de la participación política, son mucho más frecuentes que un año atrás. Para muchos venezolanos este gobierno ha dejado de ser una mala gestión, a secas. Ahora es un gobierno autoritario que quiere mantenerse a toda costa en el poder, sin mayor consideración que los intereses de la élite dominante.
En tal contexto el gobierno ha examinado sus opciones. Disminuir las tensiones con una relativa apertura ha debido descartarse muy rápidamente. El gobierno sabe que tiene que radicalizar sus posiciones. No se ha transitado todo este camino para no llegar a la meta, dicen. Se trata de alcanzar todas las aspiraciones de una “revolución” del Socialismo del Siglo XXI. Se trata de dominar completamente a todos aquellos que se opongan. Se trata de consolidar una “revolución” eterna. Sin mayores contemplaciones.
De manera que el escenario está servido para una aceleración de la marcha del llamado “proceso”. El objetivo es llegar al 2010 habiendo tomado control de instituciones claves para imponer una sola voz, una sola obediencia. Es por ello que las baterías están enfiladas contra la educación, contra los medios de comunicación, contra los derechos de propiedad, contra la inversión privada. En cinco meses se aspira imponer todo aquello que no haya podido imponerse hasta la fecha. De allí la nueva Habilitante que seguramente será aprobada en los próximos días.
Lo que no calcula el gobierno es que la “epoyeya” que quiere iniciar sólo tiene eco en un pequeño círculo de incondicionales, cercanos al poder, pero muy alejados de la gente. Para la inmensa mayoría de los venezolanos la arremetida es una prueba más de que el actual gobierno se ha quedado sin banderas, ha perdido la calle, corre a refugiarse en sus últimos bastiones. En las propias filas del oficialismo hay conciencia de que la “revolución” es hoy más débil que nunca. No tiene argumentos, sólo la desesperación de saber que tiene que apurar la marcha, de que lo que ha “consolidado” es una mera ilusión. La “revolución” echa el resto cuando no le queda nada.
Politemas, Tal Cual, 29 de julio de 2009.
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