domingo, 27 de diciembre de 2015

La espada de Damocles

En la última semana, dirigentes de la alianza democrática han señalado que en muchos sitios del país la organización de sus partidos y grupos es muy débil. Han reconocido que especialmente en las pequeñas ciudades, pueblos y barriadas populares, los dirigentes tenían tiempo sin encontrarse, sin realizar actividades propias de la militancia partidista.

Tal constatación es muy preocupante. Pero también es absolutamente explicable. Preocupante porque no puede haber democracia sin organizaciones políticas. No puede haber una democracia madura sin instituciones, sean ellas partidos, grupos de electores, asociaciones de ciudadanos, en fin, cualquier expresión colectiva basada en la comunión de ideas e intereses. 

Es absolutamente explicable porque lo observado por los dirigentes de la alianza, más que una manifestación de apatía o desinterés, es el resultado esperado de lo establecido en la Constitución de 1999 sobre este particular. En efecto, el artículo 67 del texto constitucional expresamente prohíbe el financiamiento de las “asociaciones con fines políticos con fondos provenientes del Estado”. Con esta disposición se coarta la posibilidad de contar con instituciones políticas (partidos, asociaciones de diversa índole) que consoliden la democracia y promuevan el bienestar.

Las instituciones políticas necesitan recursos para contar con militantes a tiempo completo. Para disponer de mecanismos de información y propaganda. Para realizar eventos, reuniones, seminarios. Para dedicar tiempo a la formación de sus cuadros juveniles, profesionales, entre otros. Para participar en elecciones y asumir las inversiones requeridas en tales procesos. 

La eliminación del financiamiento público de los partidos y asociaciones, especialmente aquellas opuestas al actual gobierno, ha coincidido con la utilización de recursos provenientes de los ingresos fiscales para fines partidistas, esta vez en el sector oficialista. En otras palabras, se ha consolidado una total asimetría para el desarrollo de la diversidad de nuestro sistema político.

Un estudio reciente sobre la regulación de los partidos políticos en América Latina, coordinado por Daniel Zovatto (2006), constata que Venezuela (en 1973) fue el quinto país en incorporar el financiamiento público de los partidos en América Latina. Los cuatro primeros fueron Uruguay (1928), Costa Rica (1949), Argentina (1957) y Perú (1966). Sin embargo, Venezuela es el único país (de los dieciocho estudiados) que no posee esta disposición en su legislación. Todos los demás países asignan recursos públicos para financiar a los partidos políticos.

El financiamiento en el resto de la región se realiza a través de modalidades directas (en dinero o bonos), o indirectas (servicios, beneficios tributarios, acceso a los medios de comunicación, capacitación, entre otros). El método de distribución toma en cuenta la fuerza electoral o un modelo mixto (una parte por la fuerza electoral y la otra dividida a por igual entre el total de partidos). En la mayoría de los países existe una barrera legal para que los partidos obtengan financiamiento: un porcentaje mínimo de votación. En los casos de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, México, Panamá y Perú, se ha establecido que parte del financiamiento público sea dedicado por los partidos para actividades como investigación, formación y capacitación de cuadros.

Cuando todos los demás países están ensayando modalidades que permitan garantizar el equilibrio entre sus instituciones políticas, en nuestro país contemplamos la desigualdad y la asimetría. La redemocratización de Venezuela no tendrá viabilidad mientras las organizaciones políticas no sean consideradas como bienes de toda la sociedad. Pende sobre ella una implacable espada de Damocles. Es tarea de todos los sectores democráticos del país, los que están a favor del gobierno y quienes lo adversamos, construir los puentes que eliminen esa amenaza. Es tarea de todos promover la diversidad, competencia y sostenibilidad de nuestras organizaciones políticas. De no hacerlo, tener una democracia sólida y madura seguirá siendo una mera ilusión.

Politemas, Tal Cual, 13 de diciembre de 2006

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