Han hecho su aparición. De diversas procedencias y colores. Dictan, desde las alturas de sus ideas, las recomendaciones más diversas. De obligatorio cumplimiento para los mortales. Difunden a los cuatro vientos juicios sobre la política nacional, pero especialmente contra los partidos políticos.
Los Sumos Sacerdotes actúan a veces solos, otras en grupo. Su primera característica es que parece que hubieran venido de otro planeta hace pocos días. Hablan de los años anteriores a 1999 como si no hubieran estado acá. Como si no hubieran tenido responsabilidades en la conducción política, social o económica del país. Como si las debilidades de lo que hoy tenemos son culpa de los “otros”, de aquellos a quienes adversan ahora, pero con quienes estuvieron cerca en épocas pasadas.
Aborrecen las debilidades de los partidos dominantes hasta 1998. Pero no señalan ninguna de sus virtudes. No reconocen que esos partidos, todos y cada uno de los que nacieron en el pasado siglo, trajeron a la vida política ideas, militancias, calle, participación. No reconocen que las prácticas democráticas de la segunda parte del siglo XX nos dieron estabilidad y progreso. Es verdad que esos partidos se desconectaron de la gente y de sus problemas. Que cometieron errores y que condicionaron con sus fallas el ascenso de la actual dirigencia política.
Pero los Sumos Sacerdotes son inclementes. Determinan que esos partidos no pueden cambiar, y que no es posible confiar nuevamente en ellos. Obvian que la experiencia internacional está llena de partidos que se renovaron para liderar nuevas etapas en sus países. Baste nombrar al PSOE, al APRA, al Partido Justicialista, a la Democracia Cristiana chilena, y pare de contar.
Tal desconfianza en esos partidos, es recelo y animadversión hacia todos los partidos. Es el rechazo a la institución que ellos representan: el manejo del poder político dentro de un marco de acuerdos y convivencia. Por eso la toman contra la Mesa de la Unidad Democrática. Porque saben que ese esfuerzo significa la revalorización social de los partidos, así como el regreso de las posibilidades de la Política Seria en nuestro país.
Por ello la tratan de debilitar, de crear sospechas sobre sus intenciones, de cuestionar sus métodos de apertura y crecimiento. No es sino la demostración de que la recuperación de esos espacios por parte de los partidos políticos (los de antes y los nuevos), es signo de autonomía, de que pueden decidir con libertad ante intereses de poderosos sectores de la sociedad. Tal muestra de independencia es inconveniente, a los ojos de los Sumos Sacerdotes.
De allí que la tarea de la Unidad Democrática es doble: derrotar al autoritarismo incompetente que nos gobierna y poner en su sitio a los Sumos Sacerdotes. Con los votos de la mayoría de los venezolanos.
Los Sumos Sacerdotes actúan a veces solos, otras en grupo. Su primera característica es que parece que hubieran venido de otro planeta hace pocos días. Hablan de los años anteriores a 1999 como si no hubieran estado acá. Como si no hubieran tenido responsabilidades en la conducción política, social o económica del país. Como si las debilidades de lo que hoy tenemos son culpa de los “otros”, de aquellos a quienes adversan ahora, pero con quienes estuvieron cerca en épocas pasadas.
Aborrecen las debilidades de los partidos dominantes hasta 1998. Pero no señalan ninguna de sus virtudes. No reconocen que esos partidos, todos y cada uno de los que nacieron en el pasado siglo, trajeron a la vida política ideas, militancias, calle, participación. No reconocen que las prácticas democráticas de la segunda parte del siglo XX nos dieron estabilidad y progreso. Es verdad que esos partidos se desconectaron de la gente y de sus problemas. Que cometieron errores y que condicionaron con sus fallas el ascenso de la actual dirigencia política.
Pero los Sumos Sacerdotes son inclementes. Determinan que esos partidos no pueden cambiar, y que no es posible confiar nuevamente en ellos. Obvian que la experiencia internacional está llena de partidos que se renovaron para liderar nuevas etapas en sus países. Baste nombrar al PSOE, al APRA, al Partido Justicialista, a la Democracia Cristiana chilena, y pare de contar.
Tal desconfianza en esos partidos, es recelo y animadversión hacia todos los partidos. Es el rechazo a la institución que ellos representan: el manejo del poder político dentro de un marco de acuerdos y convivencia. Por eso la toman contra la Mesa de la Unidad Democrática. Porque saben que ese esfuerzo significa la revalorización social de los partidos, así como el regreso de las posibilidades de la Política Seria en nuestro país.
Por ello la tratan de debilitar, de crear sospechas sobre sus intenciones, de cuestionar sus métodos de apertura y crecimiento. No es sino la demostración de que la recuperación de esos espacios por parte de los partidos políticos (los de antes y los nuevos), es signo de autonomía, de que pueden decidir con libertad ante intereses de poderosos sectores de la sociedad. Tal muestra de independencia es inconveniente, a los ojos de los Sumos Sacerdotes.
De allí que la tarea de la Unidad Democrática es doble: derrotar al autoritarismo incompetente que nos gobierna y poner en su sitio a los Sumos Sacerdotes. Con los votos de la mayoría de los venezolanos.
Politemas, Tal Cual, 6 de abril de 2011
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