martes, 29 de diciembre de 2015

Trapiche de ilusiones

Si alguna obligación tienen los gobiernos con el futuro, es crear empleos de buena calidad para los jóvenes. Se trata de abrir dos tipos de espacios. El primero es la incorporación de los jóvenes al proceso productivo, a la creación de nuevos bienes, nuevas tecnologías o nuevos servicios. El segundo está relacionado con la pertenencia a la sociedad. Es una invitación a participar activamente en la construcción de los nuevos retos de los países. Es la demostración concreta del aprecio y necesidad para que las nuevas generaciones tomen su puesto en las responsabilidades y obtengan los beneficios de su compromiso.

Cuando los gobiernos no son capaces de generar puestos de trabajo para los jóvenes, abren la puerta a dos efectos contraproducentes. En primer lugar, la migración de recursos humanos, muchas veces los más calificados. En segundo lugar, se fomenta el escepticismo y el desencanto en los que se quedan. Los jóvenes empiezan a sentir que sus países no les ofrecen el espacio adecuado para desarrollar todo su potencial. 

En el desempleo juvenil se combinan claramente las consecuencias de las economías de bajo desempeño con las fallas del sistema educativo. Hay jóvenes desempleados porque los que estudian no consiguen trabajos adecuados, pero también porque dejaron antes el sistema educativo y deben acudir a un mercado laboral sin muchas opciones. Por esta razón se ha señalado que el desempleo juvenil es otra forma de decir exclusión social.

Según la OIT (2004), los jóvenes desempleados representan el 47% del desempleo total, a pesar de que representan solamente el 25% de la fuerza laboral. Sin embargo, en los países en desarrollo la tasa de desempleo juvenil es cuatro veces mayor que la de los trabajadores de mayor edad. En el caso de los países desarrollados la tasa de desempleo juvenil es sólo dos veces mayor que los trabajadores de mayor edad. Los jóvenes trabajadores también tienen más probabilidad de trabajar más horas, de no tener contratos formales y de no contar con protección social. 

El caso de Venezuela ilustra con claridad la incapacidad para incorporar el empleo juvenil en una estrategia general de desarrollo. Ya sabemos el bajo desempeño de nuestro país en la creación de empleo de calidad. En el caso del empleo juvenil, se repite la constante. De acuerdo con cifras recientes de la OIT (2005), en el año 1993 tuvimos la tasa de desempleo más baja del período 1990-2005. Esto es, 6,8% de desempleo. Para ese año la tasa de desempleo juvenil (de personas entre 15-24 años) fue 13%., también la más baja del período.

La revisión de las cifras de los últimos siete años indica que el gobierno del Presidente Chávez no le ha otorgado ninguna prioridad al empleo de calidad, y mucho menos en el sector juvenil. En el primer año del gobierno actual (1999) aumentó el desempleo juvenil casi en 5% para colocarse en 26,6%. Incluso con la recuperación económica del año 2004 el desempleo juvenil alcanzó 27,5% (seis por ciento más que en 1999 y más de doble del desempleo juvenil del año 1993).

El fracaso en la creación de empleo de calidad para los jóvenes expresa tres grandes deficiencias de las políticas del actual gobierno. En primer lugar, no puede haber empleo para los jóvenes cuando la sociedad no crea empleos productivos para ningún grupo de la fuerza laboral. La desaparición de empleos de asalariados es una demostración clara de este aspecto. En segundo lugar, no puede haber demanda de personal especializado cuando se excluye al 85% de la población de la educación secundaria formal. En tercer lugar, no puede disminuir el desempleo juvenil cuando no existen programas masivos de reentrenamiento con posibilidades de inserción en puestos de trabajo productivo. Con estas deficiencias, el gobierno del Presidente Chávez seguirá triturando las ilusiones de los jóvenes venezolanos.

Politemas, Tal Cual, 9 de noviembre de 2005

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