sábado, 26 de diciembre de 2015

Gobierno armado, niños en peligro

El gobierno del presidente Chávez anunció la adquisición de equipos militares rusos por un valor de tres mil millones de dólares. En un plazo de año y medio, el gobierno venezolano comprará aviones y helicópteros por el equivalente a más de 6 billones de bolívares (a la tasa de cambio oficial). Tal cantidad representa el presupuesto total del Ministerio de Salud para año y medio. 

La peor gestión de la salud pública en setenta años, reconocida por todos los sectores técnicos del país, contrasta con la pretensión de avanzar en una escalada militarista. Antes que resolver los enormes problemas de la salud de nuestro pueblo, el gobierno actual opta por las armas, opta por modernizar el arsenal bélico, opta en gran medida por la fuerza y no por la paz.

Tal pretensión es más reprochable en un gobierno que ha hecho muy poco por cuidar la vida de los niños venezolanos. En realidad, las omisiones del actual gobierno se han convertido en un peligro para ellos. Desde 1999 hasta 2004 (último año de estadísticas oficiales disponibles), han muerto en Venezuela 57.607 niños menores de un año. De ese gran total, 46.086 niños murieron por causas completamente prevenibles. En otras palabras, el 80% de todas esas muertes no debía haber ocurrido. 

En el año 2004 se produjeron en el país 9.272 muertes en niños menores de un año. Aproximadamente 7.400 de estas muertes eran completamente evitables. De manera que cada día mueren en Venezuela 20 niños menores de un año ante la incompetencia de un gobierno ganado para las armas y no para la vida. Prácticamente un niño por hora.

Esos niños murieron porque sus familias vivían en condiciones deplorables. Porque sus padres y madres no tenían empleo, quizás ni siquiera llegaron al tercer grado de educación básica. Porque en sus casas no había agua potable ni servicios de cloacas. Porque la madre probablemente no tuvo acceso a servicios de atención prenatal. Porque la atención del parto no fue adecuada. Porque no tuvieron acceso a servicios de protección nutricional. Porque, en definitiva, no había en su medio las condiciones básicas para la vida.

Más de 2.000 de estas muertes infantiles ocurrieron por complicaciones del parto. Por dificultades respiratorias asociadas al mal control de embarazo y a la ausencia de recursos tecnológicos. Casi un millar de estos niños (986) murieron por infecciones generalizadas. Probablemente sin el acceso a antibióticos eficaces. Otros (686) murieron por diarrea. En pleno siglo XXI, luego de todos los adelantos científicos y tecnológicos, en un país con inmensos recursos, siguen muriendo niños por diarrea, deshidratados. Peor aún, casi 300 de estos niños menores de un año murieron por desnutrición. 

Una sola de estas muertes justificaría la acción combinada de los diferentes niveles de gobierno. Tratando de buscar las mejores estrategias. Promoviendo la implementación de programas de asistencia. Planificando mejor la inversión pública para dotar de servicios de agua y saneamiento a todas nuestras poblaciones, especialmente a las más pobres. Diseñando programas nutricionales para atender tanto a las madres como a los niños. Mejorando la dotación de tecnologías para el cuidado del parto y la atención en los primeros días de vida. Identificando el riesgo de niños y mujeres embarazadas. Llegando a cada casa donde se necesite atención pronta y eficaz. En fin, luchando en cada rincón del país para promover la vida y la alegría.

El gobierno de un país en el que ocurren estas muertes, tan inaceptables, no puede ir por el mundo comprando armamento. No puede mirarle la cara a los niños venezolanos. Es un gobierno que ha abandonado su deber fundamental: preservar la vida y cuidar a los más necesitados. Es un gobierno que antepone las armas a la vida y a la salud de su pueblo. Es un gobierno que atenta contra el progreso en libertad y en democracia. Es un gobierno alejado de los problemas reales de la gente. Es un gobierno armado, pero sin razón. Es un gobierno armado, pero sin argumentos.

Politemas, Tal Cual, 2 de agosto de 2006

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