En 1978 Luis Herrera Campins fue electo presidente de la república, entre otras razones, porque en su campaña se puso de moda una pregunta. Luego del ingreso de la mayor cantidad de petrodólares que había experimentado Venezuela, en los cinco años del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, la sensación en la calle era que los reales no estaban por ninguna parte. Que se habían colocado en sitios donde la gente no los veía, donde la gente no los sentía.
Un repaso a los indicadores económicos de la época, nos muestra que el descontento no guardaba mucha relación con los números oficiales, especialmente si los comparamos con la situación actual. En 1978 el porcentaje de la población económicamente activa que se encontraba empleada en el sector formal era casi 70% (68,2% para ser exactos). La desocupación abierta, descontando por supuesto los decretos de empleo obligatorio, no llegaba al 5%. La inflación si era un problema “serio”. Había pasado de 3,7% en el último año de la Administración Caldera I a la “extraordinaria” cifra de 6,89% en 1978, habiendo llegado a los niveles “nunca vistos” de 9,54% en 1975.
AD no logró convencer a los venezolanos de que vivían mejor. Ante la pregunta insistente de Herrera Campins, ¿y dónde están los reales?, no hubo forma de contrarrestarla. Podría decirse que esa pregunta colocó a Herrera Campins en Miraflores.
Treinta años después los venezolanos padecemos un cuadro social y económico preocupante. La ocupación en el sector formal ni remotamente se acerca a la de 1978. La inflación es la más alta de América y una de las más altas del mundo. Sumado a esto tenemos una inseguridad creciente, responsable de más de 15.000 muertes cada año, el desabastecimiento de productos esenciales es la carta del día, la salud y la educación no satisfacen las demandas de los ciudadanos. Sólo para incluir algunos problemas centrales.
Todo lo anterior sucede en un ambiente de precios crecientes del barril petrolero. Cada semana se impone un nuevo récord. Ya son varios años de aumentos sostenidos, y por ende, una mayor cantidad de recursos para las arcas fiscales. Para remate los impuestos recaudados también ascienden a montos récord.
En este contexto para muchos venezolanos queda la sensación de que la “revolución bonita” ha tenido muchos recursos, pero que los problemas centrales de los ciudadanos siguen ahí o incluso han empeorado. Que ese cantidad de dinero, difícil de imaginar siquiera, no está donde debería estar, o que se ha desperdiciado de la manera más incompetente que se pueda concebir. Baste una mirada a las escuelas, hospitales, calles, cárceles, patrullas de policía, para tener la convicción de allí no han llegado los reales obtenidos en esta época de “delirio bolivariano”.
Quizás, entonces, sería bueno volver a la pregunta, ¿y dónde están los reales de la “revolución”? La agenda política de los próximos meses debería ser consistente en señalar la brecha entre las condiciones de vida de los venezolanos y los inmensos recursos recibidos. Debe exigirse a los responsables de la administración de dichos recursos la presentación de cuentas claras. Ello es especialmente grave para los estados y municipios. Hasta un máximo de 20% de todos los recursos fiscales ha sido transferido a ellos.
Quizás la naturaleza de nuestra economía, tan dependiente del petróleo, no favorece la reflexión sobre el origen y cuantía de los recursos. Pensamos que siempre estarán allí. Quizás ha llegado la hora de un liderazgo serio que no solamente pregunte por los reales, sino que también ofrezca alternativas para su mejor uso.
Politemas, Tal Cual, 24 de abril de 2008
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