El mundo comprendió tarde el amplio efecto de las mujeres en el desarrollo. A mediados de los setenta se creía que el mayor factor de progreso era el ingreso de las familias. Hasta que se encontró que la mortalidad infantil era mayor en las familias cuyas madres tenían menor nivel educativo. Este hallazgo, sorprendente por lo sencillo, extraordinario por sus repercusiones, contribuyó a cambiar el rol de las mujeres en el desarrollo.
Hoy sabemos que las mujeres modelan muchas de las conductas de sus hijos y de sus familias. Que a través de ellas se propagan más eficazmente los beneficios de la información y de la educación. Que una sociedad será desarrollada en la medida que sus mujeres alcancen los mayores niveles de bienestar. Pero también sabemos que para hacer eso, las mujeres necesitan un trabajo decente.
El informe reciente de Naciones Unidas, “Objetivos del Milenio: Una mirada desde América Latina y el Caribe” (www.eclac.org), analiza los avances de los países en el cumplimiento del Tercer Objetivo del Milenio, esto es, promover la igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer. La meta propuesta para el año 2015 es eliminar las desigualdades entre los géneros, especialmente en la educación.
El documento analiza las desigualdades de género en tres aspectos: educativo, laboral y político. Debe mencionarse, sin embargo, que el documento expresa que las desigualdades abarcan otros ámbitos, tales como: el acceso a los recursos productivos, el manejo del hogar, las múltiples formas de violencia contra la mujer, y el acceso a servicios de salud sexual y reproductiva.
Los avances en la equidad de género han sido mayores en el ámbito educativo. Para el año 2001, todos los países de la Región, con la excepción de Guatemala, Granada y República Dominicana, habían alcanzado la igualdad de género en la educación primaria, es decir, igual proporción de niños y niñas matriculados en este nivel. En la educación secundaria, todos los países, esta vez con la excepción de Guatemala, Anguila, y Perú, también habían alcanzado la igualdad de género. En la educación de tercer nivel el riesgo es más bien que se produzca discriminación del género masculino.
Los avances en el campo educativo, sin embargo, no se trasladan al mercado laboral. Para el año 2001 sólo Honduras, Brasil, Colombia, Argentina, Uruguay y Chile, tenían más de 40% de mujeres trabajando en el sector no agrícola (sobre el total de empleados en este sector). En 13 de los 17 países analizados las mujeres ocupan empleos de poca productividad en mayor proporción que los hombres, cuando se comparan los empleos en las zonas urbanas. Más aún, las mujeres tienen menores ingresos que los hombres, independientemente de su nivel educativo y del tipo de empleo.
En Venezuela las mujeres tenían (en 2001) el 39,6% de los empleos en el sector no agrícola (poco más de cuatro puntos con respecto a 1990). Casi 60% de las mujeres con empleo se desempeñan en trabajos poco productivos (proporción similar a la de los hombres). Llama la atención, sin embargo, que el ingreso de las mujeres venezolanas con trabajos poco productivos sea 50% menor al de los trabajadores de sexo masculino.
Los avances educativos de las venezolanas se están estrellando contra una gestión gubernamental que no crea trabajos decentes. Que asume el desarrollo sin la productividad. Que promuevc la exclusión y la discriminación en el mercado de trabajo. Que no ha entendido que la solución permanente de la pobreza pasa por liderizar un esfuerzo nacional por el empleo productivo. Las mujeres venezolanas ya saben esto de sobra.
Politemas, Tal Cual, 13 de julio de 2005
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